Pérez-Reverte: «El único freno que conocen el político, el financiero o el notable es el miedo a la prensa libre»

| 14 julio, 2020

ARTURO PÉREZ REVERTE. ABC.- Al agradecer este premio debo decir que quien debería estar aquí para recibirlo es David Gistau. David ha muerto, pero si hubiera estado vivo tengo la certeza de que el premio Mariano de Cavia se lo habrían dado a él. O deseo tener esa certeza. Así que considérenme un suplente. Una simple alternativa.

Por lo demás, no tengo nada que decir que no haya dicho ya en la página que desde hace treinta años escribo en XL Semanal, el suplemento que sale cada fin de semana con muchos periódicos españoles, incluido ABC. En esos casi mil quinientos artículos están mis ideas y mi mirada, mi biblioteca, mi experiencia, mis recuerdos, mis amigos, mis filias y mis fobias.

En mi opinión, el único freno que conocen el político, el financiero o el notable, cuando alcanzan cotas perversas de poder, es el miedo a la prensa libre. Hay quien prefiere llamarlo respeto, pero prefiero la otra palabra. Quizá porque, como me gusta mucho leer a Suetonio, recuerdo siempre aquello de: «Oderint, dum metuant» (que me odien, pero que me teman).

Miedo, de quienes deben tenerlo, a perder la influencia, el poder, el dinero, el privilegio, la reputación, la impunidad. A sufrir las consecuencias de su ambición, sus mentiras, sus cobardías o sus delitos.

Sin ese miedo, todo poder se vuelve tiranía. Por muy disfrazada que esté.

Tengo poco tiempo y quiero emplearlo en recordar un episodio que he contado muchas veces, pero que considero adecuado en los tiempos que corren.

Yo tenía 16 años, quería ser reportero, y cada tarde, al salir del colegio, frecuentaba la redacción del diario «La Verdad». Estaba al frente de ésta Pepe Monerri, un veterano periodista. Empezó a encargarme cosas menudas, y un día me ordenó que entrevistase al alcalde de la ciudad. Y cuando, abrumado por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un alcalde era demasiado para mí, y tenía miedo de hacerlo mal, el veterano me miró con mucha fijeza, encendió uno de esos pitillos que antes fumaban los viejos periodistas, y dijo algo que no he olvidado nunca:

«¿Miedo?… Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti».

Pienso en eso a menudo. Y últimamente, en España, más todavía. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti.

Me gusta que los alcaldes, incluso los buenos alcaldes, tengan miedo. Los alcaldes, y los ministros, y los presidentes de gobierno y los líderes de la oposición, y los obispos, y los reyes, y todos cuantos de una u otra forma condicionan nuestra vida. Me gusta que todos ellos tengan un saludable miedo a una prensa libre cuyo único límite sea el código penal. Miedo al titular en primera página, a la información veraz, a la columna explicativa, rigurosa, lúcida. Miedo a la voz de los periodistas libres y de los hombres y mujeres libres que los leen.

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