PEDRO SIMÓN. EL MUNDO.- Cuando Nacho Vidal y Franceska Jaimes hicieron público que tenían una hija (y no un hijo) llamada Violeta (y no Ignacio), el Ku Kux Klan de las redes sociales encendió sus antorchas y fue a por la familia: aquello era un «castigo divino» por haber tenido una «vida de excesos».
Lo del «castigo divino» se refería a la condición transexual de la flamante niña, que por entonces tenía nueve años.
Lo de la «vida de excesos» se refería al trabajo del padre y de la madre: los dos son actores porno.
Hubo insultos corales, linchamientos varios y cuerpos arrastrados por el fango. Pero el padre de la niña no denunció a la Policía hasta que vio aquella página de Facebook: una en la que llamaban decididamente a matar a su hija.
Lo que a muchos adultos vuelve locos -tal y como hemos leído-, ella lo lidió de forma bastante natural.
Puedes nacer con genitales masculinos.
Ser vestida con ropa de niño.
Recibir en los cumpleaños regalos de chico.
Estar en toda la documentación oficial como un varón.
Responder al nombre de Ignacio en el colegio y en la cartilla sanitaria, en el libro de familia y en el pasaporte.
Puedes pasar por todo eso y más, decimos. Pero tenerlo muy claro.
-Me llamo Violeta.
«Lo más importante es que ella empatice con la gente que pueda odiarla. En esos casos, el enemigo acaba dándote pena», señala su padre. «Yo le he dicho: ‘Hija, mucha gente te dirá que no le gustas. ¿Verdad que a ti no te gusta todo el mundo? No pasa nada. No quieras gustar a todos. Porque, si no, no tendrás la autoestima que vas a necesitar’».
La paradoja es que Nacho y Franceska quieren que en estas páginas se vea claramente el rostro de su hija («¿por qué no?»), pero la Fiscalía ha tenido que pensárselo. El día en que ésta coincida desde el principio con aquéllos, significará algo: será que ya no hay estigma.
Ahora lo saben los padres: desde el principio los equivocados fueron ellos dos y no ella. No tiene muy claro si será cirujana (eso dice) o no. Si tendrá dos hijos adoptados (eso proyecta) o uno. Si seguirá con las clases de pintura o las dejará. Pero hay cosas que son innegociables.
En 11 años de niña cabe un montón de carácter.
-Me llamo Violeta.
Así se titula el documental coproducido por Mediapro y Polar Star Films que se estrenará en los cines el 28 de junio
Se llama Violeta, es delegada de su clase, estudia 6º de Primaria en Barcelona, sonríe con facilidad, saca notas excelentes en Inglés, Matemáticas y Educación Física, tiene una perra chihuahua que se llama Barbie y, desde que sus padres se separaron civilizadamente, vive con su hermano y su madre.
La escena familiar está grabada con una cámara casera: el bebé tiene año y medio. El padre está jugando con él, rendido en el sofá. Nacho le pregunta: «¿Tú qué eres?». El hijo que todavía es hijo le contesta: ‘¡Niña!’». El padre ríe. Mira a la cámara. Vuelve a hacer idéntica pregunta. El hijo que todavía es hijo responde lo mismo.
Ese día Franceska estaba dándole al botón del Rec. Cuando hoy le damos al botón de Play, su voz dice lo siguiente.
-Fue un embarazo muy deseado, nació con ocho meses. Recuerdo que estábamos en casa de Miguel Bosé cuando empecé a dar a luz. También me acuerdo de la depresión post-parto de después… Siempre iba de rosa y con muñecas. Y cuando cumplió los cuatro años, ya nos obligó a que le comprásemos todo de niña. Sus zapatos de tacón, su ropa, su bolso… Iba por la calle y escuchaba: «Qué niña más guapa». Y ella lo celebraba feliz: «Ayyy, mamá, me han llamado niña».
-¿Tú qué pensaste, Nacho?
-Si te digo la verdad, yo pensaba que era gay.
-¿Cómo te lo dijo tu hija?
-Fue un día en que me llamó por teléfono. Hablamos de varias cosas y al final me dijo: «Papá, te tengo que contar algo: soy una niña y no quiero ser más un niño».
-¿Y qué contestaste?
–Tuve como un sollozo interior… Aquí dentro [se lleva las manos al pecho]. Pero al día siguiente nos fuimos juntos a comprarle ropa de chica.
-Supongo que todo cambió en ese instante…
-Bueno, mi mayor miedo se había hecho realidad. Imagina, los transexuales que yo conozco generalmente vienen de un mundo muy jodido… Y no quieres eso para tu hija. Te reconozco que, en ese momento, cuando me lo dijo, me invadió el miedo.
SÓLO TENÍA SEIS AÑOS. ME DIJO: ‘MAMÁ, MI CABEZA ME DICE QUE SOY UNA NIÑA’FRANCESKA JAIMES, MADRE DE VIOLETA
Franceska hizo lo mismo que cuando te cuentan algo y no sabes muy bien qué es: se puso a buscar por internet. Así dio con aquel vídeo de Youtube en el que se contaba la historia de una niña canadiense que decía sentirse niño. Se lo enseñó a Violeta para ver lo que opinaba. Sólo tenía seis años. «Me dijo: ‘Mamá, yo tengo el mismo problema, sólo que al revés: mi cabeza me dice que soy una niña’».
Vinieron las consultas al psicólogo, el ir contándole a la familia y, por supuesto, tachán, aquel primer día de cole con ropa de niña.
Un vestido vaquero de flores y tirantes.
