Racismo hasta la muerte: cuando tanatorios en Madrid te excluyen por ser gitano.

, | 4 marzo, 2022

Público.- Exclusión hasta en los momentos de dolor y pérdida. En la capital de España hay tanatorios que discriminan a la comunidad gitana. La desconfianza hacia la Justicia y la dificultad para obtener pruebas perpetúan el problema.

Llamada al tanatorio Servisa de Madrid, 10:17 del 22/02/2022:

-Tanatorio Servisa, dígame.

-Buenos días. ¿Tendrían sitio para una familia gitana?-¿En qué zona está el fallecido?

-Cerca de Plaza Mayor, en el centro.

-Un momento, por favor.

-Lo siento, está lleno hasta mañana por la noche.

Llamada al tanatorio Servisa de Madrid, 13:32 del 22/02/2022:

-Tanatorio Servisa, dígame.

-Buenos días, llamo de parte de una familia que ha perdido a un ser querido para ver si hay alguna sala disponible para el velatorio.

-¿En qué zona de Madrid está?

-En el centro, cerca de Embajadores.

-Tomo nota de sus datos y en un momento le llama un compañero.

***

Pocos momentos tan difíciles como la pérdida de una madre. Adolfo Salazar Palacios perdió a la suya el pasado 31 de octubre. Carmen Palacios Juan exhaló su último aliento sobre las ocho de la tarde en el Hospital Virgen del Mar de Madrid. Tenía 89 años. Adolfo llamó a Seguros Santalucía, la empresa aseguradora de su familia «de toda la vida», para organizar el funeral y pidió que la llevasen al tanatorio Servisa, en la zona sur de la capital. «Sin problema», recuerda que le respondieron. El comercial de Servisa llegó al hospital y empezó a hacer las preguntas de rigor. Acto seguido, cambió de parecer: «Lo siento, no tenemos sala», cuenta Adolfo que le respondió. Adolfo y su familia se sintieron prejuzgados y discriminados. Protestaron. Entonces el comercial matizó y, según cuenta Adolfo, les dijo que en realidad sí había salas, pero no podrían hacer el traslado hasta el día siguiente.

Que un tanatorio esté lleno no es inusual. Lo inusual es que Adolfo, su familia y sus allegados vivan la misma situación en cada fallecimiento.

Adolfo Salazar y su familia son gitanos. Es dueño de dos joyerías con taller, vive en el centro de Madrid desde que nació y tiene poder adquisitivo. Toda su familia tiene seguro de vida y, según la póliza, tienen «opción a elegir cualquier tanatorio», pero en Madrid la exclusión que sufren los gitanos por parte de los tanatorios privados es casi automática. A ellos solo se les permite usar los tanatorios públicos.

Servisa Tanatorio niega tajantemente cualquier tipo de discriminación «por razón de su sexo, raza, religión o cualquier otra circunstancia» y argumenta que la ocupación de sus salas «depende de muchos factores».

En Madrid, la discriminación hacia la comunidad gitana está presente en todo el duelo. Cuando un familiar fallece, a menudo el hospital avisa antes al personal de seguridad que a los familiares. Cuando los allegados solicitan sala en un tanatorio, se encuentran con que no hay sitio y se les ofrecen solo los públicos. Cuando llegan al tanatorio público, con frecuencia se les asignan las salas más lejanas, aisladas y deterioradas. La misma historia se repite muerte tras muerte. Las personas que participan en este reportaje aseguran que esto sucede habitualmente en Madrid, pero no con la misma frecuencia en el resto de comunidades autónomas.

El sector de las funerarias y los tanatorios es «muy abusivo, porque está regulado a nivel privado», señala M.M.A., experta en derecho funerario y empleada de una funeraria que pide anonimato. Esta fuente reconoce que muchos tanatorios saben cuándo un cliente es gitano simplemente por sus apellidos: Heredia, Montoya, Salazar… «Es algo muy, muy usual», señala. Esta experta explica que a veces los velatorios de personas gitanas tienen una afluencia superior a la media y hay tanatorios que «prefieren perder un servicio a tener reclamaciones de otros usuarios». M.M.A. cree que este problema es solventable si existe voluntad. Los tanatorios pueden habilitar salas más grandes cuando el número de asistentes es elevado, con independencia de la etnia o raza del fallecido. «No es aceptable que tengan que estar seis o siete horas buscando tanatorio, todas las personas necesitan un trato digno para velar a sus seres queridos», opina.

