Vuelven a marchas forzadas los fantasmas del pasado

, | 3 febrero, 2018

Belicosas ideologías xenófobas que se creían muertas y enterradas están en auge

JOHN WILLIAM WILKINSON. LA VANGUARDIA.- Cada vez hay más líderes, partidos, movimientos populares y individuos despendolados que expresan sin el menor rubor ideas que hasta hace cuarto días se consideraban anatema. De los barros del buenismo que ha marcado el discurso político desde los años sesenta del último siglo, nos hallamos de nuevo inmersos hasta el cuello en los lodos de las ideologías extremas que por poco acabaron con nuestra civilización.

No es sólo que desfilen descaradamente neonazis con su inconfundibles indumentaria y símbolos por las calles de muchas ciudades, o siquiera que tengan representación en más de un parlamento europeo, sino que en internet van creando un peligroso caldo de cultivo que va a resultar muy difícil controlar.

Con una pinza en la nariz

El joven presidente francés, Emmanuel Macron, afirma no ser ni de derechas ni de izquierdas. Por mucho que Angela Merkel siga como canciller, hace ya tiempo que Alemania, el motor de la UE, es gobernada por la gran coalición entre la centroderecha y la centroizquierda. Para evitar caer en las manos del Movimiento 5 Estrellas, algunos partidos italianos tendrán que pactar, aunque sea con una pinza en la nariz. En España, el PP, el PSOE y cada vez más también Ciudadanos, se verán obligados a llegar a acuerdos en áreas que afecten la unidad del Estado y el bien común. Lo mismo puede decirse de la UE en su conjunto.

Pero esta voluntariosa cohesión de fuerzas históricamente enfrentadas en un nebuloso centro creado contra natura a fin de salvar los muebles de un edificio que igualmente amenaza ruina, tiende a debilitar a los partidos participantes. Tanto la derecha como la izquierda moderadas acaban desdibujándose. Esto es lo que da alas a las belicosas ideologías xenófobas que se creían muertas y enterradas.

Otra desventaja de este por ahora amplio centro que pretende haber superado la histórica confrontación entre la derecha y la izquierda es que conduce a un callejón sin salida lingüístico que deja el campo libre a los voceros extremistas sin pelos en la lengua. Bien lo sabe Trump. O Putin. O Xi Jinping. O Erdogan. O Duterte. Estos mandatarios pueden expresarse sin las ataduras de la corrección política, que al fin y a la postre es lo que tanto gusta al pueblo llano y, en particular, a las desheredadas y dolidas clases medias.

Mientras el centro se pierde en interminables reivindicaciones identitarias que tanto se asemejan a las discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, la ultraderecha señala sin rodeos o disimulo alguno al enemigo a combatir, amén de explicar cómo acabar con él. “America first!” vale por mil bienintencionadas alocuciones de Hillary Clinton.

Todos descontentos

Aunque en muchos aspectos loable, el afán del centro de velar por los derechos de cualquier minoría conlleva no obstante el riesgo de no contentar a ninguna, al tiempo que incordia sobremanera a las mayorías. De modo que corremos el riesgo de que, como ocurrió en los años veinte y treinta, no pocos intelectuales acaben abrazando ideologías extremas. Y es que los incontables casos de corrupción en el seno de los partidos hasta ahora mayoritarios no hacen sino minar el imperativo moral de nuestra democracia, que debería ser lo último que se pierde.

Macron no será ni de derechas ni de izquierdas, pero ello no significa que estas dos opciones hayan dejado de existir. Lo que pasa es que el poder de los parlamentos es cada vez más difuso. La desigualdad ha permitido que el verdadero poder político pase a manos de unos oligarcas que lo controlan todo sin necesidad de dar la cara.

Si la izquierda no espabila, la ultraderecha tiene todas las de ganar. Porque por mucho que su mensaje pueda molestar, ofender o ser pura mentira, al menos llama las cosas por su nombre, que en el fondo es lo que la mayoría quiere oír. El auge de los populismos dan fe de ello. Queda por ver si Europa tiene suficientes ganas o siquiera fuerzas para cerrar el paso a los fantasmas de su inconfesable pasado.

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