Unos zapatos de bailarina.
El pupitre de siempre.
El alumno, no.
«Quedaban 10 días para que acabara el curso y yo le dije que era mejor que terminara yendo como un chico y que ya se vistiera como una niña al siguiente… Ella me dijo que nunca más iría con ropa de niño. Yo le argumenté que se iban a reír de ella. Entonces, con una madurez pasmosa, me contestó: ‘A mí me da igual lo que me digan, yo sé muy bien lo que soy’».
Y así fue Violeta al colegio.
Y entró a clase.
Y nunca más Ignacio volvió.
«Cuando era un niño, era un niño muy feliz, pero cuando fue niña… uf… Cuando le vi de niña me di cuenta de que lo anterior no había sido verdadera felicidad».
Cómo será la intencionalidad pedagógica del documental que sus creadores solicitaron al Instituto Catalán de Empresas Culturales que la cinta fuera calificada «apta para todos los públicos». Petición que fue matizada por el organismo: lo ha etiquetado como «apto para todos los públicos», sí. Pero con un añadido inusual: «Especialmente recomendado para el fomento de la igualdad de género».
La vitola es porque hay historias que merecen la pena. Pongamos, la alumna ha mejorado su rendimiento desde que se siente identificada con su aspecto. Pongamos, conserva las mismas amigas.
Aunque no todos los tragos han sido dulces.
Ocurrió en 2016. Nada más anunciar la salida de su vuelo, Nacho y los dos hijos se fueron a la puerta de embarque indicada y guardaron cola hasta que llegó su turno.
Todo iba bien hasta que la trabajadora de la línea aérea les requirió en voz alta los pasaportes.
-Ignacio. A ver, ¿quién es Ignacio?
-Soy yo -dijo Violeta.
Levantó la vista, miró de arriba abajo a la niña.
-¿Pero cómo vas a ser tú Ignacio?
«Intervine», cuenta Nacho. «Le dije a la niña que pasara. Y a la señora le expliqué en un aparte el asunto… Mi hija tenía ocho años entonces, se quedó hecha polvo».
La escena anterior ya no podría repetirse hoy. Y ello es porque el cambio legal lo han conseguido hace unos meses. Lo pidieron cuando tenía seis años. Se lo han dado al día siguiente de cumplir los 11.
«Han sido cinco años de travesía. Es algo abusivo», recuerda Franceska. «Nos propusieron que le pusiéramos de nombre Alex, porque era más neutro, pero nuestra hija no se llama así… Por ese motivo nos denegaron la documentación la primera vez. Como si fuera un capricho nuestro».
RESPETAR A ALGUIEN COMO MI HIJA FORMA PARTE DEL CRECIMIENTO PERSONAL DEL PRÓJIMO, NO DEL MÍO NI DE ELLA»NACHO VIDAL, PADRE DE VIOLETA
A la vuelta de la esquina están los bloqueadores hormonales que deberá tomar [para frenar la testosterona, hormona masculina]. Pero sobre todo está el curso que viene: la chica deja la Primaria (ay) y empieza el instituto.
Cuando los padres intentaron inscribir a la hija en una reputada institución educativa, ésta se negó.
-No estamos preparados -les dijeron.
-¿No estáis preparados para tener niñas? -preguntaron.
-No estamos preparados para su hija.
-Pues les damos las gracias por no aceptarla. Porque antes no sabíamos qué tipo de institución eran y ahora ya sí.
«No puedo obligar a que los demás quieran o acepten a mi hija. Es problema de ellos. Yo también pasé una época en la que decía que un travesti era un tío y punto. Eres así hasta que pasa algo que te hace despertar un nivel de conciencia superior», reflexiona el padre. «Ahora empatizo con todo el mundo, lo vivido me ha hecho empatizar hasta con los del autobús de HazteOir [asociación ultra-católica de extrema derecha que promovió una campaña itinerante contra la transexualidad]. Yo puedo explicarles esto si quieren. Respetar a gente como mi hija forma parte del crecimiento personal de ellos; no del mío ni de ella».
Los niños lo ven todo desde más abajo, que suele ser una forma más elevada de verlo.
Por ejemplo, la mirada de León.
El día en que León -algo celoso, nueve años- le preguntó a su madre que por qué no hacían no ya una película sobre él, sino al menos un libro, su madre le contestó que el documental era por la «situación» de Violeta. Entonces León volvió a preguntar: «¿Y qué situación es esa?».
Él ya sabía.
Pero lo vio más claro el día en que fue invitado junto a su hermana y sus padres a ver un pase privado del documental.
Son un puñado de historias de personas transexuales. Personas que se cruzan. La principal es la de Violeta. Pero la más amarga es la de Alan.
Se llamaba Alan, estaba haciendo el camino inverso al de Violeta, tenía 17 años, no aguantó más el acoso y se suicidó en Sant Cugat tomándose un cóctel de fármacos en la Nochebuena de 2015.
Franceska estuvo en el entierro del adolescente. La madre de Alan estuvo en el pase del documental. León lloró al verlo.
Hay películas que acaban fatal y otras que terminan con mucha luz.
La de la niña que hoy nos ocupa cierra con un acto de autoafirmación al final de la cinta, a la altura de la hora y 13 minutos de grabación: es ella dando la cara mirando a la cámara. Con el pelo recogido y una blusa blanca. Sonriendo como cuando acabas de soplar todas las velas de la tarta y tu gente aplaude. Con esa sonrisa de niña de 11 años a la que se le ha caído un diente.
Y diciendo para terminar de una vez.
-Hola, me llamo Violeta.