El presidente se sirve del caso del terrorista detenido para pedir el fin del reagrupamiento familiar y clamar por un endurecimiento legislativo. «Entra demasiada gente peligrosa», dice
JAN MARTÍNEZ AHRENS. EL PAÍS.- Nada hicieron, pero son los culpables. Donald Trump volvió a mostrar este lunes su odio al migrante. Poco después de haber prometido a sus ciudadanos volver a la Luna, el presidente de Estados Unidos tomó en sus manos el terror desatado por el frustrado ataque suicida al metro de Nueva York, lo expandió bien por el país y, a cuenta de que el autor del atentado es un migrante con residencia legal, pidió públicamente un endurecimiento de las leyes de extranjería y el fin de la reagrupación familiar, una vía que ha permitido entrar al país a 20 millones personas desde 1981. La diatriba culminó con la petición de la pena de muerte para los terroristas. Todo en un mismo saco.
No distingue y no quiere distinguir. Las andanadas contra el sistema migratorio heredado de Barack Obama, un presidente que deportó casi tres millones de personas, siempre son bienvenidas por el núcleo duro de su electorado. Y Trump, obsesionado con una posible reelección, no deja pasar oportunidad para sacar provecho.
Esta vez le sirvió de pretexto el caso de Akayed Ullah, el bangladesí de 27 años, detenido por el atentado de Nueva York. No importó que el ataque acabase sin víctimas mortales ni más heridos graves que el propio autor. Tampoco que la investigación estuviese en sus albores y no se conociese la vida del sospechoso. Bastó que el Departamento de Seguridad Interior determinase que Ullah había ingresado legalmente en 2001 por la vía del reagrupamiento familiar para que empezase el tiroteo.
“El intento de asesinato masivo en Nueva York, el segundo en la ciudad en dos meses, nos alumbra otra vez sobre la necesidad de poner en marcha reformas legislativas que protejan al pueblo americano. Primero y ante todo, como llevo diciendo desde que anuncié mi candidatura presidencial, América tiene que arreglar un sistema migratorio que permite a demasiada gente peligrosa acceder a nuestro país. El sospechoso del atentado entró en nuestra patria a través del reagrupamiento familiar que es incompatible con la seguridad nacional”, clamó en un comunicado.
A partir de esta constatación, el presidente estalló. Sin pararse a distinguir entre inocentes y culpables, pidió al Congreso que prohíba el reagrupamiento familiar, que respalde sus propuestas de “mejora de la seguridad nacional” (entre ellas, la expulsión exprés de prácticamente cualquier indocumentado), y que otorgue presupuestos para incrementar las fuerzas dedicadas a la vigilancia y detención de los migrantes. “El terrible daño que este sistema defectuoso inflige a la economía y seguridad americanas es demasiado evidente”, afirmó Trump, “y estoy determinado a mejorarlo para poner a nuestro país y nuestro pueblo primero”.
América Primero. El gran lema de Trump. El aislacionismo pero también el rechazo al extranjero. El presidente de un país con 43 millones de habitantes de origen migrante, tanto residentes legales como sin papeles (15% la población), nunca ha querido gobernar para todos. Y su ejecutoria así lo demuestra.
Ha puesto fin al programa de protección de los dreamers (indocumentados que llegaron siendo menores y están plenamente integrados), ha rebajado la cifra de refugiados de 110.000 a 45.000 al año y ha autorizado un proyecto legislativo para recortar de un millón a medio millón la concesión anual de green cards(permisos de residencia y empleo). No le ha frenado que el saldo migratorio con México ya sea negativo o que los cruces ilegales con la frontera sur hayan descendido casi un 50%. Para Trump, el enemigo es la migración y la metáfora para explicarlo, el muro. Y, a veces, los atentados.