Ya sea por el odio viejo de la ultraderecha o la hostilidad importada junto a algunos de los inmigrantes recién llegados de Oriente Medio, el antisemitismo repunta de forma preocupante
ANTONIO MARTÍNEZ. EL CONFIDENCIAL.- «A nuestros hijos les decimos que siempre deben salir a la calle cubriéndose. Llevar la kippa (el gorro judío), pero algo siempre encima«. Asher Mattern, alemán nacido en Hamburgo y vecino de Berlín de 54 años, habla sin alterarse, pero con total seriedad. Este judío observante y profesor universitario de estudios judaicos percibe con «preocupación» una deriva que lleva algunos años observando en Alemania y que le atañe personalmente: el repunte del antisemitismo. Ya sea por el odio viejo de la ultraderecha alemana a los que profesan su religión o la hostilidad importada junto a algunos de los inmigrantes recién llegados de Oriente Medio. «El peligro siempre estaba ahí. Ahora se ha hecho mayor y más evidente», resume.
«Es una amenaza«, señala en una entrevista con El Confidencial. Mattern asegura que ni él ni su familia han sufrido una agresión directa, pero que conoce casos de entre su círculo más cercano. «Personalmente no he tenido ninguna experiencia negativa. Pero para algunos padres de mi comunidad es difícil dejar que sus hijos vayan al colegio, es un poco inseguro. Algunos han tenido malas experiencias. Han sido escupidos, insultados», relata. En su opinión, y en la de muchos expertos, algo está cambiando cualitativamente. Josef Schuster, presidente del Consejo Central de los Judíos en Alemania, ha advertido de la nueva «visibilidad del antisemitismo».
Porque ha sucedido. En los últimos meses se han registrado varias agresiones en Alemania que han trascendido. Como cuando en abril del año pasado Adam S., un judío de 21 años, fue agredido en plena calle en el centro de Berlín con un cinturón. Un joven sirio, dos años más joven que él, fue condenado meses después en lo que el juez de menores calificó sin atisbo de duda como un delito de odio. La sentencia recogió como el agresor se acercó hasta Adam S. gritando «¡Yahudi, yahudi!» (judío, en árabe) porque llevaba la kippa y cómo se quitó el cinturón allí mismo y comenzó a propinarle latigazos. La víctima, consciente de que la ayuda tardaría en llegar, sacó su móvil y grabó a su agresor, un vídeo clave para que fuese localizado, detenido y, posteriormente, condenado. También para que la noticia se difundiese como la pólvora por las redes, de la mano de la indignación.
No es el único caso que ha copado titulares y desatado las críticas de la sociedad y los partidos. El pasado agosto una docena de neonazis atacaron un restaurante kosher en Chemnitz. Primero insultaron a gritos al personal y los clientes, instándoles a que abandonasen Alemania. Luego lanzaron piedras, botellas y otros objetos contra el establecimiento.
«Potencialmente peligroso»
Según los datos de la Oficina Federal de Investigación Criminal (BKA), en 2017 -el último año del que se tienen cifras- se produjeron 1.504 delitos de carácter antisemita en Alemania, un incremento del 2,5% con respecto al año anterior. Pero muchas agresiones, físicas y verbales, no se denuncian, advierten los expertos. Una encuesta de 2018 de la Agencia para los Derechos Fundamentales (FRA) de la UE apuntaba que el 41% de los judíos residentes en Alemania aseguraba haber sufrido una «experiencia antisemita» en el año previo. El porcentaje se elevaba al 52% si el período se ampliaba a los últimos cinco años. Teniendo en cuenta que en Alemania viven unos 200.000 judíos según las últimas estimaciones, el número real de agresiones sería muchísimo mayor del denunciado.
