PABLO CANTÓ. EL PAÍS.- Tres personas que rondan la treintena y aseguran tener trabajo fijo entran a varias inmobiliarias. A uno de ellos le enseñan decenas de pisos e incluso le proponen ponerse en contacto, al instante, con un posible arrendador. A los otros dos les ofrecen poquísimas viviendas y reciben frases como «es que está muy mal la cosa». Lo que diferencia al treintañero que puede escoger entre decenas de pisos y los dos para los que «está muy mal la cosa» es el color de su piel. Uno es blanco, el resto no. Es un experimento que ha realizado la federación SOS Racismo en diversas ocasiones, y siempre con resultados similares.
Estos test de SOS Racismo «surgen como una herramienta para reflejar una discriminación que está muy escondida», explica a Verne Mikel Mazkiaran, abogado y secretario general de SOS Racismo. «Si una persona va a una inmobiliaria y le dicen que no hay nada para alquilar, solo queda la opción de creerlo. La única manera de comprobar si ahí existe o no racismo es por contraste, exponiendo a varias personas a la misma situación».
En la última de estas pruebas, publicada en 2016, se realizaron 462 llamadas a 250 agencias inmobiliarias de siete comunidades autónomas y pruebas presenciales en 20 inmobiliarias de cuatro ciudades, Madrid, Barcelona, Donostia y Vitoria. Los resultados: de las personas a las que no les ofrecieron ningún piso, más del 70% eran de origen extranjero, siendo los subsaharianos los que más negativas recibieron.
Una situación agravada por la burbuja
El precio de la vivienda de alquiler en España no para de aumentar debido a la altísima demanda, muy especialmente en ciudades donde los pisos turísticos han provocado una reducción de las viviendas de alquiler. Si la situación es complicada para todo el mundo, lo es más todavía para las personas racializadas, que pueden encontrarse con una barrera más: el racismo de los propietarios. (Con la expresión «personas racializadas» las asociaciones y activistas contra el racismo se refieren a los rasgos físicos que culturalmente son motivo de discrimación).
«Este tipo de discriminación existe desde hace mucho tiempo y está vinculada a muchos prejuicios que se siguen manteniendo, como que no vamos a pagar, que somos escandalosos…» cuenta a Verne Vladimir Paspuel, de la Asociación Hispano Ecuatoriana Rumiñahui. «La situación actual, donde cada vez es más difícil alquilar para todo el mundo, solo ha hecho más patente la situación». Además, tal y como apunta Mazkiaran de SOS Racismo, en el segmento del alquiler «la población inmigrante está sobrerrepresentada, ya que, en líneas generales, le suele costar más acceder a la compra de una vivienda».
Durante septiembre y principios de octubre, han aparecido en Idealista decenas de ofertas de piso «solo para españoles» o que no admiten a extranjeros. Desde este portal explican a Verne que «utilizan una serie de procesos automáticos de detección» y las denuncias de los usuarios para eliminar «cualquier comentario homófobo, machista o xenófobo» que aparece en su página. Sin embargo, una vez borrado, el usuario puede volver a publicar el anuncio si lo desea. «No tomamos ningún tipo de medida contra los anunciantes, pueden seguir publicando anuncios», reconocen.
El experimento SOS Racismo para demostrar las dificultades de las personas racializadas en el acceso de alquiler «no ofrece una medición estricta, sino una fotografía de un problema que todo el mundo reconoce que existe pero que es muy difícil de constatar», explica Mazkiaran. Sin embargo, evidencia un problema real con el que pueden toparse miles de personas en nuestro país. Cheija Abdalahe, Elizeu Carloz y Rosemary Wong, son tres de esas miles de personas, y nos han contado sus historias.
Cheija Abdalahe, 31 años
La familia de Cheija Abdalahe tuvo que exiliarse del Sáhara Occidental en 1975 después de que Marruecos ocupara las colonias españolas. Ella nació en un campamento de refugiados en Tinduf y, hace 11 años, llegó a España con su familia. Actualmente viven en Bilbao, donde cuenta que han tardado tres años en encontrar un nuevo piso al que mudarse. «Mi familia estaba en una casa pequeña, interior y con humedades, y mi hermana desarrolló alergia a la humedad», cuenta Abdalahe por teléfono a Verne. Este 1 de septiembre, se han mudado al fin a una nueva vivienda.
Abdalahe se ha paseado por las inmobiliarias de Bilbao buscando un nuevo piso para sus padres, y asegura ha escuchado de todo. «También te encuentras con gente muy amable, pero he escuchado cosas surrealistas», cuenta. Recuerda, por ejemplo, cuando en una agencia le preguntaron de dónde eran sus padres. «Yo le respondí que eran españoles, porque mi madre tiene la nacionalidad, y ellos me dijeron: Ya, pero, ¿de qué color son?». También cómo han fingido apuntarse su número de teléfono para llamarla si sale algo, y comprobar que, en realidad, no estaban apuntando nada.
«Sientes mucha impotencia», cuenta. «Hay veces que mis padres nos preguntaban qué nos habían dicho en las inmobiliarias y hacíamos por no contárselo, porque sabíamos que les iba a doler». Sin embargo, insiste en que «igual que hay propietarios e inmobiliarias racistas, también hay gente desastre que destroza los pisos, aunque esa gente no tiene por qué ser de fuera. Se trata de sentido común, de querer proteger ese hogar como si fuese tuyo, porque te da cobijo, paz y seguridad». Finalmente, han encontrado hogar con un casero que se sorprendió cuando le contaron lo que les costó encontrar piso.