Para Adolfo no es fácil contar lo sucedido porque habla con Público apenas cuatro días después del óbito de su madre. Cuenta este madrileño que tras la negativa de Servisa, su hermano llamó de nuevo a Seguros Santalucía. «No tenemos a dónde llevar a mi madre, dígannos ustedes». A las 11 de esa noche, la aseguradora le respondió que «únicamente» podrían ir al tanatorio Sur, de titularidad pública, situado muy cerca del de Servisa. Adolfo y su familia ya habían pasado por esto antes. Resignada, la familia aceptó. Seguros Santalucía no responde a ninguna pregunta de este medio.

Los problemas no acaban ahí. La familia Salazar paga religiosamente sus cuotas de la aseguradora desde hace años. No hay un solo retraso o impago en su historial, pero los prejuicios pesan –y duelen–. Al llegar al tanatorio Sur, Adolfo comunicó a los empleados que quería arrendar una sala adicional. «Somos muchos», se justificó. En primera instancia, el tanatorio se negó, argumentando que el seguro no cubría ese gasto. Adolfo se ofreció a pagar los más de 700 euros diarios que cuesta cada sala –en su caso, para dos noches, ya que el cuerpo de su madre llegó allí de madrugada–. Entonces el tanatorio le respondió que no quedaban salas. Adolfo pidió que le facilitaran una sala más grande. Le dieron la número 50, al fondo, con el aire roto, sillones hundidos y sillas descolchadas, recuerda. Adolfo volvió a quejarse. Le pasaron a la sala 51, que estaba en iguales condiciones pero esta vez al menos el aire sí funcionaba.

Para la comunidad gitana, la muerte es un momento especial en el que es imperativo acompañar y ofrecer apoyo a los familiares del fallecido. Es también un hecho trascendental para Adolfo y su familia porque son cristianos. «Hoy es un lujo morirse, los funerales son caros y si alguien no puede costearlo, suplimos entre todos esos gastos», explica Adolfo.

En medio del dolor por la pérdida de su muerte, Adolfo llamó a la aseguradora para quejarse. «¿Por qué no nos defienden?». La situación acaecida se parecía mucho a la que vivió cuando hace 20 años murió su padre, también cliente de la misma aseguradora. La persona que le atendió por teléfono para gestionar el funeral de su madre no quiso dar su nombre, pero Adolfo asegura que le dijo: «Denuncien, por favor, porque a ustedes no les dan estos tanatorios simplemente porque son gitanos». Adolfo le dio las gracias antes de colgar. «Los primeros que se disculpan son los trabajadores, no nos podemos cabrear con personas que son unos mandados y además están cobrando dos duros».

Todas las personas gitanas consultadas para este reportaje son conscientes de los prejuicios que rodean al mundo gitano. Asumen una especie de culpa por algo que no han hecho ni merecen, como si estuvieran acusados de antemano y tuvieran que demostrar su inocencia. Todas han sufrido esta experiencia: se sienten discriminadas, desprotegidas y abandonadas a la hora de elegir tanatorio, aunque paguen, aunque estén asegurados, aunque haya sitio. La mayoría no denuncia, por desconfianza y por falta de pruebas. Adolfo, por ejemplo, quiere denunciar lo que vivió, pero no grabó ninguna llamada. «Ni tenía humor, ni tenía ganas, estaba mi madre… Yo estaba en la hora de su partida, no estaba para grabar, sinceramente», explica. A esta dificultad, se suma que hay tanatorios que niegan tener disponibilidad amparándose en que sus salas están reservadas para determinadas compañías funerarias y aseguradoras, señala M.M.A., experta en funerarias. Otros tanatorios rechazan a los difuntos gitanos alegando su derecho de admisión, una «mentira», señala la misma fuente, ya que esto último requiere justificar un motivo.

«Es una realidad que se niega continuamente», apunta Pastori Filigrana, abogada y especialista en la materia. «El discurso hegemónico es decir eso es mentira, y hasta que no tengamos sentencias, no podremos salir de esto», señala. Esta abogada entiende la desconfianza de buena parte de la comunidad gitana hacia las instituciones judiciales, tal y como describe una investigación reciente de International Rights, pero recuerda que «existen vías legales para denunciar» y subraya que la igualdad es un derecho fundamental consagrado por el artículo 14 de la Constitución española. «Es necesario recopilar pruebas», explica, ya que «es importante llevar estos casos a los tribunales».

