Una orden de la justicia argentina y donaciones extranjeras permitieron que recuperara los restos de Timoteo, fusilado en 1939
NATALIA JUNQUERA. EL PAÍS.- Entre los hijos de los miles de fusilados del franquismo que buscaron a sus padres por fosas y cunetas, Ascensión Mendieta se hizo célebre porque cumplió los 88 años subida a un avión a Buenos Aires para rogar a una juez argentina, María Servini de Cubría, que la ayudara a recuperar los restos de Timoteo, asesinado el 15 de noviembre de 1939 y arrojado a una fosa común en el cementerio de Guadalajara. Tras un primer intento fallido, Ascensión logró en 2017 cumplir un deseo que había ocupado toda su vida a los 91 años gracias a un exhumación ordenada en un juzgado a 10.000 kilómetros del crimen y financiada con donaciones extranjeras (como la de un sindicato de electricistas noruego) a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. La mujer ha muerto a los 92 años habiendo logrado enterrar dignamente a su padre y después de ayudar a otras 30 familias a recuperar también los restos de sus seres queridos.
«Yo quiero que me entierren con él», repitió durante los años que dedicó a intentar abrir esa fosa. Sus hijos, Chon, Paco y Pilar, cumplirán ahora esa última voluntad. Timoteo Mendieta fue enterrado en julio de 2017 en Madrid, bajo una lápida con su nombre y apellidos después de que Ascensión atravesara un pasillo de aplausos hasta la tumba.
Timoteo Mendieta era carnicero y presidente de UGT en su pueblo, Sacedón (Guadalajara). Tenía siete hijos el día que lo mataron; el más pequeño aún no caminaba. Ascensión lo vio por última vez con 13 años. «Ahora puedo morirme tranquila», dijo el día que, por fin, recuperó sus restos. Solo le dolía no haber podido compartir ese momento con su madre, María, que se casó con Timoteo en contra de su familia, que no quería un yerno de izquierdas; y con su hermana Paz, que la acompañó a muchas manifestaciones para pedir que se abrieran las fosas del franquismo hasta que murió, en 2012.