TERESA ABURTO. EL MUNDO.- Han pasado ya dos años desde que el mundo conociera por primera vez la historia de Nadia. Una historia de terror. La de una joven yazidí que pasó en unas horas de vivir feliz con su familia en un pequeño pueblo al noroeste de Irak a verse convertida en esclava sexual del Estado Islámico, a ser vendida varias veces a terroristas y torturada, a presenciar cómo masacraban a la mayor parte de su comunidad y a su familia. A convertirse con tan sólo 21 años en testigo, víctima y superviviente de uno de los primeros genocidios del siglo XXI.
«Contar lo que me pasó es muy doloroso para mí, y no podré hacerlo para siempre. No ha habido cambios en la situación de mi pueblo -los yazidíes son una de las minorías más perseguidas del mundo– pero nosotros hemos hecho nuestra parte, hemos sacado a la luz los crímenes de los que hemos sido objeto. Tenemos fe en que la comunidad internacional reaccione y nos ayude, por eso sigo contando mi historia. La Justicia es mi única esperanza».
Mudar participó ayer en la Conferencia Internacional sobre Víctimas de la Violencia Étnica y Religiosa celebrada en Madrid en la que el ministro de Exteriores de España Alfonso Dastis aseguró que impulsará un organismo dentro de Naciones Unidas que documente sobre el terreno los crímenes de Daesh para que sus integrantes sean juzgados.
«Los yazidíes somos un pueblo muy similar al judío. He conocido a algunas mujeres víctimas del exterminio nazi, y su relato es el mismo que el mío. La Historia llega tarde una vez más a parar otro Holocausto«, dice Nadia con una serenidad impropia de alguien que pasó tres meses en el infierno.
«Durante mi esclavitud no vi ni un atisbo de humanidad en mis captores. Tampoco en las mujeres, que nos identificaban como esclavas si tratábamos de huir». Antes de conseguir escapar, Nadia lo había intentado antes, pero la descubrieron. Su castigo fue la violación en grupo, una práctica a la que Daesh llama yihad sexual.
Los yazidíes están considerados ciudadanos de segunda, incluso en su propio país: «Para Irak no somos gente importante. Por eso no nos ayudan», sentencia.
La inacción internacional ante la situación de su comunidad ya no le sorprende. «Si Oriente ha comenzado a olvidar a las víctimas, ¿cómo no las va a olvidar Occidente?». Ella no olvida. Por supuesto no perdona. Tiene muy presentes a las 3.000 niñas y mujeres que siguen esclavizadas. «Sé que no escucharán estas palabras, pero quiero decirles que sé lo mal que lo están pasando, no saben cuándo serán vendidas de nuevo, pero me gustaría que supieran que están en el lado de la justicia».
Murad vive hoy en Alemania con su hermana bajo las amenazas de los terroristas, así como la Premio Nobel de la Paz en 2014 Malala Yousafzai, que resultó gravemente herida por un disparo de los talibán cuando se desplazaba en un autobús escolar. «Respeto mucho a Malala, pero yo y el resto de yazidíes esclavizadas y violadas hubiésemos preferido que nos pegasen un tiro».
El dolor de Nadia no quedará resarcido con ver a los terroristas muertos. «Quiero que hablen frente a un tribunal y que cuenten lo que han hecho».
No está siguiendo ningún tratamiento psicológico para superar su trauma. No cree en la psicología, cree en la justicia. «Cuando obtenga justicia para mí y para mi pueblo estaré curada».