Nacionalistas y populistas: una radiografía de la extrema derecha

| 31 diciembre, 2018

La crisis política, económica y social ha abierto una ventana de oportunidades a nuevos actores políticos que irrumpen con discursos cada vez más polarizados

CLARA ROIG. LA VANGUARDIA.- El mapa político europeo -y mundial- está cambiando tras años de bipartidismo moderado. Nuevos partidos irrumpen en la arena política con posiciones y discursos cada vez más polarizados. Entre ellos, ha surgido una nueva familia política: los partidos populistas de extrema derecha. Las combinaciones ideológicas son varias pero todos tienen un común denominador: el nacionalismo excluyente.

Entre 2014-2018, estos partidos han avanzado un 15% en Europa Occidental y un 11% en Europa del Este. Partidos antes minoritarios han conseguido representación parlamentaria en las últimas elecciones de Alemania, Países Bajos, Finlandia, Suecia, República Checa, Noruega, Bulgaria y hasta en España –país que varios expertos consideraban un baluarte de la extrema derecha frente a la crisis económica. En Francia y Austria, Marin Le Pen del Frente Nacional y Norbert Hofer del Partido de la Libertad pasaron a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y estuvieron a punto de ganarlas en unas contiendas muy ajustadas. En Italia, la Liga Norte de Salvini ha conseguido entrar en el gobierno mediante un acuerdo con el partido populista Movimiento 5 Estrellas.

En Hungría y Polonia, los partidos de derecha tradicionales se han radicalizado con un discurso nacionalista y anti-inmigración propio de la extrema derecha, y aprovechando la mayoría en el parlamento, han aprobado una serie de leyes que restringen los flujos migratorios. Más allá de las fronteras europeas, líderes políticos ultranacionalistas, autoritarios y/o con discursos discriminatorios de la talla de Trump (EE.UU.), Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Duterte (Filipinas), Bolsonaro (Brasil) o Modi (India) gobiernan países que determinan las reglas del mundo.

¿A qué se debe este auge de partidos que basan su ideología en la identidad nacional y que proponen un mundo cercado por muros y dividido en sociedades homogéneas?¿Qué lleva a la gente a votar a estos partidos y líderes y a aceptar discursos antes socialmente repudiados?

El ideario nacional-populista

Se han utilizado decenas de etiquetas para intentar definir los nuevos partidos que sacuden la vieja política de las democracias liberales. Populistas, ultranacionalistas, extrema derecha o derecha radical, o hasta el mal empleado “fascista”, que acaba banalizando otro periodo histórico. Finalmente, el término preferido por los expertos es el “populismo de extrema derecha” (en inglés, derecha radical) pues incluye los dos pilares de su ideario: el nacionalismo excluyente y el populismo de las élites contra el pueblo.

La extrema derecha basa su discurso en la identidad nacional, un recurso viejo que apela al sentimiento humano de grupo o comunidad y que se vio reforzado con la creación de los estado-nación a finales del siglo XVIII. Sin embargo, estos partidos van más allá del nacionalismo ordinario. El politólogo holandés Cas Mudde propone en su libro Populist Radical Right Parties in Europe (2007) el término nativismo, que incluye la idea de que internamente las sociedades deben estar formadas por grupos homogéneos nativos (de una sola raza, cultura o etnia) y que todo aquel elemento no nativo, es decir, exterior, supone un peligro para la homogeneidad del estado-nación.

Así, vemos cómo los partidos de extrema derecha desarrollan un discurso en el que el “otro” o el de “fuera” –mayoritariamente el inmigrante, pero también el musulmán, el gitano, la comunidad LGTBI o la feminista- pone en riesgo la identidad cultural de cada estado-nación, que, según ellos, debe ser la misma para toda la ciudadanía.

El ideario viene de un sentimiento de pérdida de identidad a causa de la globalización, pero es más una percepción de la amenaza y del miedo a lo desconocido que una amenaza en sí”

Helena Castella Politólcga

“Este ideario viene de un sentimiento de pérdida de identidad como causa de la globalización que ve a los inmigrantes como una amenaza a su cultura”, explica la politóloga Helena Castellà, autora del informe La extrema derecha, un fenómeno europeo. Además, entra en juego el mito de la homogeneidad cultural y la elaboración de la identidad. “Para mí, una persona puede tener varias identidades y estas pueden cambiar a lo largo de la vida”, argumenta.