El 75% de los judíos en Alemania, proseguía ese estudio, habían decidido -«a veces», «a menudo» o «siempre»- no identificarse públicamente como judíos con elementos como la kippa. Y el 46% evitaba ciertas zonas de sus ciudades. Mattern asiente ante estas estadísticas. «La situación en Prenzlauer Berg es relativamente no problemática», dice en relación a su barrio, una zona gentrificada, de clase media y multicultural donde suelen imponerse Los Verdes en las elecciones. Pero no en todos los distritos de la capital es así. «Hay cierta inseguridad. No se sabe qué puede pasar cuando los niños están fuera», señala. En este sentido, Sigmount Königsberger, el comisionado para el Antisemitismo de la Comunidad Judía de Berlín, aseguraba en una entrevista con el diario Tagesspiegel que «cada rincón» de la capital alemana «es potencialmente peligroso».
Alemania -o más bien el Gobierno alemán y la gran mayoría de su clase política y su sociedad- no puede permitirse esas cifras de delitos ni esta sensación de inseguridad. Ningún país europeo puede. Pero Alemania especialmente. Por su propia historia. Hace sólo 75 años el III Reich de Adolf Hitler estaba embarcado en el exterminio masivo, sistemático y premeditado de los judíos. En la Shoah (el término hebreo para designar el Holocausto), el régimen nacionalsocialista y sus colaboradores asesinaron a unos seis millones de personas, dos tercios de la población judía total en el continente de aquel entonces.
La ostensible y continuada asunción de la responsabilidad por el Holocausto del Gobierno alemán -con la ‘Genuflexión de Varsovia’ del canciller Willy Brandt de 1970 como icono y emblema- y las décadas de revisión, análisis y denuncia de la historia reciente a través de la educación, la cultura y los medios de comunicación no han traído la superación total del pasado. Ni la normalización completa de la compleja relación que mantiene Alemania con su minoría judía (que ha dado ilustres figuras, de Albert Einstein a Karl Marx, pasando por Heinrich Heine, Felix Mendelssohn Bartholdy y Max Liebermann). A día de hoy, 74 años después de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, la policía alemana sigue manteniendo permanentemente vigiladas, con al menos un agente en la puerta, las sinagogas de todo el país.
Neonazis y extremistas musulmanes
El antisemitismo en Alemania proviene de dos fuentes fundamentalmente. La primera es la ultraderecha, que históricamente ha tenido a los judíos como el enemigo. La segunda es un sector de los inmigrantes musulmanesprocedentes de Oriente Medio llegados al país en los últimos años, principalmente durante la crisis de los refugiados de 2015 y 2016, cuando Alemania mantuvo abiertas sus fronteras ante una avalancha de peticionarios de asilo. Fueron más de un millón de personas. Las principales nacionalidades eran siria, iraquí y afgana.
Mattern lo distingue claramente. De un lado, describe, está el «viejo antisemitismo, el proveniente del lado alemán», el «antisemitismo clásico», que se organiza contra lo que la ultraderecha denomina «la raza judía». Éste «ha crecido mucho» en los últimos tiempos y cada vez se presenta con menos cortapisas y ambigüedades, comenta el profesor universitario. Las caretas han caído en los últimos años, a raíz de la crisis de los refugiados. La extrema derecha reaccionó como no se había visto en décadas en Alemania, tomando las redes sociales y organizándose en torno a nuevas formaciones.
En un principio confluyó en el movimiento Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida). Más adelante cristalizó en el partido Alternativa para Alemania (AfD), una formación surgida en 2014 como euroescéptica y liberal, y que la ultraderecha canibalizó y radicalizó hasta hacer saltar las alarmas en los servicios secretos alemanes, que han comenzado a investigar sistemáticamente a algunas de sus organizaciones. AfD es, con el 12,6 por ciento de los votos obtenidos en las elecciones de 2017, el primer partido de la oposición. Desde entonces no ha caído por debajo de esa tasa en las encuestas.
«El potencial siempre ha estado ahí. Ahora se ha hecho mayor y más evidente», reflexiona Mattern con respecto al voto a la ultraderecha, pero «lo que sucede es que ahora tiene una dimensión bien distinta». Como en los años 20 y 30 del siglo pasado, apunta, las crecientes desigualdades sociales han generado un amplio descontento que sólo está sabiendo aprovechar la derecha política. «Esto significa que la frustración acaba evolucionando en una dirección fascistoide y camina de la mano del antisemitismo, que se va potenciado», explica.
