MERCEDES PACHECHO. EL MUNDO.- Carry Ulreich tiene 91 años, tres hijos, 20 nietos, más de 60 bisnietos… y siete diarios. En concreto, un diario y seis cuadernos en los que narró su vida entre 1941 y 1945 en Róterdam, mientras su familia -judía ortodoxa- permanecía escondida de los nazis en casa de unos vecinos católicos. Quizá les suene la historia con otro nombre: Ana Frank. Y es que estas dos niñas judías holandesas tienen muchas similitudes. Ambas pasaron de la niñez a la adolescencia en mitad de la II Guerra Mundial, y las dos sufrieron las consecuencias de la persecución nazi. Ambas vivieron en la clandestinidad con sus padres y hermanos en un encierro forzoso en casas ajenas. Ambas escribieron sus testimonios en diarios. Sin embargo, el final de la historia fue distinto para una y otra. Por eso Carry firmó en el libro de visitas de la Casa-Museo de Ana Frank en Ámsterdam como «Ana Frank con final feliz».
A pesar de los paralelismos, son precisamente sus diferencias lo más interesante de los diarios que Carry Ulreich reunió hace tan sólo un año en De noche sueño con la paz, el libro que ahora se publica en España de la mano de La Esfera de los Libros. A través de sus escritos entre los 14 y los 18 años se puede ver cómo las 13.000 personas que componían la comunidad judía de Róterdam, a principios de la década de los 40, vivieron la persecución, la deportación y la lucha por la supervivencia. En octubre de 1942, la familia Ulreich -Gustav, Anna Fanny y sus hijas Carry y Rachel (posteriormente se uniría el novio de ésta, Bram)- se ve obligada a ocultarse en casa de los Zijlmans -Adriaan y Maria Hendrika y tres de sus cuatro hijos, Bob, Mies y Canis-, una familia católica muy practicante. Y se desatan las dudas sobre cómo combinar sus costumbres religiosas: la comida kósher, las reglas del sabbat o el calendario judío… Carry y los suyos acaban celebrando fiestas cristianas con la familia que los esconde. Las barreras religiosas, que al principio parecen infranqueables, van derrumbándose poco a poco.
Carry retrata su día a día en la casa de la avenida Mathenesse: labores domésticas, largas horas de lectura y de tertulia, debates teológicos con sus anfitriones católicos, flirteo entre los jóvenes… Sin dejar de expresar una y otra vez su infinita gratitud por la calurosa acogida, describe las incomodidades y la dependencia mutua a la que se exponen dos familias muy diferentes que, de repente, deben convivir bajo el mismo techo. En medio del flujo constante de rumores y noticias de guerra, unos y otros tratan de vivir, de sobrevivir, lo mejor que pueden.
El diario de Ana Frank [cuya figura han rescatado ahora los ultras tifosi de la Lazio como símbolo antisemita] se interrumpe con brusquedad cuando la detienen y deportan, supuestamente como consecuencia de una traición. Sólo el padre, Otto Frank, regresó de los campos de concentración. En cambio, la familia Ulreich al completo sale con vida de la guerra. Los diarios de Carry describen el alivio que supuso la liberación en 1945. También aluden a la tímida recuperación de la diezmada vida judía con el primer servicio religioso en la sinagoga de un Róterdam liberado, o a la búsqueda de supervivientes.
Poco después, Carry Ulreich se casó con Jonathan Mass, soldado británico de la Brigada Judía, la que ayudó a los judíos holandeses a recomponer sus vidas. En 1946, cumplió su sueño de antes de la guerra y partió al entonces Mandato Británico de Palestina -convertido en 1948 en el Estado de Israel-, donde bajo el nombre de Carmela Mass pasó a ser la matriarca de una larga descendencia. Su diario viajó con ella. Estuvo perdido en el desván de casa hasta que hace unos años lo desempolvó para compartirlo con hijos y nietos. Preparó una versión resumida en hebreo de uso familiar. Así fue como su hijo Oren, editor en Jerusalén, leyó por primera vez algunos fragmentos y decidió publicarlo.
El 16 de mayo de 1944, Carry escribió: «De noche casi nunca sueño con la guerra y todo lo que conlleva (conllevaba). Sueño con la paz, sueño que la gente regresa de Polonia y que voy a buscarlos a la estación de tren…».
De las personas que entre octubre de 1942 y mayo de 1945 aguardaban juntas la muerte o la liberación en la casa de la avenida Mathenesse sólo queda Carry. Esta anciana nonagenaria se asombra de que ahora sus vivencias, minuciosamente anotadas, se abran a un público mucho más amplio. No obstante, ha dado permiso para que así sea, con el convencimiento de que las generaciones nacidas después de la guerra no olviden lo que ocurrió. Quiere que sepan que asesinaron a los judíos y que algunos lograron sobrevivir. Y que personas normales y corrientes como los Zijlmans hicieron lo que creían que debían hacer salvando de una muerte segura a toda una familia. Los héroes existen. Vivían en la avenida Mathenesse 28.
El relato de Carry comienza el 17 de diciembre de 1941 en el diario que le regaló una amiga con la descripción de una fiesta de cumpleaños. La mayor parte de los adolescentes invitados murieron asesinados en el curso de la guerra. A partir de esa fecha, Carry escribe prácticamente todas las semanas, en ocasiones varias veces al día, hasta el 30 de mayo de 1945…
«Cuando rememoro todo lo que hemos vivido, creo que nosotros tampoco nos repondremos. No podemos arriesgarnos a quedarnos aquí, tenemos que ir a nuestro propio país. Anoche lo vi todo tan negro que estaba decidida a tirar la toalla y a marcharme a Palestina. Lejos de aquí, donde se han producido tantas desgracias. Con lo poco que sé ahora mismo ya me sobra. ¿Cuándo vendrán tiempos mejores? ¿Para qué sirve todo esto, este valle de lágrimas, esta travesía tan dolorosa? ¿Para merecer el cielo?».