Más de 10.000 andaluces hacen este otoño la vendimia en Francia entre acusaciones de “llevar la peste”, una historia con tintes de xenofobia y aporofobia que se repite también en nuestra tierra
SEBASTIÁN CHILLA. LA VOZ DEL SUR.- Pocos parecen acordarse ya de Mamadou, el joven que denunció hace unos meses lo que hacen los migrantes a las 6 de la mañana en España: trabajar. Este jornalero senegalés, que se encontraba en un campo de Pino Montano, lanzaba un claro mensaje contra la ultraderecha: “¿Españoles primero? Españoles primero soy yo, porque estoy aquí en el campo dando caña. ¿Dónde estás tú ahora mismo? Usted es el último de los españoles, porque lo que haces es entrenar a los jóvenes para que sean racistas”. Su situación es la de miles de trabajadores del campo que trabajan en condiciones infrahumanas en Andalucía. Una circunstancia que el pueblo andaluz conoce de primera mano y que aún hoy sufre en sus propias carnes.
El geógrafo Albert Demangeon lo referenciaba en los años 30 con unos calificativos que desprendían cierto halo de xenofobia y de aporofobia: “No hay ninguna dificultad para el alojamiento y la comida, los trabajadores españoles aceptan alojarse en cualquier sitio y se alimentan con poca cosa. Esa falta de apego por las comodidades, incluso las más elementales, ese desprecio de las más mínimas reglas de higiene explica por qué los amos no hacen nada por cambiar ese estado de cosas. Esa clara despreocupación respecto al bienestar del trabajador no incita a que la mano de obra francesa se quede a trabajar en el campo”. Citaba, nada más y nada menos que a los trabajadores españoles en el campo francés, cuya mayor parte eran andaluces: más de 15.000 partían cada año hacia la vendimia francesa. Ahora que parecen que los papeles se han invertido, volvemos a recordar cómo el racismo, la aporofobia y la culpabilización del trabajador de incluso sus pésimas condiciones a nivel psicosocial, está presente también en 2020.
“Hijos de puta” o “muertos de hambre” son algunos de los insultos que han espetado este año los patronos franceses contra los temporeras que vienen de España. Las trabajadoras —más del 75% provienen de Andalucía—, han sufrido «abusos, insultos y falta de alojamiento” según denunció hace unas semanas Público. Una situación que se ha precarizado aún más bajo el pretexto de la covid-19. “Nos dijeron que por el tema del coronavirus no nos iban a dar comida ni alojamiento. Aun así, empezamos a trabajar sabiendo eso, pero desde el primer día no nos daban ni una botella de agua. Nos insultaban, se reían de nosotros”, dice una trabajadora. Y si tenías necesidades, no había otra que “buscarse la vida” o aguantarte las ganas, como las de tener un techo donde pasar la noche: «Nos dieron una ducha para 120 personas. Cuando un trabajador de Chateu Palmer vino a hablar con nosotras, nos dijo que hiciéramos una lista de todas las personas que estaban viviendo en la calle: éramos todas».
Extracción agraria y humana
«Éramos un grupo de jóvenes preocupados por la situación económica y los salarios bajísimos que obligaban a los temporeros a marchar a Francia para dar de comer a sus familias», decía Diego Cañamero, uno de los fundadores del SOC (Sindicato Obrero del Campo), en una entrevista sobre los orígenes del sindicato que se sitúan en torno a los años 70. La situación ni era nueva entonces, ni se ha acabado a día de hoy. Mientras que, en el campo andaluz, las luchas son compartidas y las condiciones de semiesclavitud se ciñen fundamentalmente sobre las personas migrantes, la historia se repite con otras claves y en otros lugares, que pese a la distancia no dejan de ser comunes.
En el artículo Agricultura andaluza y trabajadores extranjeros: del jornalero andaluz al temporero inmigrante, la socióloga Estrella Gualda Caballero analiza los problemas históricos del campo andaluz, desde los jornaleros del siglo XVIII y XIX hasta la creación de los subsidios agrarios contemporáneos, pasando por anhelo de la reforma agraria. Sin embargo, lo que más llama la atención es el hilo conductor con el que traza su investigación: el cambio el jornalero andaluz al temporero inmigrante: “La tónica desigualitaria derivada de las estructuras socioeconómicas del sector agrario de la población autóctona trabajadora en el campo se mantienen, pero en esta ocasión habiendo mejorado la situación de una parte de la población autóctona trabajadora en el campo, aunque desplazándose a otros colectivos la precariedad”.
Es por ello que hoy sindicalistas como Diego Cañamero inciden en considerar a los migrantes como los principales sujetos de la explotación en el campo andaluz. De hecho, la incorporación del temporero inmigrante, que trabaja desde hace años en el campo andaluz, es un factor de cambio en la vida cotidiana del ámbito rural andaluz. Así, la situación que han vivido centenares de temporeras andaluzas en Francia no queda muy lejos de lo que se vive (o se ha vivido) en nuestra propia tierra.
En un monográfico sobre las condiciones de semiesclavitud que viven las temporeras y los temporeros en España, el programa radiofónico Carne Cruda, trató el pasado 18 de septiembre con detalle una situación que se ha agravado con la pandemia del coronavirus. En el especial, que se puede escuchar a través de este enlace, queda retratado un problema “glocal”, en el que influyen la desregulación y las nulas inspecciones de trabajo. Las consecuencias son fatales, fruto de un sistema capitalista extractivo que se cierne tanto con el medio como con las personas, que siempre son menos según el lugar de donde vengan.
En tiempos tan convulsos, con el nacionalpopulismo en el candelero y con el auge de los discursos xenófobos, se hace más necesario que nunca destacar el componente de clase (y de género) que subyace al agro. Así, recordar que las luchas de las temporeras marroquíes que recogen la fresa en Huelva es análoga a las luchas de las andaluzas que en Francia no tienen un techo donde poder estar mientras hacen la vendimia. Todas dibujadas bajo un mismo patrón: la explotación. Todas, en busca de dignidad.