Estas son algunas de las claves del pensamiento político de la nueva primera ministra británica
PABLO GUIMÓN. EL PAÍS.- Considerada como una de las políticas británicas más duras, a Theresa May se la ha comparado inevitablemente con Margaret Thatcher, la única mujer que ha sido más poderosa que ella en el Partido Conservador. Sin embargo, May es más conocida por su capacidad de gestión y no por una visión reformista del partido. La nueva primera ministra era, hasta ayer, la persona que más tiempo ha ostentado la cartera de Interior en el último medio siglo, uno de los cargos más difíciles del Gobierno. Y lo ha llevado, además, en un momento complicado: con el debate sobre la inmigración particularmente encendido y con el aumento de la amenaza terrorista.
May, licenciada en Geografía por la Universidad de Oxford y que antes de pasar a ejercer distintos cargos en la formación tory trabajó en el Banco de Inglaterra, ha ido modernizando algunas de sus posturas —como las relacionadas con las minorías sexuales— desde que en 2002 reconoció ante miles de partidarios que el partido conservador tenía la imagen de ser “antipático”. Estas son algunas de las claves de su pensamiento político.
Inmigración. May se impuso como una de sus principales tareas reducir la inmigración. Nunca se puso una meta numérica, como sí lo hizo David Cameron (100.000 al año). Sin embargo, trató de cumplirla —aunque fracasó estrepitosamente—. De hecho, la hasta ayer titular de Interior se ha destacado por su dura política migratoria. Reformó la ley para impedir a los ciudadanos británicos el derecho a llevar a Reino Unido a sus cónyuges e hijos extranjeros, si sus ingresos son inferiores a 20.000 euros anuales. Además, puso en marcha una polémica campaña —con el eslogan “Go home” [Vuelve a casa], que colocó, por ejemplo, en cientos de furgonetas por todo el país— en la que ofrecía ayudar a los inmigrantes ilegales con los gastos de viaje si retornaban a sus lugares de procedencia.
Relación con Europa. Se pronunció a favor de la permanencia en la UE, pero lo hizo muy discretamente. Tiene, sin embargo, ideas muy particulares de la relación que Reino Unido debería mantener —aun siendo miembro del club— con Bruselas. May considera inútil, por ejemplo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, un organismo que, según ella “puede atar las manos” de Westminster y que “no añade nada” a la prosperidad británica.
Igualdad. Votó a favor de la legalización del matrimonio igualitario — “si dos personas se aman deberían poder casarse”, dijo—. Sin embargo, años antes había votado contra la derogación de una ley que impedía tratar temas de homosexualidad en las escuelas.
Derechos laborales. En 1997, May se pronunció en contra del establecimiento de un salario mínimo nacional para los trabajadores. Después, sin embargo, se ha comprometido a proporcionar a los empleados un lugar en los Consejos de Administración empresariales y un voto vinculante en los salarios de los ejecutivos.