La ultraderecha griega sigue la estrategia de culpabilizar a los solicitantes de asilo de los sabotajes, robos y ataques que ellos mismos provocan
ALBERTO ROJAS. EL MUNDO.- A la ultraderecha siempre le fascinó el fuego. Amanecer Dorado, el tentáculo neonazi que se extiende imparable en Grecia, recurrió el pasado domingo por la noche a las antorchas para amedrentar a miles de refugiados e inmigrantes reunidos para protestar en la céntrica plaza Safo de Mitilene, la capital de la isla de Lesbos. «Quemadlos vivos», gritaban ante el cordón policial que protegía a los solicitantes de asilo, mientras les arrojaban bengalas, petardos, botellas y adoquines.
Había niños y mujeres entre los acampados en la plaza, pero no les importó. Unos 200 radicales consiguieron romper el cerco y abalanzarse sobre ellos. Decenas de policías y refugiados fueron heridos por esta turba, que arrasó comercios y quemó mobiliario urbano durante toda la noche. Aún no hay datos sobre detenidos.
Era algo que se veía venir. Los voluntarios de la ONG Openborders llevaban meses denunciando que los ultras de Amanecer Dorado estaban realizando sabotajes en fincas privadas de la isla para acusar a los refugiados y poner a la población en su contra. El contexto de crisis económica y hartazgo general les favorece.
Los inmigrantes, que en un primer momento habían decidido seguir acampados en el paseo marítimo de Mitilene a pesar de la situación de peligro, accedieron finalmente a ser evacuados de nuevo al campo de Moria, un campo-prisión con capacidad para 3.500 en el que malviven más de 7.000, la mayoría hombres jóvenes, cuyas condiciones de vida son lamentables: retretes destrozados, gente durmiendo en tiendas de campaña bajo la nieve y mujeres que duermen con pañales porque no se atreven a salir solas por la noche a las letrinas por miedo a ser violadas.
Por un lado, las autoridades griegas han mantenido a miles de personas hacinadas en Moria. En un asentamiento adyacente gestionado por el ayuntamiento (Kara Tepe) se alojan sólo familias con niños. Y fuera de estos lugares se estima que otros 3.000 solicitantes de asilo reside en condiciones muy precarias dentro de fábricas abandonadas, casas ocupadas y un cementerio de camiones cercano a Mitilene. La mayoría son marroquíes, argelinos o paquistaníes, personas de países que no están en guerra y que dificulta su reconocimiento como refugiados. El lugar garantiza un ejército de ratas correteando por montañas de basura dentro.
A esa situación se ha llegado desde que el acuerdo con Turquía se detuvo por falta de garantías legales y las autoridades griegas decidieron anularlo de facto. Sólo unos cuantos cientos de refugiados fueron devueltos por la fuerza a Turquía y el resto se quedó varado en las islas griegas fronterizas (Lesbos, Kos o Samos). La pasada semana, el Tribunal Supremo de Grecia dictaminó que los solicitantes de asilo son libres para moverse por todo el territorio heleno, lo que les habilita para viajar al continente legalmente desde las islas. Esa resolución judicial puede reactivar la ruta del Egeo, que ha ido perdiendo importancia como vía migratoria desde los primeros meses de 2016 por el acuerdo con Ankara y la mayor presencia de embarcaciones de Frontex (la agencia europea de seguridad de fronteras) entre las islas griegas y Turquía. De hecho, el número de llegadas de inmigrantes a las costas de las islas griegas del Egeo Norte sigue en aumento y las últimas cifras registradas desde el pasado 1 de abril se elevan ya a más de 2.600 personas.
La cuestión es que no se trata de una sentencia retroactiva, y sólo es aplicable para los que lleguen en patera a partir de ahora y no los que ya estaban encerrados en ellas, que tendrán que seguir esperando indefinidamente. Ni pueden seguir adelante ni pueden volver atrás.
Esa regla se lleva al extremo. Hace unos meses, la doctora De Vries, de Médicos Sin Fronteras, se quejaba amargamente a este periodista sobre el caso de un joven afgano enfermo de cáncer que necesitaba acudir a Atenas para recibir un tratamiento con el que podía salvar su vida. La maraña burocrática griega (policía, autoridad portuaria e inmigración) ralentizó el proceso hasta que el paciente acabó muriendo en la isla.
Estas acciones ultras en las islas suceden en un contexto de tensión aumentado por la crisis fronteriza entre Grecia y Turquía. Dos militares griegos permanecen retenidos en Estambul tras salir por error de las aguas territoriales helenas el pasado 2 de marzo mientras que los turcos sobrepasan las líneas cada día con sus patrulleras.