Elizeu Carlos, 28 años
Elizeu Carlos llegó a Portugal en 1996 desde Angola debido a la guerra civil de su país natal. En Portugal fue a la universidad y estudió Ingeniería Informática, y hace cinco años decidió mudarse a Madrid. «En Portugal los sueldos son más bajos», cuenta a Verne este informático, que trabaja como freelance creando apps para móviles. El pasado abril estaba buscando habitación en la capital cuando se percató de que las habitaciones «volaban» en cuanto escribía a sus propietarios para interesarse por ellas.
En abril, encontró el anuncio de una habitación en el barrio madrileño de Legazpi. «Acababan de actualizar el anuncio cinco minutos antes de que les escribiera, y en pocos segundos me dijeron que estaba alquilada», cuenta. Así que pidió a una amiga blanca que escribiera ella. Sí había disponibilidad para su amiga. «Me enfadé y le escribí de nuevo diciéndole que podría haber sido sincera y que no alquilaba a negros. Me contestó que no era cosa suya, sino de sus compañeros de piso». Carlos publicó unas capturas de estas conversaciones de WhatsApp en su cuenta de Instagram y de ellas se hizo eco EsRacismo, la plataforma de denuncia y visibilización de actitudes racistas de SOS Racismo Madrid.
Carlos reconoce que, en su entorno, nadie ha vivido un caso parecido, y que no esperaba encontrarse una situación como esta. «La gente habla de Madrid como una ciudad muy multicultural, y me sorprendió que me ocurriera esto». Ya ha encontrado piso en Madrid. «He tenido la suerte de encontrar una habitación en un piso en el que mis compañeros y mi casera tienen la mente abierta y ya han convivido con gente de otras nacionalidades», cuenta.
Rosemery Wong, 51 años
El racismo en el alquiler ni es un fenómeno nuevo ni se da solo en las ciudades. Rosemery Wong da cuenta de ello: Wong llegó a Bilbao en 1989 desde su Perú natal y, en 1996, se mudó a Hellín, Albacete, por motivos laborales. Allí tuvo un episodio racista de los que ahora parecen imposibles, sin que mediara ni Idealista ni una conversación de WhatsApp. «Según el dueño, habían alquilado el piso en lo que tardé en llegar desde la cabina de teléfono a su casa», cuenta a Verne. «Estaba, literalmente a dos calles».
Wong cuenta que vio el anuncio en la calle y acudió a una cabina a llamar. «No tengo mucho acento, así que el hombre no me puso pegas cuando lo llamé y me dijo que me pasara a ver la casa», cuenta. «Cuando llegué, nada más verme, puso cara rara y me dijo que ya lo tenía alquilado. Le dije que era imposible, pero no hubo nada que hacer. No llegó ni a abrirme la puerta del portal».
Esta mujer, que finalmente se ha asentado en Hellín y se encuentra preparando oposiciones al sector sanitario, dice que al principio sintió rabia. «Estas experiencias marcan, y luego siempre llamas con miedo a ver qué pegas te van a poner: si te van a cobrar más caro, si te van a poner más meses de fianza…», cuenta. «Lo que pasa es que al final te acostumbras y aprendes a convivir con ello. Al final, acabas haciendo callo».
Una discriminación difícil de denunciar
Mikel Mazkiaran de SOS Racismo explica a Verne que actuar contra un caso de discriminación racista en el acceso a la vivienda es «muy complicado judicialmente». El artículo 512 del Código Penal castiga con hasta cuatro años de inhabilitación a los profesionales que denieguen un servicio o prestación a una persona por su etnia, sexo, religión, ideología u orientación sexual. Sin embargo, esto no es aplicable al alquiler entre particulares, ya que no se considera una actividad profesional.
«El Código Penal sí es aplicable, por ejemplo, si se trata de una persona a la que no le dejan entrar a una discoteca por su raza, ya que se le está negando una prestación profesional», explica Mazkiaran. Sin embargo, no funciona así con los pisos de alquiler. En el caso de las inmobiliarias, es una relación entre tres personas –arrendador, posible arrendatario y agente inmobiliario– y el agente inmobiliario puede escudarse en que ha recibido una orden verbal del propietario del piso para no alquilar a extranjeros. «Este tipo de órdenes para arrendar solo a españoles no pasan del plano verbal, así que no se pueden demostrar a nivel legal», cuenta Mazkiaran.
De querer actuar frente a un caso de discriminación, Mazkiaran recomienda poner una reclamación en la inmobiliaria que gestione la vivienda. «No solo es una manera de presentar una protesta formal, sino que aporta un valor documental», explica. «Así queda reflejado que el afectado estuvo realmente en la agencia, para que esta no pueda argumentar que la persona no ha estado allí».
Desde SOS Racismo abogan por el diálogo. «Esto debería resolverse con buenas prácticas, y que los agentes inmobiliarios no acepten órdenes racistas de los arrendadores», cuenta Mazkiaran.»Deberían dejarles claro que esas condiciones son discriminatorias».