Sin embargo, para Castellà es más una “percepción de la amenaza y el miedo a lo desconocido que la amenaza en sí”. Hay dos fenómenos que apoyan esta teoría: los partidos de extrema derecha empezaron a surgir antes de la crisis de refugiados (por ejemplo, en Grecia con Alba Dorada y en Dinamarca con el Partido Popular Danés) y ha crecido más en países donde hay menos inmigración (Norte de Europa y Europa del Este).

La búsqueda de enemigos es una manera muy típica de movilizar a las personas y crear un ambiente de paranoia”

Jordi Vaquer Director de la fundación Open Society Initiative for Europe

Para crear esta sensación de amenaza, los líderes políticos recorren al revisionismo histórico: el “Make America Great Again” o “La Gran Rusia”. En su discurso recuperan el pasado glorioso y brillante que en realidad nunca existió como tal y sin decirlo directamente, asocian su pérdida al “otro”, al “recién venido”, legitimando el discurso del odio.

Además, esta percepción de amenaza cultural se junta con inquietudes y angustias personales ligadas al malestar económico y laboral que convierten al “otro” en chivo expiatorio de todos los males de la sociedad. “La búsqueda de enemigos es un clásico de todos los tiempos”, recalca Jordi Vaquer, director de la fundación Open Society Initiative for Europe, que lleva años trabajando la discriminación en Europa. “Es una manera muy típica de movilizar a las personas y crear un ambiente de paranoia”. Sin embargo, esta transferencia de odios no es un fenómeno natural relacionado con la economía sino que es algo buscado. “Alguien con una finalidad política construye la relación y activa estos odios”, añade.

El malestar de la globalización

La extrema derecha ha sabido recoger el malestar de la ciudadanía y dar respuesta con soluciones simples y entendedoras a problemas de fondo que los partidos tradicionales escondían debajo de la mesa. Estos partidos usan tácticas populistas que contraponen las élites –asociadas a la vieja política- contra el pueblo. “Todos ellos son movimientos contestatarios del orden político establecido”, comenta Pol Morillas, director del CIDOB. A Marine Le Pen, por ejemplo, le gusta que la tachen de “antisistema” y Matteo Salvini presume de ser “populista”.

“Es un voto de protesta, es el rechazo a la globalización desde la derecha”, argumenta el historiador Xavier Casals, especializado en extrema derecha. A diferencia de los movimientos populistas de izquierda, para la derecha las élites “no solamente han secuestrado los derechos del pueblo, sino que además son traidoras a la nación porque han fomentado el multiculturalismo”, puntualiza Casals.

Para Vaquer, la crisis ha creado una ventana de oportunidades en la que “el discurso de élites contra el pueblo funciona muy bien cuando el pueblo lo está pasando mal”. Sin embargo, los expertos apuntan a que no hay una correlación directa entre crisis económica y el auge de la extrema derecha, pues las causas de este malestar son multifactoriales. Pol Morillas señala algunas de ellas: los cambios tecnológicos, nuevos modelos productivos, la globalización, la creciente desigualdad y, sobretodo, el descrédito de la política en general.

Xavier Casals hace referencia a la tesis del francés Pascal Perrineau de las “cinco fracturas” para explicar el auge de la extrema derecha. A nivel económico, la fractura entre los perdedores y los beneficiarios de la globalización. A nivel social, de mayor o menor apertura a la libertad de movimiento. A nivel cultural, los partidarios de un sistema de valores liberales contra los valores tradicionales de seguridad y orden. A nivel geográfico, las grandes urbes contra la periferia de ciudades medianas o las zonas desindustrializadas. Y a nivel político, los que defienden una cultura de gobierno contra los que defienden una cultura de protesta.

Todos ellos son movimientos contestatarios del orden político establecido”


Pol Morillas Director del Cidob

Jordi Vaquer considera que hay en efecto una respuesta reaccionaria y ultraconservadora al avance de los derechos de las minorías y la sensación de fallida de los modelos liberales. ¿Después de años en educación, somos más o menos conservadores? Vaquer apunta que desde el 89 ha habido un periodo enorme de liberalización pero también de regresión. “El discurso público a veces genera la ilusión de un gran cambio social cuando en realidad solo ha habido un cambio en el discurso y las políticas públicas. No es que la gente necesariamente pensara así. Además, la gente cambia, y puede cambiar hacia mayor o menor obertura”, explica.

El uso político del discurso del odio

Lo que todo el mundo nota en el ambiente es que el discurso público se ha polarizado. A la mínima saltan las chispas y se usan palabras inflamatorias para ridiculizar al oponente. Este aumento de la agresividad -en su mayoría, dirigida a las minorías-, proviene también de varios factores. Por un lado, Jordi Vaquer señala el nuevo espacio comunicativo y mediático. El surgimiento de las redes sociales, pero también la crisis de los medios, ha hecho que se rompan las barreras tradicionales en el discurso público.

