Aleksandr Shprygin, antiguo líder de la Asociación de Hinchas de la selección de fútbol de Rusia, actualmente suspendida, fue expulsado dos veces de Francia durante la Eurocopa de 2016
13/06/2018 El País.- Hace dos años, al margen del partido Inglaterra-Rusia de la Eurocopa, las dos hinchadas convirtieron Marsella en un campo de batalla. El mundo entero lo presenció con horror. Sin embargo, en Rusia, los ultras que lograron derrotar a sus «padres espirituales» fueron recibidos como héroes. «Bien hecho, chicos», tuiteó el diputado Igor Lebedev, mientras Vladímir Putin liquidaba el episodio con un comentario irónico: ¿cómo ha podido ser que 200 rusos venciesen a más de 2.000 hooligans ingleses? «Fue una simple pelea», restaba importancia Aleksandr Shprygin, un hombretón de 40 años que todos tratan con respeto en el bar deportivo de Moscú en el que nos encontramos. En 2016, el líder de la hinchada del Dinamo de Moscú y luego de la Asociación de Hinchas de la selección de fútbol de Rusia, actualmente suspendida, fue expulsado de Francia no una vez, sino dos.
«Quienes temen que los sucesos de Marsella se repitan en el Mundial se equivocan. El nivel de seguridad en Rusia no tiene precedentes», asegura Shprygin, añadiendo a continuación: «Es verdad que el fútbol es pura emoción. A lo mejor se produce algún enfrentamiento menor, pero nada de batallas. Son los medios de comunicación británicos los que vaticinan un ‘festival de violencia’. Como se han quedado sin Mundial, no se resignan, pero con eso se hacen daño a sí mismos. Puede que algún adolescente de Volvogrado se pregunte cómo es posible que su abuelo defendiese a los británicos de los nazis y ahora estos nos declaren la guerra, y decida que hay que darles una lección». No obstante, se apresura a puntualizar: «Nadie se está preparando para pegar a los extranjeros. Todo el mundo sabe que iría derecho a la cárcel».
Los últimos años, las autoridades han apretado las tuercas a los ultras por todos los medios a su alcance: detenciones preventivas, amenazas, e incluso promesas firmadas de «buena conducta». «Los que se lo pueden permitir se marcharán al extranjero», explica el exlíder. «Así, si pasa algo, podrán enseñar el billete y el sello en el pasaporte». A los 467 ultras de la lista negra de los violentos se les ha negado el fan id, el «pasaporte del hincha» necesario para asistir a los partidos. Shprygin no figura en ella, pero ha sido desterrado de las gradas sin recibir explicación. El año pasado, cuando estaba a tan solo un centenar de metros del estadio, se enteró de que no podía asistir a la Copa de Confederaciones, y mañana no se le permitirá estar en el partido inaugural. «Su solicitud ha sido rechazada», lee pasando la pantalla del móvil. «En estos casos no hay nada que hacer».
El punto de no retorno fue la Eurocopa de 2016. Entonces acabó la marcha triunfal que había llevado a los ultras rusos a sentarse a la derecha del poder. La asociación fue suspendida, y el propio Shprygin, que había llegado a ser asistente de Lebedev y que en 2010 había acompañado al entonces primer ministro de Putin a depositar flores a la tumba de un hincha del Spartak, fue repudiado. «Me pintan como el jefe de un supuesto ‘ejército de Putin’ enviado a Francia a crear el caos en la ‘guerra híbrida’ contra Occidente. Todo fantasías. Solamente hemos tenido relaciones de trabajo».
En todo caso, la edad de oro de la complicidad con el Kremlin ha llegado a su fin. Comienza ahora la de la tolerancia cero. Aún queda el temor a los episodios xenófobos como el lanzamiento de plátanos o los cánticos racistas contra los jugadores de color registrados en demasiadas ocasiones en los estadios rusos. Shprygin niega con la cabeza. «Son casos aislados que la gente muchas veces se inventa ‘chupándose un dedo», expresión rusa equivalente a «sacarse algo de la manga». Cuando se le recuerda que en el pasado se auguraba una selección nacional «de eslavos» responde que lo que querían decir era que saldría «de la cantera rusa». De su saludo nazi inmortalizado en una foto asegura que «era joven y estaba borracho». No obstante, da un consejo a los homosexuales: «No habrá persecuciones, que quede claro, pero estamos en un país conservador, así que mejor evitar las carantoñas en la plaza Roja».