El asesinato de un político conservador sitúa los ataques y las amenazas de los extremistas en el centro del debate
ANA CARBAJOSA. EL PAÍS.– Pasada la medianoche, el hijo de Walter Lübcke encontró a su padre sangrando con un tiro en la cabeza en la terraza de su casa hace tres semanas. La fiscalía general apunta a un ultraderechista como posible responsable del asesinato de este político conservador y defensor de los refugiados. Al margen de posibles quiebros en la investigación, el caso ha puesto el foco en Alemania sobre la tupida red neonazi, que en los últimos años ha experimentado un resurgimiento y cuyas ideas son ahora legitimadas por la extrema derecha en el Parlamento, según coinciden los expertos. Lübcke era solo uno de los muchos políticos alemanes que reciben amenazas por no ceder al discurso antiinmigración. “La ultraderecha ha demostrado que pueden ser pacientes e impredecibles. El mensaje es ‘te cazaremos si queremos”, explica por teléfono Markus Nierth, exalcalde de Tröglitz, amenazado también como Lübcke a partir de 2015.
Nierth, convertido en símbolo de los políticos amenazados después de que el acoso neonazi y el incendio de un centro de refugiados hicieran que optara por renunciar a su puesto, explica que “el miedo siempre ha estado ahí, pero ahora se intensifica. Sabemos que la ultraderecha va en serio, que hacen lo que quieren hacer”. Mientras, los estudiosos de los extremistas auguran tiempos difíciles. “Los próximos meses pueden ser peligrosos. Cunde la frustración en el entorno neonazi, porque no han conseguido derribar al Gobierno y porque pueden querer repetir los actos terroristas de los noventa”, explica Gideon Botsch, politólogo especialista en extremismos de la universidad de Potsdam.
Algunos de ellos son antiguos neonazis que en los últimos años han vuelto a activarse en un clima de radicalización xenófoba. En ese caldo de cultivo sospechan los investigadores que habitaba Stefan E., de 45 años y principal sospechoso del asesinato de Lübcke. “Son personas que durante los noventa estuvieron muy activos y que tras desaparecer de la escena, vuelven a aflorar a partir de 2015 al calor del debate de los refugiados. Son los viejos neonazis que vuelven y protagonizan un renacer de la violencia de ultraderecha”, indica Hendrik Puls, experto en extrema derecha de la Universidad de Bochum.
Porque el fenómeno de la violencia ultra no es ni mucho menos nuevo en Alemania, donde desde los ochenta se suceden los ataques, sobre todo a personas extranjeras. Lo que sí es nuevo es el movimiento social articulado a raíz de la llegada de más de un millón de refugiados y en torno a eslóganes como “Merkel tiene que irse”, “derribar al Gobierno” o “parar la inmigración”. “Es un movimiento compuesto por multitud de pequeños grupos fundados a partir de 2014”, explica Puls, también asesor científico en el Parlamento de Renania del Norte Westfalia para el juicio del NSU, la autodenominada Resistencia Nacionalsocialista, culpable de nueve asesinatos xenófobos entre 2000 y 2007.
En ese magma extremista conviven neonazis violentos con militantes y ciudadanos corrientes y contrarios a la política de refugiados de la canciller Angela Merkel, como se pudo ver el pasado verano en marchas ultras en el este de Alemania. Ahora además, “muchos se han dado cuenta de que la movilización en la calle no es tan efectiva. Creían que iban a derribar a Merkel con sus marchas multitudinarias y en las plataformas de Internet se observa su frustración”, observa Botsch. Uno de los argumentos que manejan es que se ven obligados a pasar a la acción ante la «incapacidad» del Gobierno alemán de frenar lo que consideran una «invasión» de migrantes que van a propiciar un reemplazo de la población nativa que dentro de unos años, dicen, pasará a ser minoría. “Muchos sienten que están más cerca de la revolución que antes, que es el momento de hacer algo”, aseguraba recientemente Fabian Wichmann, dedicado a desradicalizar neonazis. Los círculos de hooligans y las artes marciales semiprofesionales, donde se entrenan para la pelea callejera, son también entornos en el que socializan estos grupos de organización y jerarquía difusa, según los investigadores.
Stefan E. mantuvo relaciones con Combat 18, el grupo de ultraderecha británico, al que los neonazis alemanes profesan admiración y con el que mantienen vínculos, según revelaciones periodísticas publicadas esta semana. En marzo, el sospechoso participó en un encuentro “conspirativo” con otros utlraderechistas, según la cadena ARD. Los investigadores encontraron rastros de ADN del sospechoso en el lugar del crimen y ahora tienen que averiguar cómo llegaron las muestras hasta ahí. Tratan también de averiguar si el sospechoso actuó en solitario o formaba parte de una trama criminal.
