PABLO R. SUANZES. EL MUNDO.- Desde hace meses, el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, es la voz que más alto y más claro habla en contra de populistas y extremistas. La consigna general de las instituciones comunitarias es no intervenir en la política interna de los Estados Miembros y no meter la pata, en la medida de lo posible, con declaraciones inapropiadas. A los comisarios no se les da muy bien evitar los charcos. Pero mientras que a sus colegas les pierden calentones y lapsus frívolos, Moscovici tiene una estrategia. Cree que no se puede permanecer inmune ante las derivas autoritarias, ante los comportamientos inaceptables. Y que callarse allana el camino para los enemigos de Europa y de la democracia.
Lo demostró cuando dijo, en referencia a la llegada al Gobierno de coalición del FPÖ austriaco, que «¡La presencia de la extrema derecha en el poder nunca es anodina!»; lo recalcó hace unas semanas cuando afirmó que en la Europa actual hay «pequeños Mussolinis» y lo ha repetido este miércoles por si había dudas.
«El episodio del zapatomade in Italy es grotesco. Al principio sonreímos y banalizamos porque es ridículo; después nos habituamos a una violencia simbólica sorda y un día nos levantamos con el fascismo. ¡Estemos vigilantes! La democracia es un tesoro frágil», escribió en su cuenta de Twitter tras consultar con la almohada.
Moscovici hace referencia a lo ocurrido en la víspera, cuando tras terminar su intervención desde la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo, en la que informó del rechazo del Colegio de Comisarios al borrador presupuestario italiano, un eurodiputado de la Liga Norte llamado Angelo Ciocca subió al estrado, arrancó algunas de sus notas y las pisoteó al tiempo que reclamaba «respeto» para su país. Apenas minutos después de lo ocurrido, el político francés explicó que en un primer momento creyó que se trataba de un trabajador de la Eurocámara recogiendo. Posteriormente, al entender lo que ocurría, aseguró que «quienes pisan decisiones no respetan las reglas, las instituciones o la democracia. Ni siquiera su función».
Moscovici no quiso zanjar así el asunto. Sabe que la amenaza a la que se enfrenta la UE es fuerte y creciente. No se puede poner la otra mejilla ni mirar para otro lado. Matteo Salvini y la Liga se alimentan de la confrontación y de dibujar a los políticos europeos como «enemigos del pueblo». Y si estos responden siempre con números, leyes y discursos robóticos están perdidos. Por eso, él lo lleva a donde pertenece, a lo personal, a lo cercano.
El padre de Moscovici, según recordó recientemente, era un judío rumano que huyó de los pogromos y acabó en Francia como refugiado apátrida. Y el clima actual, considera, «se parece mucho al de los años 30», a pesar de las obvias diferencias. «Como decía Raymond Aron, la historia es trágica y tenemos que evitar una deriva hacia las horas más oscuras».