ALFREDO RELAÑO. DIARIO AS.- En Bilbao se esperaba la visita del Spartak con ánimo lúgubre: cerrar terrazas, cerrar colegios, refuerzo policial, no atender a provocaciones. ¿Merece la pena un partido así? Los presagios se cumplieron, hubo cargas, peleas, sangre y un ertzaina fallecido por un paro cardíaco sobrevenido durante los choques. Un servidor público sacrificado en medio de una gresca absurda e inútil, traída de fuera por una horda de malas bestias que representan una versión 2.0 del viejo fenómeno ultra. No son borrachines insensatos, indeseables de por sí, sino grupos paramilitares, cultivadores del músculo, de la técnica de la agresión y del terror.
El fútbol ha coqueteado demasiado con la barbarie. Ha cultivado un experimento antropológico aberrante, consistente en mezclar lo peor de cada casa en una zona del campo para que se exalten unos a otros. Felizmente, en muchos sitios, España entre otros, se va avanzando, mal que bien, hacia el fin de eso. Hay registros de ultras, sus huellas dactilares se comprueban para que no entren, no se les venden entradas para ir fuera… Rusia está en el viaje de ida, donde estaban los ingleses antes de lo de Heysel, pero peor. A los ingleses se les echó cinco años de Europa y de algo valió. Lo de los rusos hay que tomarlo en serio. Antes del Mundial.