«En Madrid, se oyó a los manifestantes corear aquello de «Policía, asesina». Me queda la duda de si se referían a la policía de Minneapolis, a todos los agentes de Estados Unidos o a la Policía española»…
MANUEL MARLASCA. LA SEXTA.- George Floyd murió a consecuencia de los injustificables abusos de unos policías en Minneapolis. Es un episodio más de racismo y brutalidad policial en un país en el que se repiten con demasiada frecuencia hechos parecidos. Colegir de ese episodio que todos los policías norteamericanos son asesinos racistas es un viaje muy largo. El racismo sigue siendo una de las peores lacras endémicas de una sociedad que hace poco más de medio siglo seguía segregando según el color de la piel y en la que hace menos de dos siglos aún existía la esclavitud.
Nadie puede discutir la legitimidad de los manifestantes que han salido a la calle en Estados Unidos y en todo el mundo para protestar por la muerte de Floyd y contra cualquier clase de racismo. Otra cosa es que yo no vea, por muchas vueltas que le dé, la relación entre estar indignado por el crimen y saquear una tienda de telefonía móvil. El crimen de Floyd ha llegado, además, en un momento en el que la Casa Blanca está ocupada por un demagogo y populista de manual y que no es precisamente la persona idónea para amainar un incendio, sino más bien para echarle queroseno.
Madrid, como otras ciudades españolas, fue ayer el escenario de una protesta –de dos mil a tres mil personas participaron en ella– contra el racismo y la brutalidad policial, causa noble y legítima, desde luego. Como tantas otras veces, las causas son buenas, pero la puesta en escena y los mensajes son nefastos y hacen que el motivo original de la convocatoria se desvirtúe. Ayer, en Madrid, se oyó a los manifestantes corear aquello de «Policía, asesina». Me queda la duda de si se referían a la policía de Minneapolis, a todos los agentes de Estados Unidos o a la Policía española. Compruebo el resto de las consignas de los manifestantes y salgo de dudas: «La Ley de Extranjería mata cada día», «Madrid será la tumba del racismo»… Ya no me queda ninguna duda cuando leo lo que dijeron los portavoces al final de la marcha: «Es fácil relacionar la muerte de George Floyd con las muertes del Mediterráneo, las catorce personas en el Tarajal, Lucrecia Pérez y Mamen Mbaye».
Pues no, no es nada fácil relacionar la muerte de Floyd con esas de las que hablaron los convocantes. A saber: las muertes del Mediterráneo son atribuibles a las lamentables condiciones de vida de millones de personas que malviven o que huyen de las guerras y, sobre todo, a la actividad de las mafias de traficantes de seres humanos. Sería bueno que los que ayer gritaban «Policía, asesina» supiesen que, por ejemplo, en Niger, epicentro del tráfico de personas que acaba en las costas europeas, hay un par de policías españoles que se dejan la piel, junto a sus colegas franceses, para cercenar de raíz estas redes mafiosas y que en sus dos años de misión han golpeado a las organizaciones más poderosas de África.
La muerte de catorce inmigrantes en la playa ceutí de El Tarajal en febrero de 2014 tuvo un largo recorrido judicial, que acabó con el archivo de la causa. Pese a que la magistrada vio indicios de delito en la actuación de dieciséis guardias civiles, la Fiscalía no acusó y en el procedimiento no se personaron acusaciones particulares. La doctrina Botín libró a los agentes de sentarse en el banquillo.
Lucrecia Pérez, una inmigrante dominicana, fue asesinada en Madrid en 1992. Fue el primer crimen racista ocurrido en España y sus cuatro autores, uno de ellos guardia civil, fueron condenados a un total de 126 años de prisión. Su detención y procesamiento fue posible gracias al trabajo de investigación de la Guardia Civil, que puso a los asesinos a disposición de la Justicia.
Mamen Mbaye, un vendedor ambulante, murió en 2018 a consecuencia de un infarto cuando era perseguido por agentes de la Policía Municipal, que le intentaron salvar la vida.
Así que poco tiene que ver la muerte de Floyd con las citadas por los manifestantes de ayer, convocados por una noble causa. Pero, como he escrito antes por aquí, corren tiempos de trazo grueso y el eslogan «Policía, asesina» siempre ha tenido buena prensa, pese a que el cuerpo de la Policía Nacional se ha visto salpicado en escasas ocasiones por denuncias de abusos raciales –y cuando así ha sido, la Justicia y la propia corporación han depurado a sus protagonistas–. Y pese a que cientos de policías nacionales velaban ayer por la seguridad y el derecho a manifestarse de los que estaban protestando, no estamos para matices, sino para tintar de negro nuestras cuentas de redes sociales, poner la rodilla en tierra y proclamarse antifascista ante todo el que nos quiera escuchar o leer. Por cierto, este fin de semana se cumplieron 76 años del Día D. En las playas de Normandía, solo ese día –6 de junio de 1944–, murieron más de 4.000 jóvenes británicos, norteamericanos y canadienses. Lo hicieron luchando contra el fascismo.