A una semana de las elecciones europeas el vicepresidente y ministro del Interior italiano reúne en la Plaza del Duomo de Milán a una decena de dirigentes de la ultraderecha europea, encabezados por Le Pen y Geert Wilders
ÁNGEL GÓMEZ FUENTES. ABC.- Líderes de la ultraderecha nacionalista y xenófoba de once países europeos se dieron cita en la plaza central de la capital lombarda, frente al Duomo, ante decenas de miles de personas para mostrar su fuerza ante las próximas elecciones europeas, gritando sobre todo contra la inmigración y contra la actual Unión Europea. En realidad, en Milán se manifestaron dos Europas: frente a la ola populista encabezada por el líder de la Liga, Matteo Salvini, en Milán se dieron cita también miles de personas para expresar su oposición a la extrema derecha y en particular a Salvini, mostrando centenares de pancartas, muchas de ellas en los balcones, contra el ministro del Interior.
Con esta gran manifestación de líderes ultraderechistas europeos, Matteo Salvini ha pretendido mostrar su liderazgo, sobre todo en clave interna, pues el secretario de la Liga piensa en legitimarse en estas elecciones como el gran líder italiano con aspiración a convertirse en primer ministro. Entre los líderes europeos que han acompañado a Salvini el más famoso –quizás el único realmente famoso- ha sido Marine Le Pen, icono de la extrema derecha francesa desde los años 90, que ha sido contestada al inicio de su intervención por jóvenes que han exhibido diversas pancartas, en su mayoría con referencia al rechazo del fascismo. Junto a Salvini y Le Pen estuvieron los representantes de los «partidos hermanos» de Holanda, Bélgica, Austria, Alemania, Bulgaria, Eslovaquia, República Checa, Estonia, Dinamarca y Finlandia.
Salvini, dispuesto a morir por Italia
Marine Le Pen proclamó que los soberanistas «no queremos ya a esta Europa». Cerró el mitin Matteo Salvini, quien fue acogido también por decenas de jóvenes con pancartas en su contra y gritos de «bufón» y «fascista». El líder de la Liga, en un discurso cargado de retórica populista, destacó que en la plaza no estaba la ultraderecha, sino los representantes de «la política del sentido común». Salvini citó en varias ocasiones a Juan Pablo II, «que hablaba de fraternidad y solidaridad en una Europa desde el Atlántico a los Urales». Evocó al papa Wojtyla para que «Europa se encuentre así misma y descubra sus raíces». Salvini se propuso como un líder que «habla del futuro, frente a los que piensan en el pasado». Citó a los padres fundadores de Europa para señalar que esa «Europa ha sido destruida por los Macron, la Merkel…».
En definitiva, Salvini al resaltar que «estamos escribiendo la historia», se propuso como el salvador de una nueva Europa, reiterando su política de puertos cerrados a la inmigración y proponiendo a los italianos una fiscalidad en la que «ninguno pagará más del 15 por 100 de impuestos». En fin, un Salvini mesiánico ofreció hasta su vida: “Se sirve para vosotros, para Italia, para mis hijos, yo doy la vida. No me paro delante de nada y de ninguno: Es un compromiso de honor”.
Contradicciones
La concentración ha puesto de manifiesto, a partir del eslogan con que ha sido convocada, las profundas contradicciones, incluyendo escándalos, de estos partidos y sus líderes. El eslogan bajo el palco fue bilingüe: «¡Primero Italia! El sentido común en Europa». Para los extranjeros solo se tradujo en inglés la segunda frase, una censura obvia porque hubiera sido absurdo desplegar lemas como «Primero la Francia», «Primero Finlandia» o «Primero Alemania».
En cuanto al lema de «La Europa del sentido común», numerosos medios se han hecho eco de cómo estos partidos populistas han utilizado fondos públicos del parlamento europeo para cenas de gala rociadas con champagne. Para trazar una radiografía de los partidos soberanistas reunidos en la plaza del Duomo de Milán basta con seguir algunas investigaciones que se han hecho sobre el dinero, sobre los orígenes de la financiación, ya sea la procedente de algunas sociedades con sede en Suiza o la que les llega desde de Rusia. De ello puede hablar Marine Le Pen y lo prueba el terremoto en el gobierno austriaco, con la dimisión del vicecanciller austriaco Strache después del video hablando de favores recíprocos con los rusos.