MOHORTE. MAGENT.- Zaragoza, dos y media de la noche, casco histórico. Es viernes de madrugada y centenares de jóvenes abandonan el barrio de la Madalena, atestado los jueves, tras una noche de Juepincho, la popular oferta de consumición y caña por dos euros. Mientras las calles se vacían, Víctor Laínez, un habitual de las esquinas madaleneras, parroquiano de diversos bares, se dirige al Tocadiscos, un lóbrego garito de la calle Antonio Agustín.
En su interior, Laínez, conocido por camareros y clientes frecuentes, entabla conversación con un desconocido. Este señala sus tirantes con la bandera de España y le llama «facha». Laínez decide marcharse del bar y a su salida (aunque no está claro: las fuentes divergen al respecto) el hombre que le había increpado le atesta un golpe en la cabeza con un objeto metálico. Es hospitalizado y, a los pocos días, su familia decide desconectarle de la vida tras certificar su muerte cerebral.
El fallecimiento de Laínez conmociona a la ciudad y se convierte en una de las noticias más importantes de la semana: se trata de un crimen de odio, de un ataque violento motivado por sus ideas políticas, en plena escalada nacionalista, ideológica y radicalizada de muchos sectores políticos en el contexto de la crisis catalana. A los pocos días, un habitual del activismo antifascista, Rodrigo Lanza, es detenido por la policía. A él se suma otro hombre más, cuya identidad no ha trascendido.
La Madalena: la escena antisistema de Zaragoza
Laínez no era un extraño, un turista ocasional en su propia ciudad, en el barrio de la Madalena. Vivía allí y era conocido entre los habituales por su antigua filiación a un club motero y su pasado falangista. Atributos extraños en una zona de la ciudad célebre por su carácter rebelde.
La Madalena es hoy un cruce de caminos en Zaragoza: el barrio había sido históricamente un rincón marginado de la vida social de la ciudad, habitado por inmigrantes de primera generación, numerosas familias gitanas y trabajadores pobres. El caldo de cultivo ideal, barato y underground, para que a partir de los setenta floreciera una escena antisistema y de profundo cariz izquierdista en sus calles. En un contexto de drásticos cambios urbanos, la Madalena se convirtió en el barrio bohemio y contestatario, abandonado y decadente.
Su historia presente es algo más compleja. La rehabilitación integral del inmenso casco histórico de la capital aragonesa permitió adecuar calles, habilitar nuevos espacios y ofrecer casas a buen precio para una generación de inquilinos de clase media, jóvenes y heterogéneos. La Madalena se gentrificó y se sigue gentrificando: abren nuevas tiendas, se mallan zonas antaño olvidadas con bares de moda y se mudan estudiantes y profesionales liberales.
Jóvenes universitarios, modernos de toda condición, punkis trasnochados, antisistemas, proyectos sociales, vecinos tradicionales, gitanos y migrantes se mezclan, pues, en un barrio donde la convivencia es pacífica y donde los conflictos son marginales. En parte por el claro carácter político de su identidad: la Madalena no es terreno donde las ideas fascistas, homófobas o racistas puedan prosperar. Ha sido un lugar tradicionalmente vedado al intenso movimiento neonazi de Zaragoza, un espacio controlado por el aragonesismo, el ecologismo, el anarquismo y el activismo.
La Madalena es un barrio pequeño, casi todos se conocen entre todos, aunque sea de vista, y la figura oriunda y corpulenta de Víctor Laínez, llamativa por sus ropajes y sus tirantes con la bandera de España, era fácilmente identificable. La víctima paseaba por el barrio, frecuentaba algunos bares y su presencia y su claro perfil ideológico se adaptaban sin conflicto en un ecosistema peculiar, pero libre de violencia política, capaz de acoger las vidas sociales de una amplia panoplia de personajes. La agresión no surge de un contexto conflictivo, de un barrio en batalla.
Su historia terminó de forma trágica el viernes: cuando salió del Tocadiscos, un hombre aún no identificado le atestó un golpe mortal en la cabeza con un objeto metálico. Los testimonios difieren: unos cuentan que sucedió en la calle, a escasos metros del bar que solía frecuentar a diario; otros cuentan que pasó en el umbral de entrada a la discoteca y que el arma fue un sillín de bicicleta. Laínez quedaría postrado en el suelo inconsciente. La agresión terminaría por costarle la vida.
