¿Vive Bélgica una espiral antisemita?

, | 2 octubre, 2014

El último ataque contra la sinagoga de Anderlecht, al este de Bruselas y en un barrio con fuerte implantación de la comunidad musulmana, vuelve a disparar todas las alarmas sobre el antisemitismo. La policía intenta esclarecer quién colocó los cuatro artefactos incendiarios en una de las plantas del edificio, que ya había sufrido otro ataque en 2010. De momento, descarta un atentado terrorista.

belgicaisraelantisemitismoRADIO JAI.- Una conclusión similar a la esgrimida tras el tiroteo contra el Museo Judío del pasado mayo. Mehdi Nemmoouche, un individuo que actuaba por cuenta propia, perpetró el ataque antisemita que acabó con la vida de cuatro personas. Un acto criminal que el Rassemblement des Musulmans de Belgique (Encuentro de los Musulmanes de Bélgica) condenó enérgicamente como “un atentado contra los valores ciudadanos y la cohesión social”. Las últimas investigaciones conectan al franco-argelino con una rama europea del Estado Islámico, el grupo yihadista que expande su terror desde Siria e Irak.

El miedo al antisemitismo en Bélgica, y por extensión en Europa, está presente porque, según explica Joel Rubinfeld, presidente de la Liga Belga contra el Antisemitismo (LBCA), en una charla con El Confidencial, “cada día hay un ataque, literalmente. Antes del atentado contra el Museo Judío había uno cada semana; pero desde entonces (la tendencia) ha explotado… es una paradoja. Tuvo un efecto liberador y temo esa evolución”.

Un odio religioso controlado… de momento

Al incendio en Arderlecht, ocurrido apenas dos días después de la apertura al público del Museo Judío, le han sucedido incidentes violentos esporádicos, como el lanzamiento de piedras contra el Memorial a los Mártires Judíos de Bélgica ese mismo domingo. La cuestión no se relativiza, pero las autoridades belgas evitan hablar del antisemitismo como si fuese un problema generalizado.

Desde hace 10 años, en Bélgica se registran en torno a 70-80 ataques antisemitas al año, según el Centre Interfederal pour l’Égalité des Chances –el organismo público belga contra la discriminación y para la igualdad de oportunidades–. Las cifras no bajan, pero tampoco aumentan. Las tensiones en Oriente Medio, como la ofensiva israelí contra Gaza de 2008 o la de este verano, provocaron picos de conflictividad en la convivencia interreligiosa belga. Con el tiempo, el número de ataques volvió a la normalidad.

“No somos responsables de lo que ocurre en Israel, en Oriente Medio o con el Estado Islámico”, declara Josef de Witte, director del centro, que sí reconoce la preocupación por los vínculos equivocados que algunas personas o pequeños colectivos establecen. “Lo que ha ocurrido en la sinagoga es condenable, pero estos incidentes son excepciones, como el del Museo Judío. Bélgica no es antisemita”, insiste el cargo público.

Un sondeo realizado en 2013 por la UE sobre el antisemitismo en ocho Estados europeos reveló que, en Bélgica, casi una tercera parte de los judíos consultados reconocían haber sido víctimas de este tipo de agresiones, verbales o psicológicas principalmente. Y era de los países donde más parecía crecer el antisemitismo en el último lustro. Un 40% de los entrevistados contemplaban la posibilidad de emigrar porque “ya no se sienten seguros en tanto que son judíos”, recogía el informe.

¿Se marchan los judíos de Bélgica y de Europa?

Los ataques antisemitas provocarían un “éxodo silencioso” de los judíos europeos en palabras de Rubifeld, también por la percepción de que los Gobiernos no actúan con la suficiente contundencia frente a ellos. “Es un éxodo silencioso, que ha empezado, que está creciendo y que en Europa va a peor, las cifras van en aumento”, dice el presidente de la LBCA. No sólo se marchan a Israel o EEUU. Canadá, para los judíos franceses y belgas, sería un destino atractivo por la facilidad del idioma.

