Ultras griegos atacan las lanchas de los refugiados que tratan de cruzar el Egeo

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AlíALBERTO ROJAS. EL MUNDO.- La diáspora sabe que tiene que enfrentarse al mar con botes de fortuna y motores reciclados, al invierno balcánico, a los traficantes de personas, a 10 fronteras terrestres y al paso de los Alpes para llegar a su destino. Pero con lo que no contaban es con un nuevo y peligroso desafío: los ‘piratas’ del Egeo. La organización Human Right Watch ha documentado ocho ataques de embarcaciones sin bandera, con hombres armados y el rostro oculto tras un pasamontañas negro.

Estos asaltos se suceden desde lanchas rápidas, en varios puntos fronterizos. ¿Su objetivo? Romper el motor, verter toda la gasolina del bote al mar, pinchar la embarcación o remolcarla hasta aguas turcas. «Les apuntan con pistolas, vestidos con uniformes negros. A veces por la noche y a veces a plena luz del día», relata a EL MUNDO Eva Cosse, la autora del informe de Human Right Watch. Amnistía Internacional también ha documentado situaciones muy similares en la frontera de Evros.

El rumor sobre la existencia de estos grupos de incontrolados lleva escuchándose en toda la costa griega desde el pasado mes de septiembre. Varios refugiadosiraquíes afirmaron a este periodista en la isla de Kos que habían tenido que volver a Turquía después de hombres sin identificar pincharan su embarcación. La cadena CBS grabó desde la costa uno de estos ataques el 8 de septiembre, pero hasta ahora ninguna organización había documentado una serie de asaltos como esta. «Los testigos están ofreciendo una información muy detallada de estos incidentes», asegura Cosse.

El reciente informe es sólo la parte tangible de una práctica que lleva meses funcionando: el 30 de julio de este año, tres ciudadanos griegos vestidos con uniformes parecidos a los de un cuerpo de seguridad fueron detenidos y llevados ante la justicia. Se determinó que no eran miembros de la Guardia Costera. Sin embargo, no se especificó qué cargos había contra ellos ni si han sido condenados. El móvil no es el robo, sino la expulsión de los refugiados hacia Turquía.

El día 9 de octubre, la embarcación en la que viajaba Alí, un afgano de 17 años, sobrecargada con hombres, mujeres y niños, fue atacada a los 30 minutos de salir del lado turco por una de estas lanchas, con cinco tipos armados vestidos de negro en su interior: «Creíamos que venían a ayudarnos, pero en cuanto se acercaron vimos sus intenciones agresivas. Hablaban un idioma que no entendíamos. Nos abordaron y nos destrozaron el motor«. A partir de ahí, el bote fue a la deriva durante una hora hasta que los miembros de la ONG Proactiva los rescataron cerca de la playa de Assos. Ese día los atacantes hicieron lo mismo con otras tres embarcaciones más.

¿Qué perfil tienen los atacantes? Para Eva Cosse, «todos los escenarios son posibles. ¿Son miembros de grupos de extrema derecha? ¿Oficiales de la Guardia Costera actuando por su cuenta? La evidencia que hemos recogido no permite sacar conclusiones. Por eso es tan importante que las autoridades se tomen estas denuncias en serio y lleven a cabo una investigación exhaustiva sobre estas denuncias, sin descartar la posibilidad de que los oficiales de la Guardia Costera puedan estar involucrados en estos incidentes, así como miembros de los grupos de extrema derecha«.

Aunque todavía ninguno de los botes atacados se ha hundido hasta ahora «todos fueron abandonados a la deriva, sin que los atacantes tuvieran alguna certeza de que los ocupantes estuvieran a salvo». Mahmud, otro testigo de 21 años citado por Human Right Watch, fue devuelto en su embarcación junto a nueve sirios y 25 afganos. «La pregunta que cabe hacerse es: ¿Por qué las autoridades no saben aún quienes son? Deberían examinar a fondo el alcance de estas acciones ilegales e identificar, investigar y enjuiciar a los autores de esos crímenes que ponen la vida e integridad de los solicitantes de asilo en situación de riesgo», afirma Cosse.

En tierra, la situación no es mucho mejor. Muchos oportunistas se están aprovechando de la situación deplorable que se vive en el campo de refugiados de Moria, en Lesbos, donde los recién llegados esperan hasta tres días en una fila para poder registrarse. Fuentes humanitarias aseguran a este diario que «las botellas de agua se venden a cuatro euros y la comida es un lujo al alcance de muy pocos».

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