La Opinión. El Correo de Zamora.- “Acoso, expresiones vejatorias y degradantes, con matiz racista y homófobo”. La sentencia de la Audiencia de Zamora descarta que el continuado ataque durante un mes de tres menores de 14 años de Villafáfila a un niño nacido en China y adoptado por una vecina del pueblo zamorano sean meras “gamberradas sin importancia”, como argumentaban los abogados de los denunciados. El menor agredido tuvo que ser tratado por un cardiólogo y por ansiedad, con una lesión en la válvula mitral por tanta tensión. Asistió a sesiones de relajación para aprender a manejar el estrés y continúa yendo al psicólogo.
“Cuando me agreden siento tristeza y angustia, te sientes solo, es muy doloroso que no quieran estar contigo”, declara el pequeño, que sufre ataques de pánico, taquicardias y dolores de cabeza. “Y se siente culpable por el rechazo. Ha llegado a renegar de su raza, dice que quiere tener los ojos redondos”, añade la madre nacida y criada en esta localidad terracampina, en la que su propia familia rechaza a su hijo, «han llegado a decirme que nos fuéramos del pueblo». Una actitud que ha causado mucho daño al niño, «me dice que «no tendrías tantos problemas si no me hubierais traído», si no le hubieran adoptado.
Adoptado con 21 meses
La zamorana recuerda cuando fue al pueblo por primera vez con su hijo, al que adoptaron cuando tenía 21 meses, «era un un bebé y una vecina mayor nos dijo «¡lo que nos faltaba: un extranjero!». Otro me lo llama indio y le dice que se vaya, que están por todos lados».
Los magistrados de la Audiencia califican con absoluta claridad la gravedad los hechos juzgados que “fueron acompañados con actos dirigidos a acosar y causar intranquilidad y temor” en el pequeño “de nacionalidad española, bautizado en Villafáfila, donde ha hecho la comunión y todo”, recuerdan sus padres.
Años de sufrimiento
“Es que ya son tantos años de sufrimiento, estamos cansados. Que te digan que cómo se te ocurre venir al pueblo con un chino, que una cosa es verlos en Madrid y otra en Villafáfila…”, declara la madre adoptiva, que describe a un hijo tranquilo, que nunca les ha dado un problema, con buenas notas, “inteligente, alto, que mide 1,70 y es muy guapo”, recalca.
El matrimonio tiene una retahíla de incomprensibles ataques a su hijo, “solo porque tiene los ojos rasgados”, desde mofas a agresiones “en las piernas con las varas de los cohetes de las fiestas, el pobre las tenía moradas. Llegó a estar cuatro días cojo por una patada que le dieron en el fútbol; en la piscina, le tiran al agua”. Lamenta “no haber hecho fotos mucho antes” de las secuelas de esas agresiones y haber denunciado.
El menor huye de los conflictos y también de plantar cara, «se deja hacer, se calla, «para qué voy a discutir y ponerme a su altura», nos dice». Estos padres no comprenden la pasividad del alcalde del municipio, que no haya hecho nada por integrar a su hijo, pero «iremos al Procurador del Común y a donde haga falta», añade al zamorana. «El vacío y el acoso social es constante» en el pueblo que la vio nacer, pero esta familia no encuentra ningún respaldo institucional o vecinal para ponerle fin a una situación inexplicable.
El matrimonio lo ha intentado todo antes de poner el caso en manos de los jueces: “Hablar con las madres” de los niños que maltrataban a su hijo, pero no servía de nada, “algunas me decían que eran cosas de niños y que no había que meterse”. Y, mientras tanto, su hijo llegaba a casa marcado físicamente o destrozado psicológicamente. “Es llegar al pueblo y empiezan las llamadas continuas a cualquier hora, con insultos y amenazas”, para hostigar su hijo. «!Si le robaron hasta la bici y se la tiraron al regato! ”, eso sin contar las múltiples veces que “le han orinado en las ruedas”.
