En las últimas elecciones la extrema derecha tuvo un 1% de los votos. El recuerdo del franquismo actúa como vacuna ante estos partidos. Los españoles tienen muy poca identidad nacional según el estudio
EUROPA PRESS.- El franquismo actúa aún como una vacuna en España frente a los movimientos populistas de extrema derecha, que no han obtenido más del 1% de los votos en las elecciones generales de los últimos años. Pero un 41% de los españoles afirma que podría votar a un partido que defendiera políticas antiinmigración.
Estas son las principales conclusiones que se extraen del informe El fracaso de los grupos de extrema derecha pese al paro, la desigualdad y una alta inmigración, elaborado por el Real Instituto Elcano como parte de un proyecto de investigación más amplio liderado por el grupo de ideas británico Demos que cubre también a Alemania, Francia, Polonia, Reino Unido y Suecia.
A partir de un estudio detallado de encuestas públicas y de elaboración propia, junto con entrevistas a expertos, la investigadora del Real Instituto Elcano Carmen González Enríquez intenta explicar los factores que están detrás de la excepción española en lo que al auge de los populismos de extrema derecha se refiere.
González Enríquez apunta como uno de los motivos principales el débil sentimiento de identidad nacional que caracteriza a los españoles, y que tiene sus raíces en la experiencia, relativamente reciente, de la dictadura franquista, que abusó de los símbolos nacionales y de la identidad nacional, y que generó un movimiento opuesto «que aún persiste», subraya el informe.
A ello se une la existencia de fuertes movimientos nacionalistas en algunas regiones de España, Cataluña y País Vasco, principalmente, pero no sólo, que han contribuido también a esa ausencia de una fuerte identidad nacional de los españoles, realidad que ahondó la transferencia de competencias de Educación a las autonomías, que han puesto el énfasis en enseñar la identidad e historia local y regional.
El europeísmo frena a la extrema derecha
Junto a esta débil identidad nacional, el estudio apunta al profundo europeísmo de los españoles como el segundo elemento que convierte a España en terreno inhóspito para los populismos de ultraderecha.
A pesar de que la crisis económica ha aumentado el antieuropeísmo entre los ciudadanos comunitarios, incluida España, en este país esta tendencia está por debajo de la media europea: solo un 28% de los españoles no se considera europeo de ningún modo, frente al 39% de media en la UE.
Los españoles también se encuentran entre los europeos menos partidarios de que los Estados recuperen competencias cedidas a la UE. Junto a Polonia, España es el país menos partidario de abandonar la Unión, y con Alemania, el más favorable a aumentar los poderes de la UE.
Comparado con el resto de países europeos, los españoles también se muestran mucho más favorables a la globalización que otros ciudadanos europeos, un rasgo compartido con Polonia. González Enríquez sostiene que esta coincidencia entre españoles y polacos puede deberse a que los dos países vivieron en el pasado reciente un largo autoritarismo y aislamiento internacional.
El estudio muestra asimismo cómo en un periodo relativamente corto de tiempo en que España vio crecer de manera considerable su población inmigrante, los niveles de aceptación de estos nuevos vecinos mejoraron de manera significativa en solo 13 años.
España estrenó el nuevo siglo como el país menos xenófobo de Europa, el más tolerante hacia las diferencias culturales y el más favorable a la inmigración, marcando distancias de forma clara con sus vecinos europeos, mucho más críticos con la presencia de extranjeros en sus países, destaca el informe.
Varios factores explican esta actitud, entre ellos la concentración de la población inmigrante en las grandes ciudades, dejando el resto del país prácticamente libre de extranjeros; el recuerdo reciente de la emigración española; la influencia de la Iglesia católica, con un discurso favorable al inmigrante y la visibilidad de ONG muy activas en cuestiones de inmigración, asilo y lucha contra el racismo y la xenofobia.
Pero España no se ha librado de un aumento de las posiciones antiinmigración como consecuencia de los efectos de la crisis económica. En 2016, el 74% de los españoles pensaba que el número de inmigrantes en su país era «un poco demasiado alto» o «demasiado alto», mientras que para el 22% era un nivel «más o menos correcto».
Son los ciudadanos más activos en el mercado laboral, los que tienen entre 35 y 44 años, los que se muestran más descontentos con los niveles de población inmigrante en España. Precisamente este grupo es el que se manifiesta más proclive a votar a un partido que defienda postulados antiinmigración (un 41% de los españoles se ve capaz de votar a un partido así) y de entre ellos, los votantes del PP y de Ciudadanos son los que más simpatizan con estos posicionamientos.
También son mayoría, el 77%, los que defienden que los trabajadores españoles deberían tener prioridad en el mercado laboral, lo que sugiere que los temores hacia la inmigración tienen relación con el alto nivel de desempleo.
A pesar de esta subida en la insatisfacción respecto de la inmigración en España, este país aún presenta porcentajes de desagrado ante la población inmigrante menores a la media de la UE. Si seis de cada diez europeos reconoce tener sentimientos negativos hacia los inmigrantes no comunitarios, en España son cuatro de cada diez.
Pero es que además solo un 3%o de los españoles menciona la inmigración cuando se le pregunta de manera abierta por los principales problemas que afronta su país. El paro, los problemas económicos, la corrupción, la baja calidad de los políticos y los problemas con la sanidad y la educación públicas son las cuestiones que más preocupan a la ciudadanía española.
Y ha sido Podemos, una formación «populista de izquierdas», dice el informe, la que ha canalizado la insatisfacción y desconfianza en el sistema como consecuencia de la crisis, en lugar de los partidos de derecha radical con mensajes antiinmigración.
Otro elemento que ha contribuido a la ausencia de fuerzas populistas de extrema derecha en España ha sido el sistema electoral, que penaliza a las formaciones minoritarias, a las que cuesta más entrar en el Parlamento, primer paso para ganar mayor visibilidad y financiación.