Este éxodo se apoyaría en las fuertes estructuras familiares y primarias de esta comunidad. Por ejemplo, en EEUU hay judíos que emigraron hace más de 100 años y que mantienen un contacto fluido con sus parientes y allegados. Pero esta emigración forzada quizás también sucede dentro de las fronteras belgas. En Bruselas y Amberes vive más del 90% de las personas que profesan la fe judía. Perviven pequeñas comunidades en localidades como Charleroi o Lieja, antaño grandes, porque las nuevas generaciones emigran a las dos grandes ciudades.

Amberes es el centro europeo de los diamantes, una industria tradicionalmente asociada a la población judía. Sin embargo, nos dicen desde el Centre Interfederal pour l’Égalité des Chances, no todos los que viven en la gran ciudad septentrional del país gozan de un alto nivel de vida. Como cualquier ciudadano belga, en estos tiempos de crisis, muchos sufren la pobreza, una discriminación económica no asociada tradicionalmente a esta comunidad étnico-religiosa.

Bélgica cuenta con una población judía que ronda los 40.000 habitantes, muy integrados en la vida política, social y cultural del país. Hasta el punto de que cuentan con una radio propia. La cifra, sin embargo, es muy inferior al más de medio millón de musulmanes belgas, entre los que hay una fuerte presencia de marroquíes y turcos, según datos oficiales.

Tras el ataque contra el Museo Judío hubo una reacción de las autoridades religiosas y políticas de ambas comunidades. Líderes musulmanes y judíos ofrecieron una rueda de prensa conjunta en el Parlamento de Bélgica para llamar a la calma, tender puentes de convivencia y ofrecer una crítica unificada contra el antisemitismo y, también, la islamofobia.

A pie de calle la realidad es diferente. Las relaciones entre ambas comunidades son prácticamente inexistentes y se limitan a contactos personales o entre autoridades que colaboran. “No existen muchas relaciones entre musulmanes y judíos”, reconoce De Witte, lamentando que esta falta de contactos no favorece para erradicar cualquier tipo de discriminación. “Deberíamos trabajar de forma conjunta, estamos luchando en la misma batalla, ese es el verdadero mensaje en el que tenemos que trabajar”, concluye.

Un estudio del sociólogo Mark Elchardus, publicado en 2011, corroboraría esta idea al revelar que el 10% de los jóvenes bruselenses se declaraba antisemita. El porcentaje se dispara hasta el 50% si hablamos del mismo colectivo, personas de hasta 18 años, entre los musulmanes. El estudio también se llevó a cabo en Amberes y Gante, y los porcentajes eran igual de preocupantes. La no convivencia entre ambas comunidades no sólo preocupa al poder político o los representantes judíos, sino también a los musulmanes.

El Rassemblement des Musulmans de Belgique considera que Bélgica debe permanecer como un ejemplo de vida entre diferentes colectivos y que no puede haber hostilidades entre ciudadanos de diferentes confesiones. Los últimos estudios no parecen darle la razón. Tampoco a los organismos públicos ni a los actores principales de otras religiones.

Los musulmanes “no son tratados como verdaderos ciudadanos”

La capital de Bélgica es la zona más católica y, a la vez, la más plural del país, según las conclusiones del Barómetro de las Religiones del año 2008. Aunque no están actualizados, los datos muestran una tendencia interesante: un tercio de los encuestados se reconocían como musulmanes frente a sólo una cuarta parte en 2005.

El crecimiento de esta comunidad aparece en otras cifras. Hoy en día más de un 30% de los jóvenes en Bruselas son musulmanes. Elchardus pide mayor trabajo para la “comprensión mutua en aquellas escuelas con una fuerte presencia de estudiantes musulmanes” y que se favorezca, así, su integración, dificultada por la discriminación económica y social. Según De Witte, los problemas vinculados con la islamofobia son “diez veces más altos, si no veinte, porque estos ciudadanos sufren el desempleo, la discriminación laboral… No son tratados como verdaderos ciudadanos”.

Belgas de origen turco y marroquí alegarían esta discriminación al enrolarse en las filas del yihadismo internacional en Siria o Irak o al atentar en las capitales europeas, no sólo contra personas o intereses judíos. Rubinfeld no quiere asociar a los musulmanes con el antisemitismo, como algunas conclusiones del estudio de Elchardus, pero sí resume sobre los extremistas que “no quieren matar judíos, quieren matar belgas, a europeos… Están probando nuestra democracia, su fortaleza”.

 

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