LORENZO TONDO. EL PAÍS.- Cuando las autoridades trasladaron a Mujo Hrustanovic al campamento de refugiados de Jezevac en Bosnia, en 1997, él pensó que se quedaría solo unos meses. De hecho, esto es lo que le dijo el Gobierno. Han pasado más de 20 años y todavía vive allí.
El hombre de 75 años comparte un apartamento de 30 metros cuadrados con su mujer, su hijo, su nuera y sus dos nietos en una de las 50 casas de color blanco del campamento construido por organizaciones internacionales cerca de la ciudad de Tuzla. Estos apartamentos, pensados como una solución temporal, se han convertido en un hogar permanente para cientos de supervivientes del genocidio de Srebrenica, la peor atrocidad cometida en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
«Nos han abandonado», lamenta el hijo de Hrustanovic, Avdo, de 25 años, que solo tenía unos meses cuando sus padres se vieron obligados a abandonar Srebrenica. «Estas personas han compartido con la comunidad internacional todo su dolor, ¿y qué han recibido a cambio? Una casa en ruinas. Y todos los han olvidado».
El 11 de julio de 1995, las fuerzas bajo el mando del general bosnio-serbio Ratko Mladić entraron en Srebrenica, una ciudad mayoritariamente musulmana de Bosnia oriental. Reunieron a todos los hombres en edad militar y los mataron. Se calcula que más de 8.100 personas fueron asesinadas. Los hermanos de Hrustanovic se encuentran entre las víctimas.
La guerra, que sacudió a Bosnia de 1992 a 1995, dejó cerca de 100.000 muertos. Más de dos millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Según la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR), a finales de 2015 todavía había 98.324 desplazados internos, 7.000 de ellos en refugios temporales o colectivos.
«Nunca hubo una estrategia clara para el retorno de los refugiados bosnios a sus aldeas, que fueron destruidas durante la guerra», señala Branka Antic-Stauber, la directora de Women’s Power, un grupo que proporciona ayuda psicológica a las refugiadas bosnias. «A veces, incluso después de la reconstrucción de sus casas, les resulta difícil regresar. Casi todas ellas sufren de estrés postraumático. Estamos hablando de traumas primarios, continuos y crónicos. Hay mujeres que todavía están buscando a miembros de sus familias que desaparecieron durante el conflicto».
Un dolor que trasciende generaciones
A unos 20 minutos de Tuzla se encuentra la aldea de refugiados de Mihatovići, donde viven más de 150 familias. Casi la mitad son de Srebrenica. Es el caso de Mirsada Malkocevic, una mujer de 45 años que vive con su madre y está desempleada.
«Traje a mi madre a esta comunidad porque necesitaba ayuda», explica a The Guardian. «Mi madre había estado viviendo en otro campamento de refugiados, y me temo que va a morir en uno sin haber tenido la oportunidad de disfrutar de una vida digna. Soy todo lo que tiene. Los serbios mataron a su marido, a tres de sus hijos y a tres hermanos».
La historia de Malkocevic es muy común. Durante varios meses vivió en campamentos de tiendas de campaña y en pabellones deportivos antes de que las autoridades la trasladaran a una comunidad de refugiados. Las autoridades le prometieron un hogar y le aseguraron que podría volver a hacer una vida normal.
«Cuando llegué a Mihatovići, pensé que nos asignarían un verdadero hogar», indica. «Han pasado 25 años, y aquí seguimos. Una familia de cinco miembros que sobrevive con la pensión de guerra de mi madre, que es de unos 400 euros mensuales».
Solo 20 personas de esta comunidad de refugiados tienen un empleo regular. Muhamed Mehmedovic, de 30 años, que trabaja en una fábrica, explica que gana 240 euros mensuales y se considera «uno de los pocos afortunados» de Mihatovici. La verdad es que no hay futuro para los jóvenes de estas aldeas. «La guerra no solo destruyó la vida de la gente, sino que también aniquiló a los niños y nietos que han nacido y crecido en estos campamentos, atrapados en los mismos traumas que viven sus padres», afirma.
Antic-Stauber describe esta situación como una transferencia transgeneracional del trauma. «El trauma pasa de la primera generación de supervivientes a la segunda y posteriores generaciones de descendientes de los supervivientes», explica. «En Jezevac y Mihatovići ya vive la tercera generación que ha nacido en el campamento al que se mudaron sus abuelos».
Avdo Hrustanovic, que llegó a Jezevac cuando todavía no tenía dos años, terminó sus estudios en una escuela de negocios el año pasado y no ha encontrado trabajo. Pasa la mayor parte del tiempo en casa mientras sus hijos, de cinco y dos años, juegan en las calles llenas de barro. Sobreviven con la pensión de guerra de su abuelo Mujo.
«Cada julio, los periodistas van a Srebrenica para el aniversario del genocidio, pero nadie viene a Jezevac para ver cómo viven ahora los supervivientes de ese genocidio», señala.
Mehmedovic dice que vivir en Mihatovići es como estar en el limbo. «Todo lo concerniente al día a día de los refugiados bosnios ha sido pensado como una solución temporal. Nuestra residencia es temporal porque la reasignan cada dos años, al igual que nuestros pasaportes. Vivimos en un estado de eterna provisionalidad».
Los sobrevivientes de Srbrenica ya no son los únicos refugiados en Bosnia. Muchos refugiados sirios y afganos se han convertido en personas sin hogar y viven en la estación de tren de Tuzla. Los recuerdos de la guerra aún están frescos en las mentes de los bosnios. Saben muy bien lo que significa ser forzado a abandonar el hogar.
«Cuando enciendo un fuego por la noche, pienso en los migrantes que duermen en las calles de Tuzla», señala la madre de Mehmedovic, Aisha. «Ya sabes, no hace tanto tiempo que los bosnios pasamos por una situación parecida». «Pero los hombres y los Gobiernos tienden a olvidar el pasado», lamenta Mehmedovic. «Igual que después de la guerra se olvidaron de nosotros.»
Traducido por Emma Reverter