XAVIER RIUS. EL PERIODICO DE CATALUNYA.- Grupos ultras de todo el continente se preparan para conmemorar el próximo 20 de abril el 125 aniversario del nacimiento de Hitler. Conmemoraciones que en la mayoría de casos sólo se anuncian en foros privados de la redes sociales.
El legado de Hitler en Europa fue un continente destruido de nuevo por la guerra. Y precisamente, para evitar nuevas guerras en las que ganara quien ganara perdíamos todos, en 1951 se creó la Comunidad Económica del Carbón y del Acero que daría paso al Mercado Común, y años más tarde a la Unión Europea en la que los estados cederían parte de su soberanía económica, monetaria y de fronteras a la Unión, en el marco de un espacio común en el que los ciudadanos estarían amparados por la llamada Carta de Derechos Fundamentales de la UE.
Cinco semanas después del aniversario de Hitler se celebrarán las elecciones europeas. Unas elecciones que según todos los sondeos, y como hemos visto este domingo en Francia en las elecciones municipales, la ultraderecha xenófoba y eurófoba va obtener excelentes resultados. Hay quien dice que es exagerado calificar al Frente Nacional de Marine Le Pen de racista o nostálgico del nazismo. Pero su padre Jean Marie Le Pen fue condenado en 2008 por minimizar la barbarie nazi, en 1998 por negar la igualdad de las distintas razas, y en 1989 por negar la existencia de las cámaras de gas.
Se dice que el Frente Nacional de Marine Le Pen no es de ultraderecha sino sencillamente identitario. Pero hasta hace un año el número tres del partido, el eurodiputado Bruno Gollnisch, era presidente de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales de la que forma parte el antisemita y antigitano, Jobbik húngaro que reivindica el régimen fascista de la Cruz Flechada que exterminó a los judíos de Hungría.
Ciertamente Marine Le Pen ha querido dar una nueva imagen de moderación y ha conseguido con éxito que en el FN convivan negacionistas del Holocausto antisemitas con islamófobos que consideran a Israel el baluarte de Occidente ante el islam. Y en esta línea Marine se ha aliado con el holandés Geert Wilders del Partido por la Libertad, marcando distancia con los que no esconden la comprensión o añoranza de los distintos fascismos y totalitarismos. Así Marien Le Pen y Geert Wilders centran su discurso en un rechazo a la inmigración, sobretodo la islámica y proponen salir del euro y recuperar el control de las fronteras nacionales.
Pero no nos engañemos. Por más que el espacio económico y ciudadano europeo no sea como se soñó, las propuesta del FN son inviables sin un gran consenso de toda la clase política y acarrearían grandes costes económicos y comerciales a corto y medio plazo. Es cierto que la Unión Europea pecó de ingenuidad al pactar las condiciones de ingreso de Rumanía y Bulgaria al no plantear previamente unas políticas de integración de sus comunidades gitanas que, tras caída de comunismo, se convirtieron en el chivo expiatorio de sus débiles democracias, retornando dichos ciudadanos a unos modos de vida endogámicos y a un nomadismo que, gracias a la libertad de circulación europea, multiplicó por diez la distancia geográfica por la que se movían sus bisabuelos. Pero una cosa es reconocer la problemática derivada del asentamiento de unos miles de gitanos rumanos en Francia y otra sobredimensionar el problema y hacer de ello bandera mediática y electoral.
De la misma manera, una cosa es discrepar de interpretaciones del islam contrarias a la interculturalidad y la laicidad, cuyas principales víctimas son las nuevas generaciones descendientes de magrebíes en Europa, y otra es la islamofobia étnica y cultural que criminaliza a millones de personas y les empuja a encerrarse en el gueto étnico como defensa de una sociedad que los señala.
La cuestión que debe preocupar no es únicamente que en Francia el Frente Nacional haya ganado en 11 ciudades, sino que la derecha o la misma izquierda asuman parte de sus tesis. Manuel Valls ahora nombrado Primer Ministro, destacó como Ministro del Interior por las expulsiones de gitanos rumanos o kosovares, generando tormentas mediáticas que legitimaron su discurso de dureza, por más que dichas medidas sean políticamente poco o nada eficaces sino van acompañadas de un pacto europeo para afrontar la situación de marginalidad y precariedad de dichos colectivos.
A las próximas elecciones europeas la ultraderecha concurrirá con tres carteles de campaña. El de Le Pen y Geert Wilders, con un discurso islamófobo, antiinmigración, partidario de recuperar fronteras nacionales y contrario a Bruselas; el de los claramente neonazis liderados por húngaros y griegos que dicen sin tapujos lo que Marine Le Pen pide a su padre que se calle. Y en tercer lugar los identitarios euroescépticos que, sin hacer bandera de la xenofobia, pedirán restricciones a la inmigración, la salida de la Unión Europea y el euro. Pero la principal consecuencia de este ascenso de la ultraderecha no será que ésta triplique sus escaños en Estrasburgo, sino que, por la presión que genera y por la desafección de los votantes de centro e izquierda, estos partidos asuman parte de su discurso.
El caballo de Troya de la Europa que se unió para evitar nuevas guerras y nuevos totalitarismos y generó una economía que ciertamente los ciudadanos y parlamento no siempre controlan no serán únicamente 45 eurodiputados diputados ultras. El caballo de Troya es ese centro y esa izquierda desorientada que, ante la desafección de sus votantes, y dudosa de las herramientas y brújulas necesarias para dar un giro a las políticas económicas, asume parte de discurso de quienes de una manera explícita o maquillada añoran o valoran ideas, gestos o valores de quienes llevaron a Europa a los totalitarismo y la guerra. Y, como ya ocurrió entonces, hacen de ciertos colectivos el chivo expiatorio de problemáticas complejas.