La comunidad homosexual tuvo que huir de la ciudad siria ante las ejecuciones salvajes que llevaba a cabo el ISIS
NATALIA SANCHA. EL PAÍS.- “Desde esa azotea le tiraron al vacío”, dice Abu Ahmed señalando con el dedo un edificio cercano. Bajo sus pies yace un inmueble semiderruido por los bombardeos que el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) convirtió en prisión y en cuyo sótano pasó cinco días encerrado este joven vendedor de perfumes de 33 años, junto con otros cuatro sirios homosexuales.
Tan solo Husein, en la cincuentena, fue sentenciado a muerte por el mero hecho de ser gay. “Tenía los ojos vendados y las manos atadas a la espalda”, prosigue quien tuvo que presenciar la aterradora escena en este barrio de Raqa, su ciudad natal y capital siria del califato desde el verano de 2014 hasta octubre de 2017, mes en el que cayó en manos de las milicias kurdas. “Le lanzaron al vacío atado a una silla y después le apedrearon sobre el asfalto porque aún seguía con vida”, relata sin pestañear. “Hemos visto tantas atrocidades que ya nada nos afecta”, se apresura a decir.
Este ha sido el castigo que el ISIS tenía reservado para las docenas de homosexuales que apresó, lo mismo que la lapidación se convirtió en la sentencia exclusiva para las mujeres acusadas de adulterio. Según documentos del grupo terrorista filtrados a la prensa, la pena para actos homosexuales en la tierra controlada por el grupo era la muerte, de acuerdo a la interpretación radical de la ley islámica o sharía. Como en el caso de Husein, si el castigo consistía en arrojar al condenado desde una azotea y este sobrevivía, la multitud, entre ellos también niños, le apedreaban hasta la muerte.
Con la ayuda de traficantes, la mayoría de la comunidad homosexual de Raqa abandonó la ciudad después de que el ISIS se hiciera con el control. Muchos han sido acogidos como refugiados en Europa. Es el caso de Ibrahim, que desde hace tres años vive en Holanda y con el que Abu Ahmed conversa desde un café en una vídeo-llamada para ponerle al día. Asegura que después de la expulsión del Estado Islámico han empezado a volver sus vecinos gais a una ciudad en la que quedan 150.000 del más de medio millón de habitantes de preguerra. “¡Hemos vuelto a hacer fiestas otra vez, como en tiempos del régimen!”, le grita a Ibrahim mientras resume la última que tuvo lugar varios días antes en una casa privada.
En ocho años de contienda, Raqa ha quedado progresivamente bajo el control de cinco actores diferentes. “Vivimos bajo el régimen primero, luego el Ejército Libre Sirio, Al Nusra [rama local de Al Qaeda], el ISIS y ahora los kurdos”, enumera. Hoy la comunidad gay se siente segura para mantener el contacto a través de un grupo cerrado de Whatsapp. Algo que en tiempos del ISIS podía costarles la vida cuando los muyahidines (combatientes yihadistas) apostados en los controles callejeros revisaban los móviles aleatoriamente. “A pesar de que los transgénero en Raqa no están operados, fueron los únicos que pudieron moverse libremente por la ciudad camuflados bajo la abaya y el niqab (velo integral) en tiempos del Daesh [acrónimo peyorativo en árabe para referirse al ISIS”, cuenta divertido.
Incluso un prostíbulo siguió abierto clandestinamente bajo el Estado Islámico, asegura Abu Ahmed. “Las prostitutas también se podían mover camufladas porque con esa vestimenta no hay forma de saber quién es quién”.
Los pocos homosexuales que se quedaron en Raqa se dejaron crecer una tupida barba, cancelaron los encuentros secretos entre ellos, se casaron y tuvieron hijos. “Mi mujer, con quien tengo un hijo de tres años, no sabe que soy gay”, asevera. Y, sin embargo, Abu Ahmed nunca pensó en huir de Raqa. “Si el ISIS volviera, me quedaría, no puedo irme de mi ciudad”. A pesar de que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, milicias kurdo-árabes aliadas de Estados Unidos) expulsaron al ISIS de Raqa hace 17 meses, las vecinos temen a las células durmientes aún presentes en la ciudad.
Mejor con los kurdos
“A nosotros nos odian todos los bandos, pero los peores fueron sin lugar a dudas Daesh. Nos tuvieron aterrorizados, viviendo en un temor constante”. En la Raqa de preguerra y bajo el control del Gobierno de Damasco, Abu Ahmed asegura que con sobornos se salía de la cárcel “en el mismo día”. Ahora son la rama de seguridad kurda, junto con FDS, quienes mantienen el orden, aunque Abu Ahmed dice que no le importaría que volviera “el régimen” a la ciudad.
Caminando por una concurrida avenida, Abu Ahmed se para en varias tiendas para saludar a media docena de amigos homosexuales y preparar la próxima reunión. Son costureros o vendedores de ropa. Esta comunidad ha sido muy castigada durante la guerra a pesar de que el número de homosexuales asesinados por el ISIS es pequeño en relación con las 6.191 víctimas que el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos adjudica a este grupo terrorista desde que en junio de 2014 proclamara el califato.
“Con el Ejército Libre Sirio había mucho caos y mucha violencia. Con los kurdos tenemos muchas más libertades y respeto de los derechos humanos”, comenta Abu Ahmed en un café al tiempo que señala con los ojos a una joven pareja haciendo manitas en la mesa contigua. «En Raqa tememos más el qué dirán que a la cárcel», remacha. Miembro de uno de los clanes más importantes de la región, Abu Ahmed ha optado por vivir una doble vida con tal de evitar el repudio de la familia y de una sociedad tribal conservadora. Un rechazo que puede terminar también en la muerte a manos de un familiar alegando un crimen de honor en la Raqa hoy libre del ISIS. “Venga quien venga a gobernarnos, seguiremos siendo clandestinos”, concluye.