La Razón.- “Los soldados del califa continúan sus ataques contra los cristianos infieles en el norte de Mozambique, donde mataron a cristianos durante esta semana; quemaron la iglesia y los tronos; las casas en las aldeas de la región de Cabo Delgado”.
El Estado Islámico (Isis, Daesh) se jacta, en su publicación semanal, de que continúa con toda impunidad el genocidio de seres humanos por el mero hecho de profesar una religión distinta de la suya. Y lo cuentan, con fotografías incluidas, como la que se publica en este misma noticia convenientemente picelada para evitar el horror de la escena real (que no por ello deja de serlo), tras un largo editorial en el que las invocaciones a Alá y a su profeta Mahoma son constantes.
Tratan de justificar los injustificable y hacen honor a los asesinos que llaman moujahidines, «soldados del Estado Islámico, ajenos a las herejías de la gente de la desilusión y temblor, a todas las voces de cacofonía que se alzaron contra ellos, viejas y nuevas, tratando de disuadirlos de continuar su terror contra las masas de infieles”. Vamos, que les da lo mismo lo que se diga de ellos, porque están respaldados por un mandato divino.
Acabar con el mal, con el peligro creciente que supone el terrorismo yihadista, es obligación de todos los que defienden la democracia y la tolerancia, que las distintas religiones puedan practicarse en paz y con respeto de unos a otros.
Son miles de millones de dólares los que se emplean en luchar contra esta delincuencia revestida de falsos mandatos provenientes de un libro sagrado, el Corán, que interpretan de forma torticera. La palabra “yihad” aparece 35 veces en el Corán. En 22, el significado es esfuerzo o superación en la conducta propia y colectiva; en tres, elevación espiritual de los creyentes; y en diez, guerra defensiva (nunca ofensiva). ¿Cómo les había atacado el cristiano de la aldea de Magaya, Mozambique, que aparece en la fotografía siendo degollado? La respuesta está clara. Carecen de argumentos y, por más que su portavoz se esfuerce en dictar interminables “sermones”, son lo que son, simples asesinos terroristas.
En la lucha contra este fenómeno delictivo deben jugar un papel muy activo los musulmanes, que en su inmensa mayoría se oponen y repudian estas prácticas criminales. Cada vez con más frecuencia se observa que la publicidad con la que inundan las redes yihadistas va dirigida a los jóvenes y menores de edad y ya se han dado casos, uno de ellos en España, en que un adolescente tenía preparada una bomba para colocarla en su colegio. Los padres de estos chavales pueden contribuir, algunos ya lo han hecho, de forma activa, a prevenir posibles radicalizaciones.
Aunque no todos los casos se publiciten, como debería ser para conocimiento de la opinión pública, en especial la musulmana, no son infrecuentes los casos de imanes que son expulsados desde Europa a sus países de origen por predicar consignas a favor del yihadismo y de carácter antisemita.
Las Fuerzas de Seguridad realizan una labor impagable para luchar contra este terrorismo, pero, se comprende el miedo que producen estos individuos por sus métodos expeditivos y criminales, los musulmanes deben colaborar con los agentes para denunciar (siempre tienen garantizado el anonimato) aquellos casos que conozcan de radicalización. Sólo de esta manera se podrá avanzar en una lucha que se presenta larga y complicada.