Las organizaciones internacionales alertan sobre la vulnerabilidad de los refugiados y desplazados en campos
SILVIA BLANC / ANDRÉS MOURENZA /ANA CARBAJOSA. EL PAÍS.-Lavarse las manos con frecuencia y mantener la distancia social son las dos recomendaciones básicas en todo el mundo para protegerse del coronavirus. Pero llevarlas a la práctica en lugares como Moria, el mayor campo de refugiados de la Unión Europea, es casi imposible. En él viven, en medio de la suciedad y en tiendas de campaña, unas 20.000 personas alrededor de un espacio que se concibió para unas 3.000. La situación ya era extrema, pero ahora la petición de numerosas organizaciones internacionales de que los campos sean evacuados es urgente. El virus se expande en un momento de tensión en la frontera oriental de Europa, por la decisión turca de permitir el paso hacia Grecia a miles de refugiados, y cuando la propia Turquía ve cómo se desencadena una crisis humanitaria al otro lado de su frontera con Siria, con un millón de personas llegadas del resto del país huyendo del horror, los bombardeos y la miseria tras nueve años de guerra.
Mientras el mundo trata de frenar la pandemia, la vulnerabilidad de las poblaciones de refugiados y migrantes se ha agudizado. “Millones de personas afectadas por conflictos viven en campos atestados en unas condiciones de falta de higiene y sanidad desesperadas. Cuando el virus alcance los asentamientos en Irán, Bangladés, Afganistán y Grecia, las consecuencias serán devastadoras”, alerta en un comunicado Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados. La agencia de la ONU para los refugiados, Acnur, está pidiendo que los asilados y migrantes sean incluidos en los planes nacionales de salud contra la Covid-19. “El virus no entiende de fronteras, de documentos ni de estatus migratorio”, afirma la portavoz de Acnur en España, María Jesús Vega. “Es importante no dejar a nadie atrás, ya que si se protege a los migrantes y refugiados, se protege también a toda la población”, explica.
Esta semana, Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones tuvieron que suspender los reasentamientos en todo el mundo, es decir, el traslado de asilados a países seguros desde otros que los acogieron cuando escapaban de la guerra o la persecución. Esta es una de las principales vías de acogida de asilados, aunque muy escasa: solo 63.696 refugiados fueron reasentados en 2019 de los 1,4 millones que lo necesitaban “con urgencia”, según Acnur. Fueron sobre todo a Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido. Venían de Siria, República Democrática del Congo y Afganistán, y llevaban años esperando en países como Turquía, Líbano y Jordania.
Ahora, esa estrecha ventana se ha cerrado de manera temporal, incluso para casos de refugiados que ya estaban en marcha. “Varios que ya habían iniciado el viaje se han quedado varados en mitad del trayecto, algunos separados de sus familias, por medidas que cambian por días u horas en distintos países”, comenta. Acnur alerta de que la gestión de fronteras por la pandemia “no debe llevar al cierre de las vías para el asilo, ni a forzar a las personas a regresar a situaciones de peligro”, dijo el jueves el alto comisionado, Filippo Grandi.
Dentro de Europa, golpeada por la Covid-19 y donde hay más casos, el mayor riesgo para los solicitantes de asilo está en las cinco islas griegas del Egeo, donde 40.900 personas están sometidas a condiciones de vida terribles, atrapadas mientras se resuelven sus peticiones de refugio. En el campo de Moria, en Lesbos, la mayoría duerme en pequeñas tiendas de campaña entre los olivos apiñadas las unas junto a las otras. Familias de cinco o seis miembros en cuatro metros cuadrados. “La gente en el campo está preocupada, preguntan a los médicos qué deben hacer, están cosiendo sus propias mascarillas”, explica por teléfono George Makris, ayudante del coordinador médico para Grecia de MSF. “Las recomendaciones son casi imposibles de seguir, falta agua y jabón, y es muy difícil aislarse si alguien presenta síntomas”. En algunas zonas del superpoblado campamento hay solo una ducha por cada 240 personas, un retrete por cada 170. En otras, donde viven unas 5.000 personas, no hay agua ni aseo ni electricidad, según cálculos de MSF.
Por ahora no hay ningún caso confirmado entre los solicitantes de asilo del campo, y solo se sabe de una persona infectada en la isla de Lesbos, pero si llega, la transmisión del virus en esas circunstancias “es muy rápida”. Aparte del riesgo que supone el hacinamiento, se le suma que “el hospital de la isla está ya sobrecargado, no está preparado para atender una población extra de 20.000 personas”, afirma. Además, la capacidad de las ONG para seguir atendiendo a los solicitantes de asilo en Lesbos se ha visto mermada en los últimos 10 días. “Después de los ataques xenófobos que hubo a refugiados y a personal de ONG, hay menos cooperantes en la isla, y los cierres de fronteras dentro de la UE dificultan el movimiento de reemplazos”, explica.
Entre las medidas adoptadas para evitar la propagación del virus, Grecia anunció el martes algunas específicas para los campos de refugiados. Son normas de confinamiento: solo podrán salir por causas de fuerza mayor entre las siete de la mañana y las siete de la tarde, y solo, en autobuses custodiados por policías, una persona por familia. También prohíbe las visitas de personas u organizaciones a los campos durante 14 días y suspende cualquier actividad colectiva dentro del campo. El problema es que Moria es exactamente eso, un enorme espacio masificado, empezando por las colas de horas que hay que hacer para comer o para ir al baño. La Oficina de Asilo ha suspendido toda actividad hasta el 10 de abril debido a la Covid-19, en un sistema ya de por sí colapsado. A ello se suma la decisión previa de Grecia, contraria al derecho internacional, de no permitir solicitar asilo a quienes hayan llegado después del 1 de marzo, cuando Turquía dejó de controlar su frontera.
