El fiscal confirma que el asesino de los policías en París era un extremista
EUSEBIO VAL. LA VANGUARDIA.– Siete minutos de horror dejarán graves secuelas en Francia. Fue sólo este breve periodo de tiempo el que necesitó Mickaël Harpon, el jueves pasado, para asesinar a cuchilladas a cuatro compañeros de trabajo en la prefectura de policía de París antes de caer él mismo abatido por las balas de un joven agente recién salido de la academia.
La muy meticulosa –y por eso aún más escalofriante– narración de los hechos que leyó ayer ante la prensa el fiscal nacional antiterrorista, Jean-François Ricard, no dejó apenas ya dudas sobre el móvil yihadista. Los datos que sacó a la luz harán aumentar la consternación pública y el escándalo político por un atentado sin precedentes.
Escándalo político
La oposición de derechas y de extrema derecha pidieron que el Parlamento investigue las inexplicables lagunas de seguridad en lo que se consideraba un santuario policial inexpugnable, uno de los centros neurálgicos de la seguridad del Estado. Se alzan voces exigiendo la dimisión del ministro del Interior, Christophe Castaner, quien, para más inri, cometió la imprudencia de asegurar, poco después del ataque, que el autor no había dado nunca la más mínima muestra de peligrosidad ni había levantado sospechas. O estaba mal informado o no dijo la verdad.
Harpon, de 45 años y natural de la isla de Martinica –departamento francés en las Antillas–, ya había llamado la atención de sus compañeros, en enero del 2015, cuando justificó en público el atentado contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo , que fue el inicio de una espiral terrorista con un saldo de más de 260 muertos. Según el fiscal Ricard, la conversión de Harpon al islam se produjo hace una decena de años –y no sólo 18 meses, como se había filtrado–, eran conocidas sus amistades en medios salafistas y ciertos comentarios hechos en las redes sociales. Otros indicios apuntaban a la radicalización, como el cambio de su vestuario y su rechazo al contacto físico con las mujeres.
Periplo homicida
La catalogación como terrorismo yihadista se ve avalada, a tenor de lo dicho por Ricard, por factores como la premeditación, el que degollara a la primera de sus víctimas, así como la clara voluntad de morir del autor, que se dirigía amenazante, cuchillo en mano, hacia el policía que, tras instarle dos veces a pararse y deponer su actitud, finalmente lo “neutralizó” (el eufemismo preferido en Francia en estos casos).
Muchos no se explican que, con lo que ya se sabía, no se hubiera alertado a los responsables ni tomado medidas preventivas, y Harpon pudiera seguir trabajando con normalidad como técnico informático en un lugar tan sensible de la estructura policial francesa. Si bien se dedicaba a una tarea técnica subalterna, el mantenimiento de los ordenadores, estaba adscrito al servicio de información de la policía. Por allí pasaban muchos datos relevantes, también de la estrategia contra el yihadismo. Harpon pudo tener acceso a las direcciones de un millar de agentes. La prefectura de policía de París es un monstruo de personal y de medios, una especie de Estado dentro del Estado.
El día del atentado, Harpon tomó el tren desde la localidad de Gonesse, al norte de la capital, donde vivía, y se presentó a su despacho como si fuera una jornada normal. Luego salió del edificio y compró en una tienda un cuchillo de cocina metálico de grandes dimensiones y otro para abrir ostras. Ricard puso énfasis al decir “metálico”, ya que todas las noticias hasta entonces hablaban de un cuchillo de cerámica, muy difícil de detectar en el control de entrada a la prefectura. Es un detalle clave. Pone aún más en evidencia los fallos de seguridad.
El asesino y su mujer se enviaron 33 SMS religiosos antes del ataque
El análisis del teléfono móvil de Harpon ha revelado que, entre las 11,21 h y las 11,50 h, Harpon y su esposa –de origen marroquí y de 38 años– intercambiaron 33 mensajes de SMS de carácter “exclusivamente religioso” aunque revelador. En los dos últimos, ella se despidió con “¡Alá es grande!”. “¡Alá es grande!”, contestó él, y añadió: “Sigue al profeta Mohamed y medita el Corán”.
Según el diario Le Monde , Harpon era un asiduo de la mezquita de La Fauconnière, no lejos de su domicilio. En este lugar de culto predicaba un joven imán salafista marroquí muy controvertido. El asesino también tuvo contacto, al parecer, con la asociación musulmana antillana, conocida por su proselitismo salafista.
El fiscal antiterrorista desveló otros detalles sobre la vida de Harpon, entre ellos un episodio de violencia conyugal, en el 2009. La pareja tuvo dos hijos, de tres y nueve años. El interrogatorio de la esposa fue ampliado ayer otras 48 horas para apurar la extracción de información y determinar si hubo una complicidad activa de ella o de otras personas. En la cuenta de Facebook de él no había demasiada información, salvo un par de vídeos de humor y el anuncio de venta de una mesa. En la de ella, la imagen de su perfil muestra la silueta de dos niños en Salou, seguramente durante unas vacaciones familiares.
El atentado en la prefectura es muy incómodo para el ministro Castaner y para el Gobierno en general. La líder ultraderechista Marine Le Pen habló de “escándalo de Estado”. El diputado de Los Republicanos (derecha), Guillaume Larrivé optó por el término “mentira de Estado” y exigió que el ministro renuncie.
El contexto político hará que la controversia se prolongue. Este lunes está previsto un debate en la Asamblea Nacional sobre la inmigración y el derecho al asilo. La sesión debía celebrarse hace una semana pero fue suspendida tras la muerte del expresidente Jacques Chirac. Intervendrá Marine Le Pen y las primeras espadas de la derecha. El ambiente se había enrarecido ya porque el presidente Emmanuel Macron había endurecido sus mensajes y considerado que Francia es demasiado laxa admitiendo a refugiados. Bajo el impacto del nuevo atentado yihadista, la oposición conservadora agitará otra vez el fantasma del peligro del terrorismo endógeno y del deber de controlar mejor las fronteras. Poco importará la complejidad del desafío yihadista y que el autor del último ataque fuera un converso, un francés de las Antillas a quien le bastaron siete minutos y un cuchillo de cocina, en las entrañas del Estado, para mostrar su vulnerabilidad.