La segunda fuente de antisemitismo está en algunos colectivos de refugiados llegados recientemente de Oriente Medio. «El antisemitismo de los inmigrantes es el que está ahora mismo copando el debate de la opinión publica. Y es real, pero creo que a lo mejor se exagera. Es difícil de calibrar su importancia», afirma Mattern. «Creo que muchos de estos inmigrantes no han conocido nunca judíos y que sólo tienen una percepción negativa de nosotros por la propaganda. El mayor problema es que muchos inmigrantes musulmanes perciben a los judíos a través del conflicto entre Israel y Palestina«, argumenta.
Pese al lógico revuelo causado por casos como el ataque a Adam S. por parte de un joven refugiado sirio, las estadísticas policiales apuntan que la inmensa mayoría de los delitos de carácter antisemita (cifras que incluyen desde agresiones físicas a repartos de propaganda xenófoba y pintadas en centros judíos) los protagonizan ultraderechistas. Según el anuario de la BKA, el 94 por ciento de los delitos de este tipo en 2017 tuvieron un trasfondo «de extrema derecha», mientras que sólo un 5 por ciento de los delitos los realizaron musulmanes.
Merkel: «Tolerancia cero»
El aumento de los ataques y de su visibilidad también ha generado una amplia reacción en múltiples niveles. La propia Angela Merkel tuvo que posicionarse tras la agresión a Adam S. „Hay que ganar esta batalla contra el antisemitismo», aseguró la canciller. Hace apenas unos días, en el 74 aniversario de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz, advirtió que «el antisemitismo es aún parte» de la sociedad alemana y exigió «tolerancia cero» contra esta lacra. Pero la acción del Gobierno no se ha quedado ahí. Este febrero arrancará una página web en la que se podrán denunciar ataques antisemitas.
«No debemos dejar la lucha contra el antisemitismo a los judíos en este país», aseguró al presentar este proyecto digital el comisionado del Gobierno alemán contra el Antisemitismo, Felix Klein. «El antisemitismo, sea de alemanes o de recién llegados, es inaceptable», manifestó el presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble.
En los últimos meses han aparecido varios libros que abordan esta cuestión desde distintas ópticas, confirmando que el debate está en la calle. Deborah Lipstadt, una renombrada historiadora estadounidense especializada en el Holocausto, acaba de publicar «El nuevo antisemitismo» con una visión global sobre este fenómeno. Pero también hay miradas más locales, centradas en la evolución de esta tendencia en Alemania, como las Oliver Polak y Arye Sharuz Shalicar, que acaban de llevar a las librerías recientemente «Gegen Judenhass» (Contra el odio a los judíos) y «Der neu-deutsche Antisemit: Gehören Juden heute zu Deutschland?» (El nuevo antisemita alemán: ¿Son los judíos hoy parte de Alemania?).
El ataque a Adam S. alentó también varias iniciativas bajo el nombre «Berlín lleva kippa» en la que miles de personas se congregaron en distintos puntos de la capital alemana con el gorro judío para protestar contra el antisemitismo. Otras acciones contra el antisemitismo pretenden ir más allá de la mera denuncia, como las que organiza el proyecto «Meet2Respect» (conocer para respetar), una iniciativa que reúne a judíos y musulmanes, a cristianos y musulmanes y a personas de distintas confesiones con miembros de colectivos de gays y lesbianas con el objetivo de romper barreras y estereotipos con lazos personales.