El investigado ya había sido detenido en 1993 por atentar con un explosivo casero contra un centro de refugiados. Participó además en 2009 en el ataque perpetrado por una turba de cientos de neonazis contra una marcha sindical en Dortmund. En 2018, bajo el alias de Game Over habría publicado en la Red: «O este Gobierno abdica en breve o habrá muertes».
La prensa alemana publica estos días fotos de Stefan E. Aparece por ejemplo en un acto del NPD, el partido neonazi que ha logrado reiteradamente evitar la ilegalización y que se ha visto eclipsado parcialmente por el ascenso de AfD, Alternativa por Alemania. Explican los expertos que puede que para muchos ultraderechistas AfD sea demasiado tibio y blando, pero a la vez saben que tienen representación parlamentaria –obtuvieron un 12,6% en las generales de 2017- y por lo tanto capacidad para influir en la agenda política como principal partido de la oposición. “AfD es el brazo parlamentario de los grupos que salen a la calle”, sostiene Puls. A la actividad parlamentaria se le añade el esparcimiento ideológico en la red, donde conectan con blogueros, youtubers y gente entregada a la ciberguerra informativa.
La formación ultra experimenta una radicalización, que preocupa a los más moderados del partido, que temen incluso una escisión si el ala dura logra importantes victorias en las elecciones regionales del próximo otoño en el este, según explican fuentes de AfD. Annegret Kramp-Karrenbauer, presidenta de la conservadora CDU, ha responsabilizado indirectamente a la formación. “Ha quedado claro que romper tabúes, usar el odio y la incitación, todo cosas que ha hecho AfD, rebaja tanto las inhibiciones que se traduce en pura violencia”, ha dicho. “Vemos que algo está cambiando. Creen que si AfD dice algo de lo que ellos piensan en el Bundestag, es que es legítimo y que en la calle trabajan en la buena dirección”, explica Wichmann.
La oficina para la protección de la constitución, los servicios secretos internos alemanes, contabilizan 12.700 militantes de extrema derecha dispuestos a emplear la violencia, según informó esta semana su presidente, Thomas Haldenwang, en conferencia de prensa. Las cifras oficiales indican además que a finales de 2017, un total de 19.467 los delitos fueron cometidos por la extrema derecha y 1.054 de ellos con violencia. Algo más de un cuarto de ellos relacionados con ataques a centros de refugiados. Desde los años noventa, ascienden a 169 las víctimas mortales de la extrema derecha en el país, según el minucioso recuento de la fundación Amadeo Antonio.
Políticos locales amenazados
El caso de Lübcke sucede a los de otros políticos locales agredidos y amenazados. Por ejemplo, el de Henriette Reker, candidata a la alcaldía de Colonia y apuñalada en 2015 por motivos xenófobos, que ha vuelto a recibir amenazas esta misma semana o el de Andreas Hollstein, también apuñalado en 2017 en el norte del país y de nuevo intimidado tras la muerte de Lübcke. “Las amenazas a políticos no son casos aislados, más bien están por todas partes”, ha explicado esta semana a la prensa el presidente de la red de ciudades alemanas, Burkhard Jung, alcalde de Leipzig. Los políticos locales, con menos protección “están más expuestos a amenazas y ataques”, consideró. El propio Jung, socialdemócrata, comenzó a sufrir amenazas de muerte por correo electrónico hasta el punto de necesitar temporalmente protección policial. Más allá de los correos o la confrontación directa de los agresores, las amenazas y los mensajes de odio están muy presentes en las redes sociales.
Nierth sostiene que el gran problema es la complicidad del ciudadano de a pie, que no levanta la voz en el autobús o en el bar cuando escucha comentarios ultras. “El problema es el centro silencioso. Somos una mayoría contra la ultraderecha, pero no hacemos el suficiente ruido. El principal problema es la sociedad civil”, reflexiona ahora Nierth. “Si la población defendiera la democracia en lugar de mostrar esa desafección por la política, los ultras no se sentirían tan respaldados. [La ultraderecha] siente que representa la voluntad popular”, añade.
Los investigadores han encontrado en el Este del país documentos en los que aparecen los nombres de 29 supuestos objetivos y en los que aparecen también políticos locales, según publica el diario Bild.
El asesinato de Lübcke cobra una dimensión especial en este contexto, como demuestra el hecho de que haya sido la fiscalía general la que esta semana ha asumido el caso. De confirmarse la autoría, sería el primer político en activo asesinado por miembros de la extrema derecha desde 1945, según el recuento de la especialista Barbara Manthe. “Este es un ataque contra todos nosotros”, ha dicho el ministro de Interior alemán, Horst Seehofer”.