Numerosas organizaciones internacionales llevan tiempo denunciando la situación y pidiendo la evacuación de los campos. Ahora, es una demanda urgente. “Dejar a las personas atrapadas en estas condiciones insalubres e inseguras no es solo una violación de los derechos humanos, sino que también abre la posibilidad de una devastadora crisis de salud si la Covid-19 llega a estos campamentos. Deben de ser evacuados de inmediato”, dicen en un comunicado conjunto Oxfam Intermón y el Consejo Griego para los Refugiados. En concreto preocupa la situación de los menores no acompañados, unos 5.500 en toda Grecia y alrededor de un millar solo en Moria. El Gobierno de coalición alemán pactó a principios de mes la acogida de menores de 14 años, a entre 1.000 o 1.500, a la que podrían sumarse otros países de la UE de manera voluntaria, a falta de mecanismos de solidaridad europeos para reubicar a refugiados. Francia, Portugal, Finlandia y Luxemburgo se ofrecieron. La prioridad, según explicó el ministro de Interior, Horst Seehofer, serán los niños enfermos y los no acompañados. “Hay que hacer una evacuación de emergencia a otros países europeos ya. Era necesaria desde hace meses, pero es que ahora se ha vuelto urgente”, estima Karl Kopp, director para Europa de la organización alemana Pro Asyl y coordinador de proyectos en Grecia. “Cada minuto cuenta. No se puede utilizar el coronavirus como excusa. Al revés, es una razón adicional para acelerar las evacuaciones. Es un gran escándalo que haya niños en esas condiciones”, estima. Pero ahora mismo el traslado de los niños está en el aire. Preguntado un portavoz del ministerio de Interior alemán, asegura que no son capaces de ponerle fecha. Hay pendiente una reunión con la Comisión Europea sobre este asunto, donde se tratará, explica, “cómo se puede hacer la recepción teniendo en cuenta la situación del coronavirus”.
Fuera de Europa, la llegada de la epidemia a los campos de desplazados en Siria, en la provincia de Idlib, último bastión rebelde al régimen de Bachar el Asad, lo hará en medio de una situación catastrófica. Allí habitan 3,5 millones de personas, de las cuales unos 2,5 millones ya habían huido de otras zonas del país. Viven hacinados en campos como Atmeh, pegado a la frontera con Turquía y con entre 500.000 y 800.000 habitantes, o en asentamientos informales a lo largo de las carreteras, sin agua corriente. “Debido a esas condiciones, hay muchas enfermedades digestivas, tipo diarreas, dermatológicas y respiratorias. En el caso del coronavirus no tenemos posibilidad de saberlo, porque no hay test. Nos estamos preparando para lo que pueda ocurrir”, explica Manuel López Iglesias, jefe de misión de MSF para Siria.
La Sociedad Médica Sirio-Americana está preparando un plan de acción y en los próximos días deberían estar listos para empezar a hacer análisis. El problema es que, tras la destrucción de más de 70 centros médicos por la aviación siria y rusa, el número de camas hospitalarias disponibles es ínfimo, no hay apenas UCI —y las plazas están ocupadas por heridos de guerra— y es muy difícil garantizar el aislamiento de los pacientes. Lo mismo ocurre en las ciudades, que han duplicado y triplicado su población, y en los campamentos donde, debido al enorme flujo de desplazados en los últimos meses, varias familias deben compartir una misma tienda de campaña.
En otros países destrozados por la guerra como Libia, en una de las rutas migratorias más peligrosas, muchos de los miles de migrantes y solicitantes de asilo que intentan llegar a Europa acaban hacinados en centros de detención sin higiene, con falta de comida y violencia, muchos de ellos después de haber sido interceptados por guardacostas libios y devueltos a esas condiciones brutales. No se ha notificado ningún caso de coronavirus en Libia, donde equipos de MSF ayudan con formaciones a los sanitarios locales a prepararse. “Entre tanto, seguimos dando ayuda médica y humanitaria a los más vulnerables, refugiados y migrantes atrapados en Libia”, explica el coordinador de proyectos de la ONG en Trípoli, Joris de Jongh. “En los centros de detención de la capital, aunque no solo nosotros respondemos a las necesidades médicas y humanitarias básicas de quienes han sido arbitrariamente encerrados, acabamos de dar una formación adicional a los detenidos y los guardias para afrontar una potencial propagación de la Covid-19”.
Las organizaciones humanitarias señalan el peligro que supone la amenaza de la pandemia en gigantescos campos de refugiados en toda Asia. Varios están en la provincia de Cox’s Bazar, en Bangladés. En ellos malviven, en condiciones miserables, unos 700.000 rohinyá, una minoría musulmana perseguida por Myanmar, acusado de genocidio. Como explica a Reuters Themba Lewis, secretaria general de la ONG Asia Pacific Refugee Rights Network, “un refugiado, ante la llegada de la Covid-19, no puede abogar por sus propias necesidades. No tiene ninguna influencia en decisiones que se toman sobre su acceso a la salud, a los test para detectar el virus o incluso la información básica”. Apenas tienen cómo protegerse.