EFE. LA VANGUARDIA.- A punto de cumplirse un cuarto de siglo del genocidio de 1994 en Ruanda, los supervivientes de ese horror aún son víctimas de asesinatos, robos o vandalismo contra sus bienes, especialmente en fechas cercanas al aniversario de la masacre.
Los motivos de esos ataques no están claros y oscilan desde la teoría de que los perpetradores buscan aún borrar a los testigos de sus delitos, hasta la hipótesis de que Ruanda no está libre de la ideología que desencadenó la matanza en la que unos 800.000 tutsis y hutus moderados murieron en sólo cien días.
Los actuales líderes ruandeses, encabezados por el presidente del país, Paul Kagame (tutsi), se inclinan por esta última teoría, pero aseguran que el paso del tiempo está mitigando el problema.
«Son los remanentes de la ideología del genocidio, pero la persecución ha decrecido significativamente», explica a Efe el viceministro ruandés de Asuntos de la Comunidad de África Oriental, Olivier Nduhungirehe.
«Continuamos peleando contra ello, con la Policía y la Justicia. pero el asunto viene siendo un problema cada vez más pequeño en los últimos años», añade Nduhungirehe, a pocos días de que se conmemoren este 7 de abril los 25 años del comienzo del genocidio.
La asociación de supervivientes IBUKA, sin embargo, esgrime informes que contabilizan al menos 168 asesinatos de supervivientes ocurridos entre 2002 y 2014.
Ejemplos más recientes son la muerte de Christine Iribagiza -asesinada en abril de 2017 en el distrito de Kicukiro, en Kigali- y los fallecimientos de Speciose Mukamurara y Butera Kayitani, en 2015, tras recibir una paliza por parte de desconocidos.
«Estas muertes ocurrieron cuando estábamos preparándonos para recordar a los miembros de nuestras familias que fueron asesinados durante el genocidio. Y esto muestra que aún están presentes los que tienen ideología de genocidio», argumenta Egide Nkuranga, vicepresidente de Ibuka.
En este año del simbólico aniversario, a mediados de marzo pasado reavivó el problema un incidente en la región de Muringa (noroeste) que involucró al superviviente Ndabarinze Kabera, cuyas once vacas fueron masacradas tras un ataque a su vivienda.
Durante las conmemoraciones del genocidio en 2008, por ejemplo, un coche embistió una procesión de 300 personas que portaban velas para recordar a las víctimas y los analistas.
Los expertos coinciden en que llevará tiempo extirpar de la sociedad ruandesa las ideas que desencadenaron la matanza de 1994.
«Los supervivientes del genocidio continúan siendo atacados porque la ideología del genocidio aún está en las mentes de los perpetradores», indicó a Efe el analista independiente Christopher Kayumba, quien considera que Ruanda necesita una «contraideología» para superar el problema.
«Estos actos son más pronunciados durante las conmemoraciones en parte porque intentan desmoralizar a los supervivientes y la noble causa del recuerdo. Podría ser también porque rememorar recuerda a los perpetradores lo que hicieron y la derrota. Es también una demostración del fracaso en aprender del pasado por parte de algunos responsables» del genocidio, añadió Kayumba.
En ese contexto, el secretario general del estatal Comité Nacional de la Lucha Contra el Genocidio (CNLG), Jean Damascène Bizimana, detalla a Efe que Ruanda ha puesto en práctica numerosas estrategias para combatir las ideas del genocidio, como iniciativas para la sensibilización y el reconocimiento de sus signos.
«Sensibilizamos y enseñamos la historia del genocidio contra los tutsis de 1994, especialmente entre los jóvenes. Llegamos a institutos de educación secundaria, universidades y prisiones, principalmente porque los jóvenes no saben la historia del genocidio», relató Bizimana.
«En segundo lugar, enseñamos las diferentes manifestaciones de la ideología del genocidio porque hay muchos que no saben lo que significa. Hay una ley oficializada en 2013 y enmarcada en la Constitución de 2003 que explica en profundidad la ideología del genocidio, sus manifestaciones y la naturaleza de sus castigos», puntualiza el secretario general del CNLG.
La masacre de 1994 supuso el exterminio de entre el 20 y el 40 por ciento de la población de Ruanda, entonces el país más densamente habitado de África, con siete millones de personas.
El 70 por ciento de las víctimas mortales fueron tutsis, asesinados por extremistas hutus tras la muerte del presidente ruandés, Juvenal Habyarimana, cuando el avión en el que viajaba fue derribado el 6 de abril de 1994 poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali.
El asesinato de Habyarimana (de la etnia hutu, mayoritaria en Ruanda), muerto junto al presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, que lo acompañaba, fue el detonante de la matanza colectiva iniciada por hutus radicales y aún hoy día continúa siendo un misterio.
Tras el genocidio, en el que también perecieron numerosos hutus moderados, tomó el control del país el Frente Patriótico de Ruanda (RPF), milicia que entonces lideraba el actual presidente, el tutsi Paul Kagame, a quien una investigación francesa culpó en 2006 de la muerte de Habyarimana, aunque él siempre lo ha negado.