Al poco, la policía detuvo a Rodrigo Lanza. Lanza no era de Zaragoza, pero se había instalado en la ciudad tras salir de la cárcel en Barcelona. Chileno de nacimiento, fue condenado a cinco años de cárcel por dejar tetraplégicoa un policía de una pedrada. Los hechos sucedieron en 2006 y la condena se firmó en 2009. Lanza protagonizó el documental Ciutat Morta, en el que negaba tener relación con los hechos y se declaraba víctima de un montaje policial. La película fue ampliamente difundida y aplaudida por los sectores antisistema.
A su llegada, Lanza conectó con rapidez y naturalidad con el pequeño pero muy activo movimiento antifascista de la Madalena. Era conocido en el Centro Social Ocupado Kike Mur, la okupa ubicada en la antigua cárcel de Torrero que sirve de nexo para el anarquismo local. Como él mismo admitía en 2015, Lanza se imbricó en la red activista de la ciudad, participando en eventos, programas de Radio Topo e inicitivas de todo tipo.
El CSO Kike Mur tiene una larga tradición activista y cultural en Zaragoza: tras luchar con uñas y dientes (incluidos los vecinos de Torrero, obrero y contestatario por excelencia) por su mantenimiento cuando el Ayuntamiento trató de desalojarlo en 2011, logró una estabilidad que se prolonga ya en más de un lustro. Su programa está repleto de comedores veganos, proyecciones de documentales, talleres, recogidas de ropa para desfavorecidos y refugiados, Nocheviejas alternativas y un sinfín de conciertos. Como otras casas okupas, su labor es cultural y, dado su carácter anarquista, su participación política es muy reducida.
La Madalena y Torrero están conectados por los mismos vectores, y de ahí que las caras del Kike Mur sean frecuentes en salas como el Birosta, un restaurante vegano muy frecuentado, la Arrebato, la meca del Hardcore local, el Potoka, una suerte de herriko a la zaragozana, o la Vía Láctea, lugar donde se celebraba el «Antijuepincho», una iniciativa alternativa al popular Juepincho que aspiraba a mantener el carácter comprometido y antisistema del barrio. Todos ellos configuran el circuito rebelde de la Madalena en las horas nocturnas.
Ahora bien, de forma lateral y completamente paralela a esta escena, la Madalena acoge otra: la asociada al movimiento comunista y aragonesista, focalizada en el centro neurálgico de A Flama y de la sede del Partido Comunista Aragonés, a escasos metros del primero, y de perfil también pacífico. Con una variante inquietante: su síntesis futbolística, personificada en el Avispero, un pequeño pero muy nutrido grupo de hooligans de extrema izquierda fundado hace escasos años y también frecuentes de las fiestas y los bares de la Madalena.
La intensa escena neonazi de la ciudad
Es en el Avispero donde, más allá de Lanza, se cruzan los caminos de la extrema izquierda y la extrema derecha en Zaragoza. Sus enfrentamientos con el otro grupo ultra del Real Zaragoza, el más ancestral y reconocido Ligallo, han sido habituales de un tiempo a esta parte. Cuando el SD Huesca visitó la ciudad, sus grupos ultras se aliaron con el Avispero y entablaron una batalla campal por las calles de la Madalena que terminó con varios heridos y terrazas volando por los aires.
Los conflictos no son la norma, pero la tensión entre ambos grupos, espacios de radicalización política para jóvenes que canalizan a través de la violencia y el fútbol sus cuitas internas, es una de las pocas sombras que atenazan a las calles de Zaragoza. En cierto modo, la aparición del Avispero, un grupo de animación joven, espoleó al Ligallo, cuyos días de gloria al albur del intensísimo movimiento neonazi de la ciudad (lejos de la Madalena) ya habían pasado.
En el Ligallo se cruzan diversos caminos de la extrema derecha local. Durante los partidos del Real Zaragoza, es habitual gritos de «Sieg Heil» provenientes del fondo norte de la Romareda, el espacio ocupado por el grupo durante sus treinta años de existencia. En 2014, cuatro jóvenes fueron detenidos por la Policía por dar una paliza a un antifascista en el centro de la ciudad. Un año después, la misma escena se repetía en una calle paralela. Siete miembros del Ligallo fueron detenidos. Son incidentes violentos aislados, pero frecuentes tanto en la ciudad como en aquellas que visita el equipo.