«Si me piden disculpas, las acepto, pero no busco ni eso, ni reconocimiento, ni compensación económica. Lo que quiero es que esto no pase más», concluye Adolfo.

El pasado 19 de enero, sobre las 11:15 de la noche, murió de un infarto Ramón Salazar, familia de Adolfo. El hermano de Ramón, Manuel, se consuela porque falleció sin dolor, pero se le encoge el rostro y aprieta los ojos al recordar que murió solo, en un hostal de la Plaza Mayor. A Manuel y su familia no les dio tiempo a llegar.

Tras el aviso del hostal, una veintena de policías nacionales acudió al lugar. «Verán ustedes que no nos dan el tanatorio que pidamos», dijo Manuel a uno de los agentes. Su hijo llamó para pedir sala en el tanatorio público de la M30, el más grande de Madrid, el mismo que inicialmente les había ofrecido su compañía aseguradora, Catalana de Occidente.

«De primeras, la aseguradora no tiene problema. Después te mandan al comercial y cuando nos ve, entonces ya nos dice que no se puede». Finalmente, les dijeron que no había sitio en el tanatorio de la M30 y los mandaron al tanatorio Sur, el mismo en el que fue la despedida de la madre de Adolfo. Manuel recuerda que le pasó lo mismo cuando murió su madre.

Cuenta Manuel que el policía con más autoridad del grupo se ofreció a hacer esa misma llamada porque le costaba creer que no hubiera sitio en el tanatorio de la M30. «No sé lo que le dirían los del tanatorio, pero el mismo policía nos dijo que eso no estaba bien, que denunciáramos y que si teníamos problemas, que les llamáramos, porque estaban dispuestos a declarar», asegura Manuel. «Si no tienes prueba, ¿cómo lo denuncias?», añade.

Una fuente del tanatorio de la M30 señala que trabajan a diario para ser plurales e inclusivos. La misma fuente señala que no le constan denuncias por racismo y discriminación hacia personas de etnia gitana, a las que prestan servicio con frecuencia y sin problemas. Esta fuente señala que el tanatorio Sur «es mejor para familias numerosas».

Es la víspera del entierro de Ramón. La noche está tranquila, el cielo está despejado y hay luna llena. Una treintena de allegados acuden al tanatorio Sur para velar al fallecido. El ambiente es solemne y silencioso. Un grupo de hombres y mujeres habla en voz baja frente a la puerta de la sala. Hay dos personas fumando. En total, hay una treintena de rostros compungidos. «No venimos a dar gritos ni a molestar a nadie, venimos a consolar, a llorar y a solventar los problemas económicos que pueda tener la familia del difunto», dice uno de los presentes.

Manuel lleva más de 3.000 euros gastados para enterrar a su hermano y le indigna no poder elegir el tanatorio nunca. «Tenemos seguro contratado, pero nada», explica. «No es que el tanatorio esté mal, pero, ¿por qué yo no puedo elegir?», se pregunta. A ojos de este asegurado, Catalana de Occidente no pone interés en buscar una alternativa que se adapte a las peticiones de sus asegurados. «Los seguros son conscientes de esto, pero no defienden la postura de sus asegurados», opina. Esta compañía aseguradora señala que se esfuerza para facilitar a sus clientes una sala en el tanatorio que elijan, manteniendo siempre informada a la familia y actuando con rapidez y tacto. Catalana de Occidente también señala que no tiene constancia de estos casos de discriminación hacia la comunidad gitana ni hacia ninguna otra etnia.

A la salida del tanatorio Sur, un guardia de seguridad de unos 50 años comparte su punto de vista. Reconoce que existe discriminación hacia los gitanos y la justifica, pero no sabe argumentar por qué.

¿Dan problemas los gitanos? «Cualquiera sabe. Alguna vez tienen un problema entre ellos, pero no por la gente de aquí, ¿me entiendes?», dice el guardia. ¿Por qué? «Es que, claro, desde luego nadie quiere que vengan pero hay que dejarlos entrar, porque llega un momento en que entonces la gente, claro…». El empleado de seguridad no sabe cómo terminar la frase. Se queda pensando.

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