PATRICIA TUBELLA. EL PAÍS.- Si Londres viene compitiendo en los últimos años con Nueva York por el centro de gran urbe del mundo capitalista occidental, los pinchos de mental colocados frente a opulentas viviendas para evitar que allí se instalen los vagabundos confirman una vocación que ni siquiera comparten las autoridades locales. El alcalde de la capital británica, Boris Johnson, ha sido una de las primeras voces en criticar el despliegue de esas púas metálicas en el rellano de algunos portales de los bloques de pisos del emergente barrio del Southwark con el objetivo de disuadir que acampen los sin techo.
“Una idea fea, contraproducente y estúpida”, han sido los calificativos vertidos por el conservador Johnson ante la exposición por la prensa de esos pinchos “antivagabundos” que el vecindario de esta próspera zona del sur del río Támesis considera una medida de prevención y de seguridad. “Tengo amigas en el edificio que temen volver a casa por la noche o que ya se han visto intimidadas, incluso amenazadas, en el portal”, es el comprensivo argumento esgrimido por más de una residente, frente a la idea comúnmente aceptada entre la ciudadanía de que la legión de vagabundos que pueblan las noches de Londres es en realidad inofensiva.
El asunto ha enconado el debate sobre el grado de peligrosidad o de vergüenza, según los baremos, que entraña la realidad de más de seis millares de personas sin techo ni recursos pululando por las calles de una capital cuya City mueve muchos miles de millones cada día. Los habitantes de Londres no se sienten, en general, amenazados por la presencia en las calles, en las bocas de metro y en contadas ocasiones en los portales de algún edificio de esas personas desvalidas y, en muchos de los casos, aquejadas de algún problema mental que dificulta su reinserción. En el último año, su número se ha visto incrementado en el 13%, según estimaciones de la BBC que no ha querido avalar ni desmentir el ayuntamiento de la ciudad.
El discurso que prima la seguridad frente a cualquier otro derecho, que caracteriza la atención a los más vulnerables de la sociedad como una “trampa” en la que ha incurrido el Estado asistencial, está especialmente en boga entre las filas de los conservadores británicos a partir del auge en las recientes elecciones locales y europeas del partido derechista Ukip. Johnson, un miembro de las élites formadas en el exclusivo centro de Eaton, es sin embargo un político astuto, populista y también acalde popular que intenta adaptarse a las pulsaciones de la ciudadanía. Centenares de londinenses, que acabarán siendo miles, han firmado ya una petición para que se retiren los controvertidos y discriminatorios clavos “antimendigos” del paisaje urbano. Londres es una ciudad tan pacífica como afecta a esas “oleadasas” de disensión. En las populares salas de apuestas, la puja máxima prevé que los polémicos pinchos acabaran desaparecindo…