Siete personas comparten con eldiario.es varias situaciones en las que han sentido su color de piel como una barrera, con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial. «Yo llevo en España muchos años y todavía hay gente que me mira como si acabara de llegar, como si fuera el primer negro que ven en su vida», cuenta Idrissa. «Me queda la certeza de que si no fuera negro ese coche de policía no se habría dado la vuelta», cuenta Mohamed, que es negro y nació en Huesca
LAURA OLÍAS. ELDIARIO.ES.- Que te persiga un vecino por tu comunidad porque no se cree que puedas vivir en una casa «normal». Que haya un atentado terrorista y tu amiga te diga en el colegio «tu padre ha puesto la bomba». Que te miren como un extraño cuando has pasado toda tu vida en la misma ciudad. Son algunas de las situaciones que siete personas han vivido debido a su origen racial y que han compartido con eldiario.es con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, 21 de marzo.
El año pasado, el Gobierno publicó por primera vez los datos de delitos de odio en España. «Es cualquier infracción marcada por la intolerancia contra el diferente», resumió Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia a eldiario.es. De los 1.172 los delitos constatados por el Ministerio del Interior en 2013, los ocasionados por motivos de racismo y/o xenofobia figuran como los segundos más numerosos, con 381 casos. Por delante, las 452 víctimas atacadas por su orientación o identidad sexual. Aun así, la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) advierte de la escasez de denuncias: «Entre el 60% y el 90% de las víctimas de delitos motivados por sentimientos de odio, no denuncian su caso ante ninguna organización».
En la ONG Red Acoge, coinciden en que muchos delitos de discriminación no se denuncian. «Muchas veces los afectados no se dan cuenta de que están siendo discriminados porque tiene muy asumidas esas situaciones, que en ocasiones ya venían de sus países de origen, como lo negros de Colombia», explica Inés Díez, responsable del área Jurídica de Red Acoge. Otras veces, si la persona es extranjera y se encuentra en situación irregular en España, puede más el miedo a una expulsión que el agravio sufrido.
Para Isabel Elunku, presidenta de Sos Racismo Madrid, varias políticas del Gobierno pueden incrementar los falsos argumentos que a menudo fundamentan el racismo. «Como con la legalización de las devoluciones en caliente y las expresiones que hablan de ‘invasión’ en las vallas de Ceuta y Melilla; y la exclusión sanitaria de los inmigrantes sin papeles, como si estuvieran aquí para aprovecharse de la sanidad pública». «Sigue habiendo racismo», indica tajante. En su seguimiento anual, la ONG ha visto aumentar los conflictos vecinales por racismo y xenofobia.
Inés Díez llama la atención sobre lo que algunos denominan «racismo de baja intensidad», más velado, que dificulta la vida diaria de estas personas: su acceso al trabajo, a una vivienda, al médico de cabecera. A continuación, los relatos de siete personas que sintieron su color de piel como una barrera.
Laila
Hija de emigrantes marroquíes, nació en España y estudia su primer año de universidad. «Con el español como primera lengua» –dice la joven– «puede sonar redundante, pero es así como me tengo que presentar siempre».
«Nunca me he avergonzado de mis orígenes, ni de la religión que he elegido seguir, pero cuando tienes ocho años no quieres sentirte diferente. A mí no sólo me hicieron sentir diferente, sino también culpable de un acto que nos marcó y afectó a todos por igual: los atentados del 11-M. Esa misma tarde, –tras las sospechas de los medios que apuntaban al grupo terrorista fundamentalista–, mi padre me llevó al colegio, como cada día. Yo, ajena a las miradas, me senté en el pupitre a esperar a que comenzara la clase. Se acercó una de mis «amigas» y me dijo: ‘Tu padre ha puesto la bomba’. Entonces me pisoteó la mochila y volvió a su sitio. Empecé a llorar y nadie me quiso consolar. Cuando conté lo sucedido a la profesora, todos lo negaron, cómplices. Choqué contra el muro de la realidad social: la discriminación.
No quise entenderlo. Mi padre era la mejor persona del mundo, le recuerdo viendo las noticias y lamentándose de lo que había pasado; tampoco he olvidado cómo toda mi familia se había reunido para acudir a todas y cada una de las manifestaciones. ¡Mi hermana iba a coger ese tren si no llega a quedarse dormida! A los ocho años no sabía qué era el terrorismo.
Once años después, las cosas no han cambiado mucho, es más, creo que han empeorado. Aunque a mí ya no me afecte como antes, sé cómo los compañeros de mi sobrina de nueve años se refieren a ella como «la mora», o «la terrorista». Ella, que es hija de dos españoles, perteneciente a la que llaman «segunda generación de inmigrantes». He leído la incomprensión que yo misma sentí en su mirada. En fin».