Para Alex Cabo, cofundador del Proyecto Proxi contra el discurso del odio en Internet, no hay que demonizar las redes como canal, pero es cierto que han ayudado a “descentralizar la expresión pública y sacar a la esfera pública discursos que antes se quedaban en la esfera privada”. En el informe que realizaron del Observatorio Proxi, Alex y su equipo encontraron que el 60% de los comentarios de noticias que analizaron relacionadas con la inmigración o los gitanos eran intolerantes.

Las redes han ayudado a descentralizar la expresión pública y sacar a otra esfera los discursos que antes se quedaban en la privada”


Alex Cabo Cofundador del Proyecto Proxi

Las redes sociales, además, premian los contenidos polarizados por el negocio publicitario. Aún así, en los años 90 la radio y la TV sirvieron también para viralizar discursos del odio que acabaron en genocidios como en el caso de Bosnia o Ruanda.

Otro factor importante para Vaquer es esta sensación de quiebra del modelo liberal que permite que discursos antes repudiados se vean ahora como revolucionarios. Pero, por encima de todo, ha sido el uso político de estos discursos del odio que ha abierto la puerta a la normalización en el espacio público. El mejor maestro es sin lugar a duda Donald Trump bajo el lema “yo hablo como pienso”.

¿Pero qué tan importante es la corrección política? Jordi Vaquer es un gran defensor a largo plazo. “A la hora de sacar los filtros, estás poniendo en situación de más vulnerabilidad personas que llevan siglos en esta situación de vulnerabilidad”, argumenta. Vaquer pone como ejemplo España. Un país que en los años 80 estaba muy por detrás de los valores europeos liberales, mediante un discurso público más tolerante hoy en día está a los niveles de Países Bajos en cuestiones como el matrimonio igualitario, rechazo a la violencia doméstica o la aceptación de la inmigración.

¿Es la extrema derecha un peligro para la democracia?

El mayor debate que existe hoy en día es hasta qué punto lospartidos de extrema derecha pueden ser considerados democráticos. Por un lado, utilizan las reglas del juego democrático y por lo tanto son legítimos representantes de la ciudadanía que los ha votado. Además, la mayoría hace grandes esfuerzos por desvincularse de partidos violentos, fascistas o de extrema derecha radical que les quitan credibilidad. Por ejemplo, Alternativa para Alemania prohibió durante un tiempo que sus votantes participaran en actos del partido islamófobo Pegida. Marine Le Pen, por su parte, se separó de su padre por unas declaraciones polémicas sobre las cámaras de gas en el Tercer Reich y ha hecho tal lavado de cara del Frente Nacional que hasta recientemente le ha cambiado el nombre a Reagrupación Nacional.

Sin embargo, los expertos coinciden que el mayor peligro de la extrema derecha no es su porcentaje de voto sino que los partidos tradicionales o de centro copien su discurso y agenda política. Esto no solo es contraproducente para los mismos partidos tradicionales, pues el votante prefiere el original a la copia, sino que deja un vacío en el centro para las respuestas de fondo. “De esta manera acaban desarrollando políticas restrictivas hacia ciertos colectivos y ponen en duda que existan unos derechos para todos”, afirma Helena Castellà. Varios países, entre ellos EE.UU., Austria, Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia y Lituania rechazaron adoptar el Pacto Migratorio de las Naciones Unidas el pasado 11 de diciembre de 2018 cuando hace 70 años ningún estado se planteaba negarse a firmar un tratado mundial.

La politóloga holandesa Tjitske Akkerman argumenta que la protección de los derechos de las minorías, los principios liberales de las sociedades pluralistas y la separación de poderes entran en tensión con la ideología nacionalista y populista de estos partidos y eso puede suponer un problema. No porque no acepten el sistema democrático de elecciones, sino porque rechazan los principios básicos que constituyen en esencia las democracias liberales, tales como la libertad de prensa, la independencia del poder judicial o el respeto a los derechos de las minorías.

Los primeros en derribar estos pilares democráticos han sido los partidos de derecha que gobiernan en Hungría y Polonia. El Fidesz de Viktor Orbán o el Partido de Ley y Orden polaco ni tan solo están considerados como partidos de extrema derecha, pero sí han copiado su discurso y agenda política, a la vez que han adoptado medidas autoritarias, para mantenerse en el poder.

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