El asesinato de Luca Attanasio, embajador italiano en la República Democrática del Congo, revela una vez más la dramática situación que impera en el país africano. Los grandes esfuerzos que ha realizado la comunidad internacional por asegurar y garantizar la paz en el Congo no han producido todos los resultados esperados. Desde luego, se debe reconocer que las distintas Misiones de Naciones Unidas han tenido efectos bastantes positivos en la estabilización del país y, en particular, a la hora de tranquilizar algunas zonas. Sin embargo, todo ello ha sido claramente insuficiente para lograr la paz y asegurar el respeto de los derechos humanos en la totalidad del país. El trágico suceso del embajador de Italia, de un carabinero y del conductor congoleño ha tenido lugar precisamente en el marco de la acción de MONUSCO y, con ello, se pone a prueba la capacidad de Naciones Unidas para hacer frente a este eviterno conflicto.
La clave está en que se logre un acuerdo en la comunidad internacional y, en especial, por los Estados particularmente interesados en la situación del Congo. La permanente lucha por el poder en el país africano y los suculentos beneficios económicos que se buscan en un país con extraordinarios recursos minerales siguen estando en la base de los enfrentamientos y no tanto, aunque a veces se piense así, en las cuestiones de carácter identitario.
El panorama que proporciona el conflicto en esta República es verdaderamente desolador y hace pensar en que la comunidad internacional debe activar otras medidas y políticas que conduzcan a una auténtica pacificación, sobre todo, en la zona oriental del país. En verdad, todo presagia la ausencia de voluntad política para poner fin al conflicto que desangra el Congo y menos ahora cuando se ha incrementado la violencia. Sin duda, la sociedad civil es la que sufre con mayor intensidad las consecuencias de un conflicto al que la comunidad internacional está obligada a poner fin.