El profesor y polemista, condenado varias veces, promovió las falsas teorías sobre el Holocausto nazi
MARC BASSETS. EL PAÍS.- Robert Faurisson, referente del negacionismo y el antisemitismo contemporáneos, murió el domingo en su residencia de Vichy, la ciudad en la que llevaba décadas viviendo y que fue la capital del régimen colaboracionista francés con la Alemania de Hitler entre 1940 y 1944. Tenía 89 años.
Faurisson era un modesto profesor de literatura hasta que, a finales de los años setenta, los medios de comunicación empezaron a hacerse eco de sus teorías, que negaban la existencia del genocidio nazi. Su nombre se asoció desde entonces, como el del también francés Roger Garaudy o el del británico David Irving, a la corriente que buscaba falsificar la historia para cuestionar la verdad de uno de los mayores crímenes del siglo XX.
La historia de Faurisson, nacido en 1929 en Inglaterra e hijo de un francés y una escocesa, es la de la capacidad de supervivencia y de reproducción de las mentiras en una época anterior a la existencia de las redes sociales e Internet. Es una historia de repetidos procesos judiciales y condenas por negación de crímenes contra la humanidad, y de la legislación que persigue el discurso del odio y el negacionismo, regulado en Francia por la ley Gayssot, de 1990. Sus ideas siempre se mantuvieron en los márgenes de lo aceptable en las sociedades democráticas, pero Faurisson obtuvo en los últimos años el reconocimiento de personajes como el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, que le premió en 2012, o del cómico conspiracionista francés Dieudonné, que en 2008 le invitó a uno de su espectáculos.
Por qué Francia fue uno de los núcleos del negacionismo es uno de los interrogantes que deja la muerte de uno de sus máximos promotores. El consenso, durante décadas, en este país sobre la inocencia francesa respecto a la deportación y el exterminio de los judíos, puede explicar la inexistencia de las prevenciones que podían existir en Alemania, por ejemplo. Pero también el fuerte arraigo de una tradición reaccionaria y antisemita, que no despareció con el final de la Segunda Guerra Mundial. Y quizá una tradición de debate de ideas que dio espacio y altavoz a Faurisson. Hay una fecha clave en su biografía y su salto a la fama: el 29 de diciembre de 1978. Ese día, pasó de ser un desconocido para el gran público a encontrar una plataforma poderosa para defender falsedades. La plataforma fue Le Monde, el vespertino francés con una merecida reputación de seriedad y mesura, que le abrió sus columnas para publicar un artículo titulado El problema de las cámaras de gas o el rumor de Auschwitz. El autor proclamaba que las cámaras de gas nunca existieron.
El artículo “contribuyó ampliamente a difundir las tesis negacionistas en el espacio público”, escribió años después, en el propio Le Monde, el historiador Henry Rousso. Rousso recordaba que “hasta entonces [estas tesis] estaban confinadas en los ambientes de extrema derecha, notoriamente en el Frente Nacional, creado seis años antes”.
La decisión de publicar el artículo podía explicarse por la voluntad de los responsables de Le Monde de no censurar ningún discurso, incluso los más odiosos, o también porque en aquella época la conciencia histórica en Francia sobre el Holocausto todavía estaba en desarrollo, como señaló en 2012 la periodista del mismo diario Ariane Chemin, en un artículo sobre lo que describía como una “metedura de pata monumental” de su diario. El artículo le valió a Chemin una demanda de Faurisson por difamación, porque en él calificaba sus tesis de “delirantes” y le llamaba “mentiroso profesional”. La Justicia dio la razón a Le Monde y a Chemin.
Al reaccionar a la muerte de Faurisson, el historiador de la deportación Serge Klarsfeld dijo a la agencia France Presse: “Los negacionistas han rendido un gran servicio involuntariamente: han hecho comprender al mundo judío y al mundo científico que era necesario un gran trabajo universitario en el mundo occidental para poder escribir cada página de la Shoah de una manera muy precisa”. La ministra de Asuntos Europeos, Nathalie Loiseau, escribió en la red social Twitter: “Enterremos de una vez por todas el negacionismo repugnante. Sin flores ni coronas”.
El caso Faurisson suscitó desde el primer momento discusiones sobre los límites de la libertad de expresión, más estrictos en Francia o Alemania que en países como Estados Unidos. Faurisson contó con el apoyo —no a sus ideas sino a su derecho a expresarlas— de personalidades como el lingüista y activista Noam Chomsky. Y conectó con la corriente antisemita de la extrema derecha europea, que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Cuando Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional, dice que las cámaras de gas fueron un “detalle” de la Segunda Guerra Mundial, está presentando una versión de las tesis de Faurisson, una expresión —referida a un momento histórico concreto del siglo XX— de algo más profundo que recorre la historia humana: la teorías conspirativas y el antisemismo secular.