Alain Diabanza
Llegó a España a nado por Ceuta hace 10 años. Dejó República Democrática del Congo, su país y tuvo que pasar por Angola, Senegal y Marruecos hasta llegar a Europa. Tiene permiso de residencia y está casado con una española con la que tiene una niña.
«Iba en el coche, hace un año y medio en Málaga, y estaba en un cruce con semáforo en verde. Al pasar, vi en el otro lado del cruce un coche de policía parado en un semáforo en rojo. A los pocos metros constaté que el mismo coche me estaba siguiendo y en el siguiente semáforo los agentes me pidieron de estacionar al lado. Había muchos más coches, pero solo me pararon a mí. ‘Baja del coche , pon la llave encima del vehículo y aléjate de él’, me dijeron. Un agente miraba el coche a fondo por el interior y el otro llamaba a la central, con mi documentación de identidad y la del vehículo. Lo curioso es que ya me había pasado casi lo mismo en 2012, en Bilbao, pero entonces no había otros coches.
Me preguntaron si había estado en la cárcel. Esta pregunta me chocó mucho por su esencia y también por su repetición: en el 70% de las veces que me han parado para pedirme la documentación. Esta vez les pregunté por qué me paraban solo a mí cuando había muchos más coches. Uno de los agentes me dijo que ‘solo hacían su trabajo’; ¡La respuesta de siempre! Si de verdad buscaban algo, podía estar también en cualquier otro coche además del mío. Había gente mirando, la imagen era muy fea. Cuando insistí en que no veía normal que me pararan solo a mí, el policía me dijo que yo ‘tenía un problema de complejo’ por ser negro. La verdad es que no puedo generalizar porque tengo un amigo policía y sé no todos son así, pero sí se dan estas situaciones.
Es racismo, pero yo lo llamo ‘falta de información’. Un día, un vecino me siguió hasta el garaje donde tenía el coche. Pensaría ‘¿qué hace aquí?, no creo que viva aquí y ¿para qué va al sótano del garaje?’. La gente en España aún identifica al negro con la valla, con un muerto de hambre». Trabajo en una oficina y la gente se sorprende cuando me ve; esta situación en países con larga historia de inmigración ya no pasa. En Francia, por ejemplo, ver a un negro médico, policía, político o maquinista ya no sorprende.
Mohamed
Mohamed nació en Huesca y tiene la nacionalidad española. Sus padres salieron de Gambia hace más de 20 años. Vive en Madrid, donde se trasladó para estudiar Periodismo.
«Iba con un compañero que se llama Óscar, que tiene la piel morena aunque es español hijo de españoles. Volvíamos de jugar al baloncesto, por Ciudad Universitaria, y vimos a un coche con dos personas que se nos quedaban mirando y que avanzaban más lento. Al final, se bajaron del coche, mostraron su identificación de policías y nos pidieron la documentación. Pregunté por qué nos la pedían solo a nosotros, porque había mucha gente. Un policía me respondió: ‘¿Yo te molesto cuando estás en clase? Estoy haciendo mi trabajo’. Cuando vieron que los dos éramos españoles, creo que eso les descolocó. Entonces nos preguntaron si llevábabamos drogas, les respondimos que no y, sin cachearnos, nos dijeron que nos fuéramos.
Esto me ha pasado más veces. Una vez en Huesca y otra vez más recientemente en el metro de Madrid. Me pidieron la documentación y me fijé a qué personas se la pedían detrás de mí. A unas chicas latinas y a otra persona que por su aspecto podría ser extranjera. En estas ocasiones, te sientes observado, la gente te juzga, te mira como si estuvieras haciendo algo malo y solo estabas siguiendo tu camino. Lo que me queda es la certeza de que, si no fuera negro ese coche de policía no se habría dado la vuelta en Ciudad Universitaria y no me habrían parado».
Margarita
Llegó hace 15 años a España desde Ecuador, su país de origen, y ahora reivindica los derechos de las trabajadoras del hogar en el colectivo ‘Territorio Doméstico’.
«Yo en realidad no me he sentido discriminada porque soy un poco blanquita de piel, pero he visto en varias situaciones cómo les ocurría a personas de tez más oscura. Por ejemplo, hace unos años era muy común que entrara la policía en los locutorios y pidiera la documentación. Había mucha gente que no tenía papeles y a mí no me dijeron nunca nada, pero a lo mejor se llevaban a una compañera. Y te daba pena porque sentías que era por eso, por los rasgos.
En el metro, en Lavapiés y Cuatro Caminos, también lo puedes ver. Piden el billete a la gente más morena y también la identificación. En esos casos sí veo que hay una discriminación por motivos raciales».
