Fallece de un fallo de corazón la referencia ética de la izquierda y de la política griega, el hombre que en 1941, en plena ocupación de Grecia, retiró la bandera nazi de la Acrópolis y la sustituyó por una de su país
RAÚL BOCANEGRA. PÚBLICO.- La prensa griega da cuenta hoy de la muerte de un héroe por un fallo en el corazón. Manolis Glezos murió a los 97 años de edad.
Glezos, en 1941, en plena ocupación de su país por el ejército de Adolf Hitler, logró quitar junto a su compañero Apostolos Sanda la bandera nazi que ondeaba en la Acrópolis y sustituirla por una de Grecia.
Su vida fue una auténtica odisea –fue detenido, perseguido y condenado a muerte por nazis, fascistas y coroneles– a la búsqueda de la pureza democrática, la igualdad y la liberación de la opresión.
Fue diputado en el Parlamento griego y también en el parlamento Europeo, en dos etapas y nunca por mucho tiempo.
Glezos tenía anchas espaldas, mirada recta y dura. Era un gran lector y un extraordinario conversador, cuyos temas de interés eran variados, pero a los que recorría una obsesión, la democracia real, y dos ideas fundamentales: «Es mejor que el pueblo ejerza el poder él mismo» y «en democracia no hay nadie insustituible».
En plena crisis de la deuda, recibía, acogedor, en su casa de Atenas, a cualquiera interesado en conocer sus pensamientos. El pelo, blanco ya, peinado hacia atrás, el bigote afilado. Hablaba con mucha calma, sopesaba las palabras y las pronunciaba, las que quería, con precisión.
Hablar con Glezos era hablar de Menandro, de Homero, de la historia de la Grecia clásica y de sus mejores obras, de la que extraía las lecciones para sus análisis de la realidad de hoy.
En su propio pueblo, Apiranthos, en la isla de Naxos, de unos mil habitantes, probó durante un tiempo, tras ser elegido alcalde a mediados de los 80, con un modelo de democracia directa. Creó una constitución local, para disgusto de las autoridades de Atenas, y dejó el control de todo, finanzas incluidas, en manos de los ciudadanos.
El modelo, asambleario, lo encontró «en Homero». «En la Ilíada Telémaco convoca en Ítaca una asamblea para conseguir naves y nadie sabía que había sido el hijo del rey el que la había convocado. Todos pensaban que había sido otro. Cualquiera podía hacerlo».
El ejemplo
Jamás se rindió Glezos. En los peores años de la crisis de la deuda, que en Grecia se convirtió en una verdadera escabechina social, con 88 años, fue gaseado por la Policía durante una de las manifestaciones mas duras contra las políticas de austeridad impuestas por la Unión Europea. Tuvo que ir al hospital.
En el año 2010, hubo en Grecia ocho huelgas generales.
Glezos era un mito de la izquierda de su país y de parte de la europea, pero también lo fue, por una trayectoria de integridad, de toda la clase política griega. Así, el ministro de Exteriores griego, el derechista Nikos Dendias, dijo a la prensa griega: «Su actitud nos inspiraba a todos, más allá de ideologías y partidos. Fue una gran figura de la resistencia nacional contra los nazis».
Glezos no ejercía su auctoritas desde la moral o desde la palabra vacía, sino desde la fortaleza que le daba haber dado ejemplo y de querer darlo hasta el último momento.
En 2017, durante un memorial en recuerdo de las víctimas de la masacre que causaron las SS nazis en Distomo, el embajador alemán en Grecia, Peter Schoof, fue increpado por Zoe Konstantopoulou, un diputado de Syriza, justo antes de depositar una corona a modo de homenaje a los pies del monumento.
Grecia reclama desde hace mucho tiempo reparaciones de guerra a Alemania por la brutal ocupación del país en la época nazi, de las que Berlín siempre se ha desentendido.
Entre los aplausos y abucheos que causó el reproche, Glezos, que entonces peinaba 94 años, decidió intervenir. Cogió a Schoof de la mano y lo acompañó hasta el monumento, donde el embajador completó la ofrenda. «El hijo de un criminal no tiene nada que ver con los crímenes de sus padres. No importa cuáles ni cuántos hayan podido ser», dijo Glezos.
Siempre fue crítico, también con Alexis Tsipras y el proyecto que ejecutó mientras fue presidente de Grecia: «Los préstamos de la troika no traen resultados. Desde la antigüedad hasta hoy, así está escrito, los préstamos convierten a los seres humanos en esclavos. Mía fue la idea de que se escribiera Syriza (que significa a ras) y que trajera el pueblo al poder. Hoy la actual dirección lo rechaza, lo destierra y lo traiciona en esencia. […] No es de izquierdas aquel que somete el país a las instituciones extranjeras, no es izquierdista aquel que recurre a un rescate de la troika para salvar al pueblo, no lo es».
Tsipras declaró a la prensa griega, tras conocer su muerte: «Permanecerá durante toda la eternidad como el símbolo de un luchador que supo cómo sacrificarse por la gente. La izquierda, todos nosotros, hoy nos sentimos huérfanos, pero también afortunados de haber caminado junto a él».