Huffpost.- La pandemia ha complicado el entrenamiento y la ejecución de atentados, pero también ha expuesto más a personas vulnerables a los mensajes de odio vía ‘online’.
La pandemia de coronavirus todo lo cubre, pero los demás problemas del mundo siguen estando ahí, bajo ese velo. El terrorismo no es una excepción. Se ha transformado, se ha adaptado, pero continúa matando y amedrentando. Este jueves es el Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo en homenaje a los asesinados en el 11-M español y toca hacer balance. No es bueno. En el último año ha subido ligeramente el número de muertos y, además, las amenazas se diversifican: el yihadismo sigue latente y crece, disparada, la violencia de la ultraderecha.
Según los datos aportados por el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, con sede en Vitoria, en 2020 se contabilizaron 39 muertos por terrorismo entre los ciudadanos europeos (aún se incluye Reino Unido), frente a los 37 de 2019. 25 fallecieron en suelo comunitario y el resto, en países como Níger o Mali. El islamismo causó 29 víctimas mortales y la extrema derecha, otras diez, que es tanto como en toda la pasada década. Armas de fuego, armas blancas y explosivos, por ese orden, fueron los medios más usados para matar, añade esta estadística, que es la base para el Libro blanco y negro del terrorismo europeo, realizado por un equipo de trabajo promovido por la europarlamentaria Maite Pagazaurtundua.
Quién mata hoy
Estos datos constatan, en líneas generales, que no hay un incremento muy elevado de víctimas. De hecho, desde 2014 se han registrado un 59% menos de muertos, añaden el Índice Global de Terrorismo y el Instituto para la Economía y la Paz. Pero también evidencian la tendencia mundial de ascenso de la derecha extrema como brazo armado y asesino, cuyos ataques han crecido un 250% tanto en Europa como en Estados Unidos y Oceanía. Es una realidad sin precedentes en la historia reciente y que se asienta en el terror de los grupos xenófobos, ultranacionalistas y supremacistas blancos que, ahora, tienen el añadido de ser transnacionales.
La actividad terrorista se ha vuelto, por tanto, mucho más compleja. No es como hace unos años, cuando los ataques estaban organizados por el Estado Islámico o por Al Qaeda. Ahora el perfil de los terroristas es diverso y para las fuerzas del orden es más difícil reaccionar o intervenir. Más frentes, más dispersos, más atomizados.
El profesor de Derecho Internacional de la Universitat Abat Oliba CEU (UAO CEU) Francisco Villacampa explica en un comunicado que el yihadismo vive una fase marcada “por la radicalización local”, ya que los atentados los cometen personas que se han radicalizado en su entorno, y “va en retroceso desde 2019 la figura del combatiente terrorista extranjero”; el caso de España, se llegaron a contabilizar hasta 240 nacionales incorporados a las filas del ISIS. También representa un desafío, destaca el profesor, la salida de prisión de aquellos que cumplían pena por pertenencia a grupos yihadistas o que se han radicalizado más aún en el propio centro penitenciario.
Sigue, pues, siendo una amenaza latente. En España, el nivel de alerta antiterrorista -en gran parte dependiente de la actividad yihadista- sigue en el nivel cuatro sobre cinco, es decir, alto, y no ha bajado desde 2015. En diciembre del pasado año, y a raíz de los nuevos atentados cometidos en Francia, Alemania y Austria, los dirigentes de la UE reafirmaron su unidad en la lucha contra la radicalización, el terrorismo y el extremismo violento, porque el terror yihadista no se ha ido. No hay más que ver la operación que en febrero descabezó una célula con 14 personas, hombres y mujeres, que planeaban “graves” ataques con explosivos en Dinamarca y Alemania.
El profesor Villacampa subraya además un crecimiento de la inestabilidad tras 10 años de las primaveras árabes, “sobre todo en aquellos estados fallidos, como es el caso de Libia”, y se han dado pasos atrás en el control de la actividad terrorista en países como Siria o Egipto. “Hay que tener en cuenta que las agencias de seguridad de estos países tenían un gran poder. Eran estados policiales que lo controlaban todo. Ahora que no hay este control policial, los terroristas campan a sus anchas”, señala.
Por qué sube la extrema derecha
Junto al yihadismo, encontramos el crecimiento de grupos racistas o supremacistas, como atestiguan atentados sucedidos en los últimos años en Christchurch (Nueva Zelanda), Utoya (Noruega), Hanau (Alemania) o Pittsburgh (Estados Unidos). Una corriente global.
Hans-Jakob Schindler, director del Proyecto Contra el Extremismo (CEP), explica desde Alemania que se ha “intensificado” la actividad de grupos con esta mentalidad, que han “resurgido” con características diferentes a los de los años 80 o 90 del pasados siglo. “Lemas como ‘Alemania para los alemanes’ o ‘Francia para los franceses’ dejaban poco espacio para que los extremistas de diferentes países pudieran colaborar”, explica.