El pequeño le ha llegado a confesar a la psicóloga que «fue feliz hasta los siete años, en Infantil y un poco en Primaria”, hasta que creció. “Lleva sufrido mucho, y más que nos ha ocultado”. La gota que colmó el vaso fue el episodio de agosto de 2019, cuando estaba con un grupo de amigos en un recinto que sus padres construyeron junto a su casa en Villafáfila y donde el hijo tiene la peña.
Desde fuera y “prácticamente a diario”, un grupo de niños, entre ellos los tres condenados, cerraron la puerta de acceso con un palo para encerrarles y “arrojarles basura, piedras y otros objetos”. Los padres de la víctima denunciaron a nueve niños en total, «pero los que eran menores de 13 años son inimputables», no se les puede imponer ninguna medida cautelar por parte del Juzgado de Menores de Zamora.
Informes del equipo psicosocial y forenses: la verdad de lo ocurrido
Los informes del equipo psicosocial de Menores y de los médicos forenses confirman que el testimonio del menor se corresponde con las experiencias vividas en el pueblo terracampino. Y los magistrados de la Audiencia de Zamora corroboran en su sentencia que el relato que hace de esas agresiones y vejaciones son coherentes, veraces y persistentes en el tiempo. En definitiva, lo que el menor denuncia es la verdad de lo ocurrido.
Los condenados actuaban “infundiendo temor” al niño y a sus amigos y “con la deliberada intención de vejar y humillar” al hijo de la zamorana, para “burlarse de él, llamándole gilipollas, imbécil y chino de mierda”, “vete a tu puto país”, y expresiones que cuestionaban su virilidad, «le llamaban marica», recoge la sentencia del Juzgado de Menores que ha condenado a uno de los acosadores a 18 meses de libertad vigilada; y a los otros dos, a 9 meses de tareas socioeducativas.
Los tres condenados tendrán que indemnizar conjunta y solidariamente al menor acosado y vejado con el pago de 400 euros por los diez días en los que tuvo que someterse a diversos tratamientos médicos; 120 euros por las sesiones de psicoterapia a las que tuvo que acudir; así como otra cantidad por los daños y perjuicios causados.
En las fiestas de Villafáfila, en el lanzamiento de cohetes, «han llegado a tirarle a los ojos serrín del que se echa en el suelo». Y cuando llegó la pandemia del COVID tuvo que escuchar que todo era culpa de los chinos, de su país.
Los ataques de pánico le han apartado de los colegios a los que ha ido en Valladolid, donde reside habitualmente, pero no hacen nada para impedir que se les acose, explican los padres del menor, que denuncian una situación que afecta a muchos niños adoptados que proceden de otros países. «En La Salle, que estuvo tres meses, se negaba a acudir a clase porque no sabía lo que le iba a pasar cada día. Yo iba a verle al patio, en el recreo, y he presenciado agresiones», agrega la madre, que trabaja cerca del centro escolar. Golpes con las mochilas, tras encerrarle en el baño; o con una raqueta que le costó una lesión en la mano porque se cubrió la cabeza para que no le dieran; moratones en las piernas o en los brazos; una contractura en el cuello porque le empujaron para que se diera contra una fuente de agua.
Al principio, cuando comenzó a sufrir estas situaciones, «no nos contaba nada, ahora ya sí». Su tabla de salvación ha sido el grupo de Scout de Valladolid, donde se siente aceptado y amparado. Y sus amigas, «con las chicas no tiene problemas». También tiene amigos en la Asociación de Familias Adoptantes de Castilla y León (Arfacyl), que ha denunciado en reiteradas ocasiones que «la gran mayoría de los niños adoptados sufre el racismo antes o después y , en mayor o menor medida, en la calle, los parques y la propia escuela». Lamentablemente, también en localidades en las que la población debería recibir a los nuevos niños y niñas como la gran esperanza contra la despoblación, independientemente de cuál sea su país de origen.