Marco es uno de los rostros anónimos sobre los que CasaPound intenta construir su apoyo popular, basado en una confusa amalgama de consignas autoritarias, nacionalismo y proteccionismo
EL CONFIDENCIAL.- Once de la mañana, periferia Este de Roma, barrio de Tiburtino III. Las calles están casi desiertas; las tiendas, casi todas cerradas. Pero en la entrada de un edificio destartalado hay al menos 15 personas. Muchos ancianos, una mujer con un carrito de bebé que se lamenta de la degradación de la zona y un joven que asegura no haber tenido nunca tuvo un empleo fijo y que lleva unos panfletos con el diseño estilizado de una tortuga, el símbolo del partido neofascista CasaPound.
Se llama Marco Continisio, tiene 26 años y, hace dos, fundó una sede de la formación -que ya tiene 200 militantes y decenas de simpatizantes en la zona, asegura- para meterse de lleno en la política activa. Es uno de los rostros anónimos sobre los que CasaPound intenta construir su apoyo popular, basado en el rechazo a los inmigrantes y una confusa amalgama de consignas autoritarias, nacionalismo y proteccionismo económico. Un ideario explosivo y de penetración aún desconocida que ha resucitado algunos usos y costumbres de la Italia fascista (1922-1943), razón por la que algunos han empezado a pedir su ilegalización.
Sin visitar el lugar en el que vive Continisio no se entiende cómo se ha puesto el foco sobre una formación que en las generales de 2013 obtuvo el 0,14% de los votos. Entonces era la primera vez en unos comicios y el partido, presente desde 2003 en el submundo político italiano, contaba apenas con unas 50 sedes en Italia. Hoy son alrededor de 130, a las que se suman las de la sección juvenil, Blocco Studentesco (Bloque Estudiantil), que operan en los colegios y escuelas secundarias.
Con este ‘ejército’ a sus espaldas, CasaPound ha decidido dar el gran salto, redoblando sus esfuerzos en vista de las elecciones generales y regionales de este domingo. Su objetivo es entrar en el Parlamento (donde necesitan llegar al 3%), pero también hacerse con escaños en las administraciones de Lacio y Lombardía.
Visiblemente carcomido por la edad y con un pasado de obrero de la construcción, el jubilado Mario Bastanelli asiente. “¿Lo ve cómo estamos? El Estado nos ha abandonado. Ellos son los únicos que nos han ayudado”, cuenta, cuando de repente Continisio interrumpe. “¿Le parece justo? Este hombre cobra apenas 300 euros de pensión. Por eso, todos los meses los ayudamos con algo, recaudando dinero o comida que luego le damos a él y a otras familias”, afirma Continisio.
“El último centro de empleo lo cerraron hace unos diez años. Y estas horribles casas las construyeron en los 70 y 80 y ahora se caen a pedazos”, añade Cinzia, 43 años, mientras empuja el carrito con su hija pequeña.
Es el discurso recurrente, el que dirige la rabia hacia el odio por el otro, y toda institución que ampare a los inmigrantes. “En las noches, hay miedo. A mi hijo le abrieron el automóvil tres veces”, agrega Ángela, quien también votará a la formación por primera vez. “El otro día me fracturé la muñeca y estuve una jornada en el pasillo del hospital en el que me ingresaron. Mientras que a los inmigrantes le dan subsidios. ¿Es esto justo?”, dice el anciano Massimo Fraleone. “La gente está cansada de que les roben”, añade Fraleone.
«Soy fascista, quiero ayudar a la gente»
El enérgico grupúsculo avanza hacia el mercado de la zona. Los hombres caminan a paso decidido, enfundados en sus botas y ropas negras, el uniforme de los militantes de CasaPound. Podrían ser gorilas de discoteca si no fuera por los panfletos electorales que llevan en las manos. Pero nadie se inmuta. Nadie se escandaliza. Tampoco hay otros partidos con presencia en el lugar. “¿Puedo dejarle un folleto?”. “Sí, claro. No hay problema”, responden. “Por supuesto que reaccionan así. Nos conocen”, se apresura a aclarar Continisio.
No se esconden. Hace meses, se enfrentaron a los golpes con colectivos antifascistas y de la izquierda en este mismo lugar; los choques fueron tan violentos y recurrentes que incluso acabaron en los telediarios. “Para empezar que sea claro: yo soy fascista”, afirma Mauro Antonini, candidato a presidente de la región del Lacio y líder del grupo. “Pero una cosa era ser fascistas en la época de (Benito) Mussolini y otra es serlo hoy. Ahora lo que nos interesa es ayudar a la gente. Este país está a la deriva y nadie se ocupa de los problemas reales y cotidianos de los italianos. ¿Sabe cuánto hay que esperar para hacerse una radiografía en un hospital público?”, afirma.
