La matanza de Jodyalí es como se conoce al asesinato de cientos de civiles en Azerbaiyán por parte de soldados armenios, un acontecimiento que marcó al mundo
L. BUSTAMANTE. LA RAZÓN.- Azerbaiyán, febrero de 1992. Tal día como hoy hace 28 años, se cometió uno de los mayores crímenes de la humanidad contra la humanidad. Nos situamos en una época de tensión entre tres países: Armenia, Azerbaiyán y Rusia. La ciudad de Jodyalí fue el escenario donde se vieron algunos de los horrores de los que es capaz el ser humano. Esta pequeña ciudad situada en Azerbaiyán contaba con poco más de 2000 habitantes para 1988, ahora inexistente, ya que fue borrada del mapa durante la guerra. Los asesinatos fueron cometidos contra niños, mujeres, ancianos, en definitiva, civiles que poco o nada querían verse en el conflicto.
Pero situémonos un poco mejor en contexto. Desde 1988, Armenia, apoyado por la URSS, comenzó una política agresiva contra el pueblo de Azerbaiyán bajo una idea imperialista y amenazante que resumía en “Armenia del mar al mar”, exaltada y comunicada por los políticos armenios. El resultado, como cabría esperar, fue la destrucción de ciudades, la guerra y miles de muertos, sin contar la gran cantidad de personas que resultaron heridas o tuvieron que desplazarse, dejando atrás todo lo que conocían. El objetivo era conquistar territorios propios de Azerbaiyán, reconocidos por la ONU, empleando para ello la fuerza necesaria.
Como decimos, entre todas las regiones afectadas, la ciudad de Jodyalí fue una de las más golpeadas. Localizada en la siempre inestable región de Karabagh, entre los días 25 y 26 de febrero de 1992, numerosos militares armenios cometieron un genocidio contra su población. Gran parte de ellos tuvieron que abandonar su hogar, y el número de víctimas fue abrumador. Durante el bloqueo de la ciudad que se extendió por cuatro meses, murieron 613 personas, entre ellos 63 niños, 103 mujeres y 70 ancianos; otros 1000 resultaron heridos de diversa consideración; más otros 1275 que fueron tomados como rehenes, luego torturados y asesinados.
Además, por si algo destaca la masacre de Jodayalí es por la extremada violencia que emplearon los soldados armenios, desde arrancar la piel de la cabeza hasta cortar el vientre a mujeres embarazadas. Los fusilamientos a quemarropa fueron habituales, al igual que ver los cadáveres congelados en posición de rendición. Todo completamente cubierto por la prensa internacional, que se mostró horrorizado ante lo que veían sus ojos. Todo parecía valer en este escenario de horror. No solo cometieron un acto de injusticia humana y atrocidades consideradas crímenes de lesa humanidad, sino también de guerra al emplear armas químicas, prohibidas totalmente, y ametralladoras de gran calibre para una gente, que apenas quería (o pudo) enfrentarse o defenderse, así lo comunicó la Asamblea General de la ONU.
Cuesta creer que durante años no fue considerado un Genocidio, aunque todo indicaba que los mandos militares armenios se habían saltado los protocolos de la Convención de Ginebra. Actualmente, la zona está ocupada militarmente por Armenia, pese a estar violando un derecho internacional.
Claro que la guerra no solo sucedió en este pequeño enclave, también se extendió por todo el conjunto de Nagorno-Karavaj, ocupado por Armenia, lo que supone un 20% del territorio de Azerbaiyán. Hoy por hoy, pese al alto el fuego decretado en 1994, la región continua siendo polvorín y, aunque se declaro independiente de facto como República de Artsaj en 1991, está poblado mayoritariamente por armenios y no reconocida por ningún estado soberano. La única razón por la que ambas repúblicas aún no se han unido es por la presión internacional, que todavía considera la República de Artsaj como territorio de Azerbaiyán. Sin embargo, desde Ereván la capital de Armenia, son sabedores de que pese a este reconocimiento a Azerbaiyán, la mayoría de la población es armenia por lo que una futura unión no sería algo totalmente descabellado.
Por desgracia, las víctimas no han tenido justicia a pesar de las numerosas resoluciones de la ONU. Tampoco han sido llevados a los tribunales internacionales los responsables de la masacre. Algo que no parece que vaya a cambiar a corto plazo. Todo ello cuando se cumplen 28 años de uno de los episodios más negros de Asia Occidental y del planeta, en general.