Episodios como las galletas con dentífrico o el espray de pimienta ilustran la búsqueda de la notoriedad a base de agredir a personas anónimas. Se ven reforzados por «un público y una demanda» analiza el sociólogo Josep Lobera. «Se ejerce poder y se reciben los coros» del grupo, explica el forense Maxim Winberg. Necesitan «víctimas indefensas» como ancianos o sintecho. Luego la audiencia expande su efecto: «La televisión es su altavoz», cuenta la periodista Mariola Cubells
RAUL REJÓN. ELDIARIO.ES.- Planificar, ejecutar, registrar y difundir. Después, recibir los aplausos de una audiencia complaciente. Algunos episodios de youtubers que humillan o agreden a personas vulnerables han trascendido el cosmos de los canales de internet. La sensación de ejercer poder y el refuerzo colectivo exigen hallar un individuo indefenso sobre el que aplicar el control.
¿Qué lleva a un joven a dar galletas con dentífrico a un sintecho para grabarlo? El profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, Josep Lobera, entiende que «en la sociedad del espectáculo todo se banaliza y más en la esfera pública digital, que ofrece expresiones muy positivas, pero también actúa con lo que menos nos gusta». Dentro de esa dinámica, la violencia (física, verbal o psicológica) como la de estos vídeos también «queda convertida en un objeto».
Por su parte, el psicólogo forense Maxim Winberg explica que en el origen de estas actitudes, como la humillación de dar comida trucada a un necesitado, muchas veces hay «una búsqueda de ejercer el control, el poder. Incluso alardear de lo que han hecho».
Winberg trabaja en el Instituto de Medicina Legal en Toledo y cuenta que más allá de estos casos de youtubers famosos «hay ocasiones en las que caen en la esfera de lo penal». Y pone el ejemplo de algún acusado que prestó un piso para que una pareja tuviera relaciones sexuales. Los grabó secretamente y difundió las imágenes.
Uno de los episodios que rompió los círculos de canales de Youtube fue el llamado «caranchoa». Un chico se grababa haciendo una pregunta y deslizaba ese epíteto al entrevistado. A pesar de que le advierte para que no lo haga, repite la dinámica hasta que recibe un bofetón. Lobera ve dos motivaciones para prestarse a este juego. «Por un lado la crematística. El éxito de un vídeo implica dinero para una nueva generación de lo que se puede llamar microempresarios».
Pero, por otro, «se alimenta una micronotoriedad debido a que existe un público, una demanda». Es lo que Winberg llama «recibir los coros». Es decir, «el grupo le da al me gusta. Si hubiera una reacción negativa, inmediata y continuada, se cortarían estas actitudes», cuenta.
Aplauso que refuerza
Porque, una vez colgado el producto, existe una audiencia que lo consume, lo retuitea, lo expande… «No serían nada sin la televisión», analiza la periodista especializada en medios Mariola Cubells. Cubells cree que estos episodios son fruto de una especie de «burbuja youtuber» pero profundiza: «La televisión les sirve de altavoz. Los refuerza porque hay un montón de gente que no es aficionada a la red pero sí a la tele». Y le exige que no se preste a ello. «No es lo mismo que se cuente como algo lacerante o como puro divertimento».
Una de las últimas grabaciones de este estilo ha sido protagonizada por un chico que tiende una trampa a un repartidor de pizzas. Simulando una queja, hace que el trabajador inhale espray pimienta. «Forma parte de un continuo violento en la sociedad: maltrato escolar, maltrato laboral, espectáculos violentos…» relata el sociólogo Lobera. «Es un fenómeno que se ha repetido en muchas sociedades pero ahora se ve reforzado por la espectacularización y la esfera digital», cuenta.
«Se me escapan los detalles legales», abunda Mariola Cubells, pero «choca que a veces se pongan tantas trabas para que aparezca una imagen erótica y estas escenas vean la luz» –Youtube sí eliminó este vídeo concreto aunque el autor colgó en esa red un alegato en su favor con un enlace directo a su obra–. La policía investiga si los hechos son reales y si pueden constituir un delito, según Efe.
El psicólogo forense insiste en que una red social es una manera «de darse entidad» en el sentido de que «no estar en la colectividad a la que sigues y te siguen es estar ajeno a la realidad». También influye, afirma, «que el éxito social está en lo cuantitativo más que en lo cualitativo. Es más superficial y más sencillo». Para Lobera «de esta manera se exorciza la violencia que se experimenta en la sociedad».
Vulnerables
Las víctimas de los tres vídeos famosos son un sintecho, un repartidor y un trabajador cualquiera. Tienen un patrón similar de anonimato. «Es imprescindible que las víctimas sean vulnerables», relata el forense Winberg. Según su experiencia es preciso que el escogido esté indefenso para ejercer ese control. «Por eso me topo con vídeos de chicas solas en el metro, de ancianos, de gente sin hogar…», especifica.
Coincide el profesor de Sociología al analizar que «tienen que encontrar a alguien más débil para reírse de él o de ella. Esa es la fórmula: alguien que esté en peor condición que yo para, en comparación, estar en un nivel superior aunque esté mal». Y por el que el perpetrador no siente empatía, no es capaz de ponerse en su lugar. «La proporción de personas con falta de empatía patológica es del 1%. Eso ya es un montón de gente», subraya Winberg.
Mariola Cubells piensa que estos productos audiovisuales no dejan de ser de alguna manera herederos de cierto tipo de televisión. «La tele siempre influye y nos hemos ido acostumbrando a estos comportamientos: lo grosero, lo violento… todo vale. Hasta llegar a estos mensajes letales».