“Ahora, desde 2014 aproximadamente, vemos que se han extendido teorías como la del gran reemplazo [una línea conspirativa que afirma que la población blanca europea está siendo sistemáticamente reemplazada con pueblos no europeos] o la del genocidio blanco [que sostiene que la integración racial, las bajas tasas de fecundidad o el aborto se están promoviendo en países predominantemente blancos para convertir a los esos en una minoría], que dicen que no sólo los nacionales de un país sino todos los europeos están en peligro”, añade. Esas teorías falsas son comunes, saltan fronteras, les han dado la opción de cooperar entre ellos, compartir información y estrategias y robustecerse.
Son varias las razones de este ascenso, similares a las de la subida de las formaciones de ultraderecha en Europa: la crisis económica iniciada en 2008 y malcerrada hacia 2012, la precarización del empleo y la mayor dependencia de potencias tecnológicas, el aumento de inmigrantes y refugiados en el continente, la descomposición de la clase media… Pescan en el río revuelto de las transformaciones y los cambios y, en algunos casos, de la ideología se pasa a la acción, a los atentados.
La pandemia no ha ayudado
La crisis sanitaria por el SARS-CoV-2 no ha ayudado a poner brida al terror. El confinamiento ha hecho que la gente pase más tiempo delante del ordenador, lo que ha llevado a un aumento en el número de personas radicalizadas. Ahora hay que ver en qué grado y cómo cristaliza ese extremismo.
La directora de Europol, la belga Catherine De Bolle, afirmaba recientemente a la Agencia EFE que tanto los yihadistas como los ultraderechistas “usan la pandemia para vender su mensaje” en una Europa metida en casa y expuesta al extremismo en la red, una radicalización que podría tener “un impacto después de la pandemia” en la vida real.
“Lo que podemos decir y ver es que todos estos grupos, extremistas, terroristas, están también encerrados en casa, sujetos a las medidas de prevención. Se puede decir que tuvieron dificultades para encontrar lugares de entrenamiento, identificar posibles blancos adecuados o actuar, porque no podían salir de casa”, ahonda De Bolle, señalando también los matices.
A eso se suma que, para ellos, el coronavirus es un elemento más de disputa. “Los terroristas yihadistas dicen que es un castigo de Dios para los no creyentes, y los de extrema derecha nos dicen que la propagación de la pandemia se debe a la entrada de minorías y refugiados en la UE”, remarca.
Schindler añade que se ha “afinado” la manera en la que se transmiten estos mensajes radicales. Formulan sus idearios de forma que no sean detectados por los algoritmos y así se cuelan en redes abiertas a todos, especialmente Facebook y Youtube. Ahí estamos todos y todos podemos leerlos y verlos. Luego, ante los controles cada vez más férreos, usan “plataformas propias”, más difíciles de seguir. Ahí se mezcla de todo, islamofobia, antisemitismo y teorías de la conspiración varias que van desde el cambio climático a las vacunas.
Naciones Unidas, explica, ha detectado 34 canales o portales en los que se difundían mentiras sobre el coronavirus, con 80 millones de impactos sólo en Facebook. Las informaciones fiables y transparentes de su Organización Mundial de la Salud (OMS) sólo han alcanzado a 6,2 millones de internautas. El desfase es brutal. Y se da también con mensajes de terror, de populismo o nacionalismo exacerbados.
Lo que queda por hacer
Villacampa considera que se han dado “avances muy importantes” en Europa contra estos crímenes, como la creación del Centro de Asesoramiento Europeo para las Víctimas del Terrorismo y la aprobación de una directiva relativa a la lucha contra el terrorismo. Destaca como igualmente positivos los propósitos de la Agenda europea (2020-25) para combatir eficazmente las ideologías extremistas, prevenir la radicalización y proteger mejor los espacios públicos.
Pero también queda mucho por hacer, como recuerda en cada Consejo Europeo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, uno de los más concienciados con el problema, porque más lo sufre en casa, con casos próximos en el tiempo como los atentados de Niza y Aviñón o el degollamiento del profesor Paty por mostrar en clase las caricaturas sobre Mahoma de Charlie Hebdo.
Lo que los Veintisiete pactaron en diciembre fue mejorar el intercambio de información, reforzar los controles de fronteras exteriores (como la de España), prevenir la radicalización online, controlar mejor el acceso a armas, digitalizar la cooperación judicial entre naciones, reducir la financiación de los terroristas, tipificar penalmente con criterios similares y claros estos delitos, armonizar el uso de datos de pasajeros de avión y reforzar la cooperación con países no pertenecientes a la UE.