En Zaragoza, más allá del Ligallo, la extrema derecha siempre ha tenido más presencia callejera y ha resultado más intimidante que la extrema izquierda. En septiembre, una mesa política convocada por Podemos se saldó con un botellazo en la cara de la presidenta de las Cortes de Aragón, Violeta Barba, lanzada por uno de los 400 manifestantes de ultraderechaque hicieron acto de presencia. La protesta había sido convocada por el Movimiento Aragonés Social, una revivida plataforma vinculada en sus raíces a Falange.
A las pocas semanas, otro grupo ultraderechista, la Plataforma Ñ, lograba un resonante éxito de movilización aunando a más de 3.000 personas en la Plaza de España. La manifestación se centró en el rechazo al referéndum del 1 de octubre en Cataluña, y fue cerrada por un discurso del líder nacional de Falange, Norberto Pico. Falange había solicitado el permiso para la marcha, pero fue Plataforma Ñ la que dio la cara. De forma muy significativa, la ultraderecha sacaba músculo en Zaragoza a cuenta de Cataluña, capitalizando un ancestral anticatalanismo político.
Las estampas, por más que resultaran impactantes, no eran extrañas a una ciudad como Zaragoza, hogar de numerosas movilizaciones neofascistas durante los últimos quince años. Una de ellas trató de imitar el carácter «social» y «ocupado» de los movimientos antifascistas, tal y como ha logrado el Hogar Social Madrid. En 2015, aquel Movimiento Social Republicano se adueñó de un inmueble abandonado en Las Fuentes, un barrio obrero y pobre, con objeto de «dar asistencia» a los más necesitados, siempre y cuando fueran españoles. El proyecto fue desmontado por el Ayuntamiento.
El hogar social neofascista revelaba un cambio de estrategia: de la violencia en las calles a la asistencia social. De las pandillas juveniles a la coartada benefactora. Con anterioridad, la ultraderecha, relacionada o no con el Ligallo, había reventado de forma violenta actos políticos organizados por los sectores soberanistas del aragonesismo. Fue en 2012, cuando un foro en el que participarían miembros de Bildu hubo de ser anulado por el ataque de un grupo de radicales de ultraderecha.
Nada que pudiera extrañar al observador habitual del movimiento neonazi en Zaragoza. Es posible saltar los recortes de prensa de año en año localizando agresiones ultraderechistas. Desde 2012 hasta 2002, pasando por las peleas callejeras a cuenta del MSR de Las Fuentes o por uno de los episodios más graves: la agresión de Ramón Redondo en el Actur, en 2006, causada por cinco neofascistas. Le atacaron sin mediar mayor enfrentamiento y utilizaron ladrillos y trozos de alcantarilla. Fueron llevados a juicio y encarcelados. La víctima casi pierde la vida.
Menos localizado geográficamente, el movimiento neonazi de Zaragoza alcanzó su apogeo a principios de la primera década del milenio, cuando la ciudad se convirtió en el auténtico epicentro del neofascismo español. Fue entonces cuando los conciertos de RAC (Rock en contra del comunismo), las concentraciones y las acciones violentas se convirtieron en un auténtico quebradero de cabeza. En aquel clímax, surgieron grupos criminales como los Thule o los Kripo.
Durante sus años infiltrado, Antonio Salas identificó a la ciudad como uno de los focos más peligrosos del neonazismo en España. Fueron los Kripo el canto del cisne de aquella epopeya neonazi. El grupo fue desarticulado por la policía tras decenas de detenciones por amenazas a jóvenes antifascistas, agresiones racistas y acopio de armas. A los pocos años, en 2006, cuando se produjo la agresión de Redondo, aún daba sus últimos coletazos. Otros grupos como Sangre y Honor, con conexiones internacionales, también tuvieron una intensa presencia.
Todo esto tocaba de forma muy lateral a Víctor Laínez. Es cierto, como la propia Falange ha reconocido, que fue militante de la agrupación hace varias décadas. Su grupo motero, los Templarios, no tiene carácter ideológico reconocido, pese a la fascinación estética de muchos de sus miembros por los iconos neofascistas habituales. Los vectores que han movido la agresión política que ha terminado con su vida, un acto deplorable, son otros.
Su muerte, sin embargo, sí se puede entender mejor en un contexto de radicalización política y violencia callejera a la que Zaragoza no ha sido ajena durante las últimas décadas. Un escenario en el que las posiciones enconadas derivadas del debate político catalán podía resultar en una tragedia como la sucedida el pasado viernes. Y un crimen que añade tensión a un escenario que, ahora mismo, es potencialmente volálil.