Antonini tiene 38 años y cuenta que él ha sido uno de los fundadores de CasaPound, además de ser uno de los 12 directivos romanos de los 20 que forman parte de la cúpula del partido. “Aunque no diría que somos romanocéntricos. Nacimos en Roma, aspiramos a ser una formación nacional. Hay sedes en toda Italia, está el grupo de Milán y tantos otros. Ni yo los conozco todos. He viajado a ciudades y pueblos que no conocía y me he encontrado allí con afiliados al movimiento. Quince o veinte jóvenes, que estaban esperándome”, dice.
“Mi ‘ring’ es la calle. Mi pueblo son los italianos”, añade Antonini con una frase-eslogan, al considerar que cree “muy probable que obtengamos algunos escaños” en el Parlamento regional. “En verdad, será un problema para mí. Deberé dejar mi puesto de presidente de la cooperativa multiservicios que presido y donde trabajan 20 empleados, todos italianos. Eso dice la ley. Probablemente se la cederé a mi hermano y me quedaré en el consejo directivo”, cuenta.
Hogar Social y patrullas ciudadanas
A su lado va Aitor Beltrán, un español de Hogar Social, el grupo madrileño -al que muchos comparan con Amanecer Dorado, los neonazis de Grecia-, que ha venido para ayudar en la campaña italiana de CasaPound. Beltrán tiene 40 años, viene de Asturias y vive en la capital de España. “Viajé a Roma hace tres semanas y me iré unos días después de las elecciones. Les estoy ayudando porque es gente que está cerca de la ciudadanía, que no se echa para atrás si tiene, por ejemplo, que hacer un escrache”, insiste. “También he estado en Austria y Alemania. Pero Italia me gusta mucho, los italianos y los españoles somos muy parecidos”, asevera. “No sé si hay otros españoles, creo que soy el único que ha venido esta vez”, explica.
El blanco preferido de la rabia son los inmigrantes, aunque el repertorio es de lo más variado. Es el fascismo de la indiferencia, modelo siglo XXI. “A ver, no es que uno sea racista, pero hay que ayudarles en sus países, decirles que no tienen que venir a Italia. Eso es también por su bien. ¿Si no hay trabajo para nosotros como va a haber para ellos?”, zanja Continisio, el joven recién afiliado, haciendo gala de la misma retórica (modernizada) de Forza Nuova (Fuerza Nueva), formación fundada en 1997 por el antiguo terrorista de extrema derecha Roberto Fiore. Un personaje que ha llegado a ser acusado de ser un agente de los servicios secretos británicos después de su regreso a Italia tras años de exilio en Reino Unido. Allí se refugió en 1980 poco antes de una redada de la policía italiana contra el grupo Terza Posizione, que él lideraba y que sembró el terror a finales de los setenta en Italia.
Fiore, cuyo nexo con España se remite -entre otros- a su mujer, la española Esmeralda Burgos, y que se libró de la cárcel en Italia gracias a un juez británico que en 1982 rechazó la extradición reclamada por Roma, es otro de los epicentros del fenómeno. En los últimos meses, la formación también ha abierto nuevas sedes, mientras los militantes organizaban patrullas ciudadanas en las calles y en los trenes que aterrorizan a los inmigrantes. Todo ello, compartiendo con CasaPound no solo el ideario, sino también algunos de sus oscuros líderes. Es el caso de Gabriele Adinolfi, hoy uno de los intelectuales de referencia de CasaPound y antiguo líder, junto con Fiore, de Terza Posizione, tal como recordaba una reciente investigación de L’Espresso. El semanario italiano también sostiene que ambos grupos compartirían los mismos esquemas de financiación.
Un fenómeno que ha vuelto a preocupar a la opinión pública. Más aún después de la brutal paliza (fracturas en la mandíbula, en las órbitas oculares y en la nariz) contra un muchacho bengalés en en el centro de Roma, en octubre. Y, tras el ataque de Macerata, donde el neonazi Luca Traini disparó en febrero a seis africanos, porque eran tan negros como el supuesto asesino de una drogadicta blanca.
La banda de CasaPound avanza un poco más. A lo lejos, se ven los horribles edificios grises en ruina. En un lateral hay un automóvil abandonado. A pocos metros se encuentra un centro de acogida para menores imigrantes que llegaron solos a Italia. Sobre ellos nadie dice nada. “Allí, allí, en esas casas. ¿Cuántas familias son? Seguro que unos cuantos nos votan”.