Un cerdo en la mezquita

, | 7 agosto, 2017

Alguien dejó una cabeza de cerdo en una ventana de la nave que los musulmanes de Alhama quieren convertir en mezquita. Esta ofensa y expresión de rechazo crispa el ambiente en uno de los pueblos con más inmigración marroquí del campo murciano. El alcalde llama al diálogo, pero 1.400 vecinos no quieren a Mahoma en el barrio.

INTERVIÚ.- Son las siete de la tarde de un caluroso miércoles 2 de agosto. El termómetro marca 37 grados cuando la tranquilidad del barrio de Las Filipinas, en el municipio de Alhama de Murcia, poblado en su mayoría por jubilados, se ve rota por la aparición de una cabeza de cerdo colgada en la ventana de una nave de 400 metros cuadrados. Cualquier persona ajena a esta población no sabría explicar este suceso. Pero para los vecinos todo cuadra si se trata de la calle Isla Cebú y el lugar en el que se ha puesto la pieza de porcino es el que ha adquirido hace un mes la comunidad musulmana de la localidad para abrir una nueva mezquita. 

La cabeza, despellejada, sanguinolenta y partida por la mitad, fijada a la reja de la ventana ante la mirada de los viandantes que a esa hora salen a comprar o a pasear al perro, es una prueba más de la tensión que se respira estos días en el pueblo. Los vecinos de Las Filipinas aseguran haber recogido 1.400 firmas en contra de la instalación del centro islámico, pero se desmarcan del suceso acaecido ese mismo día. “El que lo ha hecho no es del barrio, no tenemos nada que ver con eso”, afirma, tajante, José Manuel Ruiz, uno de los residentes en la zona de conflicto e implicado en la recolección de firmas.

A Ouafae Tahchoucht, marroquí de origen que se define como “alhameña y musulmana”, este acto le parece fruto del “racismo y el odio”. “Está claro que es una provocación. De esta forma muestran que están en contra de la mezquita. Algunos están buscando que nos pongamos a su altura, pero no lo van a conseguir”, explica resignada al enterarse de la noticia por interviú. Con 19 años, no entiende que algunas personas hagan “este tipo de cosas”, porque la convivencia hasta ahora había sido “muy buena” y en el barrio de Los Dolores, donde se sitúa la mezquita actual, “nunca” han tenido problema con los vecinos.

Abdelkader, inmigrante marroquí y representante de la Asociación Mezquita El Hoda, comprende los miedos de los que pueden llegar a ser sus vecinos, pero defiende a su comunidad. “Las personas que vienen lo hacen en silencio. Rezan y se van. Se enseña el Islam, aquí no hay radicales”, asegura tratando de desmarcarse de los grupos extremistas. “Cualquiera que conozca bien los valores de nuestra religión, no hace atentados”, añade la joven Ouafae.

Jehová sí, Alá no
Alhama de Murcia tiene casi 22.000 habitantes, de los cuales alrededor de 2.200 son musulmanes, es decir, un 10 por ciento de su población total. En el caso de los niños de entre 4 y 12 años, esta proporción asciende hasta el 25 por ciento. “Es una realidad social que estaba tapada. Desde hace dos años celebran el Ramadán en el complejo deportivo Guadalentín porque les cedimos este espacio público”, cuenta Diego Conesa, alcalde socialista.

El domingo 30 de julio se reunió en el único parque del barrio con los vecinos de Las Filipinas. Se congregaron unas 400 personas, para tratar el tema de la nueva mezquita. “El ambiente era de una hostilidad total. Me llamaban ‘el alcalde de los moros’ y se acusaba al Ayuntamiento de haber impulsado económicamente la adquisición del nuevo edificio por parte de la comunidad musulmana. Es totalmente falso. Ha sido adquirida por ellos con dinero aportado por sus asociados”, aclara Conesa, algo que confirman los propios implicados. El local había sido una carpintería que se quedó un banco.  
De los allí reunidos, “ni uno dijo estar a favor”, dice el alcalde, y le choca, pues en ese mismo barrio ya hay un local religioso para los testigos de Jehová y no ha habido quejas. “Si este nuevo centro fuera cristiano, no generaría el mismo rechazo”, afirma el edil, que llega a reconocer la posibilidad de que en este caso exista “un punto de racismo”.
Puede que eso mismo hayan detectado otras fuerzas políticas. Dos días después de la asamblea, la Falange de Murcia aseguró en su web que se había reunido también con los habitantes de Las Filipinas.

“Aquí no se discrimina a nadie. Queremos una solución porque en este barrio no podemos asumir que vengan 50, 80 o 100 coches. Y cuando llegase el Ramadán, esto se colapsaría”, argumenta el vecino José Manuel Ruiz. Agricultor de 40 años, trabaja día a día con musulmanes en los campos del municipio. “Entiendo que necesitan un espacio, como cualquier otro colectivo, pero aquí no. No hay sitio”, expone con un tono airado.
Mucho más radical que Ruiz se  muestra Esteban Muñoz, de 55 años y natural de Vitoria, que pasea cerca del local que podría convertirse en mezquita. “Esta gente aquí sobra. No vienen a rezar, vienen a crear problemas. Son retrógrados y machistas”, dice refiriéndose a la comunidad islámica.

“No queremos molestar”
Aunque el principal temor en Las Filipinas es el de que el barrio “se masifique” por la presencia del centro de culto, las cifras de asistencia al rezo que manejan tanto en el Ayuntamiento como la comunidad musulmana parecen bajas. “A diario van entre 20 y 30 personas y los viernes, que es su día sagrado, unas 100”, señala Diego Conesa.  Además, según Abdelkader, representante de los asistentes, “la inmensa mayoría vienen andando”, por lo que no habría tantos problemas de aparcamiento.

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