Adela
Gitana y madre de tres hijas vive de toda la vida en Valladolid. Acaba de superar un cáncer, pero ahora espera volver a trabajar para recuperar la normalidad. Su historia queda reflejada en la exposición de Red Acoge ‘Su coraje, nuestro compromiso’,que puede verse en Murcia.
«Yo en realidad no parezco gitana. A lo mejor, si ya lo sabes se me puede apreciar algo en los ojos, pero paso bastante desapercibida. Cuando he salido de copas con amigas payas no he tenido ningún problema, pero si hemos salido un grupo de gitanas, sí nos han dicho varias veces que no se podía pasar porque había ‘una fiesta privada’.
He trabajado en muchos sitios sin ningún problema, pero me quedé en paro hace un tiempo. Dejé mi curriculum en una tienda y por teléfono parecía que sí querían cogerme, porque buscaban a una persona como yo, con experiencia. Cuando fui para conocernos en persona y la jefa vio mis apellidos, la actitud cambió. En Valladolid hay muchos gitanos con mis apellidos. ‘¿Eres extranjera?’, me preguntó y, entonces, capté la situación. Vi el rechazo.
Yo les dije que no, que era de Valladolid. Ella repitió mis apellidos y me volvió a preguntar que si no era extranjera. Le respondí que no. Yo salí de allí sin decir que era gitana, no tenía por qué. Me dijeron que ya tenían a gente cogida, pero que ya me llamarían si necesitaban a alguien. Ahí fue cunado les dije que, si querían, me iba a casa y me hacían el contrato por teléfono. Ellas mismas se dieron cuenta de que yo había notado el motivo por el que me estaban rechazando».
Idrissa
Natural de Sierra Leona, salió de su país por la guerra y, aunque pidió asilo, no se lo concedieron. En 2005 consiguió la residencia legal por arraigo y trabaja en «la logística». Vive con su hijo, de cuatro años, y con un compañero de piso. Su historia queda reflejada en la exposición de Red Acoge‘Su coraje, nuestro compromiso’.
«He vivido varias experiencias en las que me he sentido discriminado por ser negro, para alquilar un piso o comprar cualquier cosa, por ejemplo. Pero la vez que más me ha dolido, por la persona que lo hizo y porque estaba mi hijo pequeño presente, fue una ocasión en la que estaba en una pista del parque jugando al baloncesto. A mi hijo le gusta mucho el deporte, le encanta la NBA. Estábamos en el parque, mi hijo estaba un poco alejado y, de repente, oí que me decían por detrás ‘Negro, negro, dame la hora’. Me di la vuelta por si era algún conocido, pero era un chico de unos diez u once años. No lo conocía de nada.
Yo me di la vuelta como si no lo oyera. Pero el chico lo volvió a repetir. ‘Negro, dame la hora’. Me di la vuelta y le respondí que si así lo educaban en su casa. El chico me respondió que no. Mi hijo se acercó preguntándome que había pasado, pero no se lo quise explicar. Le dije que no había pasado nada. Lo que me duele es que era un chaval con pocos años el que me habló así, se supone que su generación debería ser un ejemplo. Han ido al colegio con niños de otras culturas, debería ser algo normal para ellos. Si a mí me habló así, qué no le diría a un chico de su edad.
Yo llevo en España muchos años, he vivido en muchas ciudades, y todavía hay gente que me mira como si acabara de llegar, como si fuera el primer negro que ven en su vida».
Emilia
Emilia (nombre ficticio), 32 años, vive en Valencia y llegó a España en 2007. Natural de Colombia, cursó Ciencias Políticas en su país, que abandonó por amenazas por estar vinculada a movimientos políticos. Su historia queda reflejada en la exposición de Red Acoge ‘Su coraje, nuestro compromiso’.
«Mi niña entró en el cole en 2013 e hicimos la solicitud. Había dos líneas, una en valenciano y otra en castellano y, al principio, la apuntamos a la de castellano porque nos dijeron que en el colegio no había suficientes plazas para la demanda que recibía. Después, nos dimos cuenta de que había plazas en el grupo de valenciano y decidimos cambiarla. Cuando fui me dijeron que por qué no me lo había pensado antes. Había más personas que estaban pidiendo también el traslado de la inscripción. ‘No son de aquí, ustedes van a tener más dificultades para ayudar a la niña con los deberes’, añadieron en el colegio.
Yo le dije que no importaba que queríamos cambiar a la niña a la línea de valenciano y me insistieron varias veces con el tema de que no éramos de allí. A la semana nos llamaron para decirnos que sí era posible el traslado, pero porque había plazas libres. Ahora la niña habla valenciano. Lo que vemos es que los hijos de inmigrantes van a los grupos de castellano y los de las personas que son de aquí, a las de valenciano. En la clase de mi hija, ella es la única hija de inmigrantes».