JOSÉ MARÍA CALLEJA. ELDIARIO.ES.- Aquello fue una insurrección cívica. La imagen de las mujeres de Ermua, puestas de rodillas, con las manos entrelazadas en su nuca y diciendo: «ETA, aquí tienes mi nuca», era la expresión cabal y digna de que mucha gente había perdido el miedo. Personas que se inauguraron en la lucha contra el terrorismo, identificadas con un chaval que podía ser su hijo, el novio de su hija, su vecino, uno del pueblo.
No fue un error táctico de ETA el secuestro de Miguel Ángel Blanco, fue una barbaridad desde el punto de vista ético. Una tortura con final de muerte.
Veníamos de la imagen de José Antonio Ortega Lara, con aquella expresión en la cara y el cuerpo de superviviente de campo de exterminio. El idiota moral de guardia advirtió: después de la euforia policial –se refería a la liberación de Ortega Lara después de la tortura de 532 días de secuestro–, vendrá la resaca. Así fue, se ve que Floren Aoiz manejaba buena información de la banda.
Encabronados por la libertad de Ortega Lara, los etarras secuestraron a Miguel Ángel Blanco y anunciaron su muerte en 48 horas. Posiblemente, si le hubieran asesinado en el momento, como a tantos otros antes, el crimen no hubiera tenido tanta repercusión, pero alardearon de un secuestro/tortura tasado y en esos dos días de plazo mucha gente en Euskadi sintió que debía implicarse, pensaron que si a ETA le quedaba una brizna de humanidad no asesinaría a aquel joven tan cercano a tantos vascos. Mujeres y hombres salieron a la calle, por mí que no quede, para impedir el crimen a doble sangre fría. Lo mataron al final, demostrando su crueldad intrínseca, su vileza.
Nunca antes había salido tanta gente a la calle en el País Vasco. Veníamos de manifestaciones en las que estábamos una decena en la Plaza de Gipuzkoa (San Sebastián); ‘dilo con tu silencio’, decíamos en las pancartas temblorosas. Pero también de las movilizaciones lejanas contra el crimen de Martín Barrios, contra el secuestro y crimen de José María Ryan; más cercanas: contra el crimen de Gregorio Ordóñez y de Fernando Múgica; del lazo azul, símbolo contra la tortura del secuestro de Julio Iglesias Zamora y José María Aldaya. El vaso se fue llenando poco a poco, muy poco a poco, durante muchos años, y con Miguel Ángel Blanco se desbordó.
Mucha gente se estrenó en la protesta y cuando se anunció el crimen, nos fuimos a las sedes de HB, gente con el carrito con el niño, mayores, todos indignados. Los ertzainas se quitaron el casco y el pasamontañas delante de la sede de HB, en la calle Urbieta, número 64, de San Sebastián.
ETA, que empezó a ser derrotada en el golpe policial del 29 de Marzo de 1992, en Bidart, tuvo en el crimen de Blanco un episodio de rechazo sin precedentes, un acelerón determinante en la cuesta abajo de su derrota.
ETA no anunció que dejaba de matar hace más de cinco años porque le diera un ataque de bondad. Dejó asesinar porque la policía la derrotó. La policía, algunos jueces, las leyes que les achicaron los espacios de su impunidad, la movilización ciudadana, el hartazgo que ya provocaban incluso entre los indiferentes.
Todo el mundo recuerda qué hacía el día en que asesinaron a Blanco: unos nos manifestábamos en Bilbao, otros estaban en la playa. Ese recuerdo como síntoma de algo trascendental.
Los del empate infinito, los del hay que ceder, los que denostaban la vía policial y nos ponían una diana por decir algo tan obvio como que a los criminales había que detenerlos, vieron cómo lo golpes policiales y la movilización ciudadana derrotaron a la banda.
Veinte años después, queda la alegría por la derrota de la banda y la tristeza porque los asesinados no volverán.