Mattern ha participado en alguna de estas iniciativas. Ha acudido, por ejemplo, a una escuela donde la mayoría de los alumnos eran musulmanes. Para hablar del antisemitismo con una clase de adolescentes. «Creo que teóricamente se podría hacer algo. Voy al colegio y puede tener un efecto. Pero en dos meses lo han olvidado. Estas iniciativas deberían ser algo continuado», asegura este profesor. «No perciben lo cerca que realmente estamos unos de otros. Desde el punto de vista teológico, el judaísmo y el islam están relativamente cerca. Muchas veces cuando se habla con musulmanes se sorprenden de lo cercanos que somos», comenta.
Incomprensión y rechazo
A todo esto Mattern suma un problema añadido. La incomprensión general del alemán liberal medio con los judíos ortodoxos (que él denomina observantes), algo que califica de «violencia estructural». «El antijudaísmo clásico vuelve hoy bajo el liberalismo, que no puede aceptar que haya un grupo que se ciña a la Ley de una forma que no es negociable. Mi experiencia personal es que cuando tengo contacto con ciudadanos liberales y modernos, la experiencia inicial es muy positiva, pero en el momento en el que el viernes por la tarde no puedo ir a una fiesta porque tengo Shabat o no puedo comer en una barbacoa porque la comida no es kosher, entonces hay una reacción totalmente radical. El contacto se rompe», explica Mattern, que agrega: «los musulmanes suelen sorprenderse al descubrir que los judíos también pueden ser discriminados». Esto es evidente en el caso de su mujer, recalca, porque también se cubre con un velo.
Podría haber otro elemento en juego que aliente el repunte del antisemitismo. Varias personas han apuntado recientemente el hecho de que, más de siete décadas después, están muriendo los últimos testigos directos del Holocausto. Así lo dijo Charlotte Knobloch, expresidenta del Consejo Central de los Judíos en Alemania, en un discurso hace unos días en el Parlamento Europeo para conmemorar el 74 aniversario de la liberación de Auschwitz. Ella, con 86 años, pertenece a la generación más joven de los que sufrieron y sobrevivieron las atrocidades del Holocausto. Merkel también ha incidido en la importancia de recordar y enseñar los crímenes del nacionalsocialismo ahora que la memoria viva de la ‘Shoah’ está desapareciendo.
Ante este panorama, la comunidad judía en Alemania duda. «No sé cómo puede evolucionar la situación. No hay ninguna seguridad», asegura Mattern y pone como ejemplo Estados Unidos. «Era siempre el país donde los judíos podían sentirse seguros. Pero desde la llegada de Trump las fuerzas reaccionarias han tomado el poder y el lado antisemita se ha desatado. La situación ha cambiado totalmente. Las agresiones antisemitas han crecido extremadamente», señala. El pasado octubre un hombre fuertemente armado irrumpió en una sinagoga de Pittsburgh y asesinó a once personas en el mayor ataque a la comunidad judía en la historia de Estados Unidos.
«Es bueno saber que Israel está ahí»
«No sé qué puede pasar en Alemania», especula el profesor de estudios judaicos, que entrevé el «peligro grave» de verse «cercados» entre el antisemitismo militante de la ultraderecha y grupos de inmigrantes musulmanes, de un lado, y la incomprensión del alemán medio, del otro. «En Alemania un judío tiene mucha más seguridad que en la mayoría de países porque las instancias políticas defienden claramente esta posición. Pero es imposible predecir cómo serán las dinámicas en 20 años. Ahora diría que no, pero la evolución actual del mundo lleva a pensar que hay que ser muy escéptico con lo que se cree«, razona.
La encuesta de la FRA indicaba asimismo que el 38% de los judíos en Europa habían pensado, al menos una vez en los últimos cinco años, sobre la posibilidad de emigrar. Entre los encuestados en Alemania ese porcentaje ascendía hasta el 44%. «No tengo previsto mudarme. Alemania es mi país», afirma Mattern, nacido en Hamburgo. «Pero es bueno saber que Israel está ahí. Sobre todo tras la experiencia de la Shoah. Eso siempre lo tenemos en el subconsciente. Pese a que soy muy escéptico con lo que sucede a nivel político en Israel. Israel es un sostén en momentos de crisis, es irrenunciable. Es siempre un punto de encuentro«.