La Voz de Galicia.– Nuestra equivocación fue actuar durante el fin de semana. Teníamos que haber ido un día laboral y pillar allí dentro a todos esos malditos comunistas del sindicato». Es primera hora de la mañana y en la terraza de una cafetería del centro de Roma, tres amigos comentan el ataque que sufrió el pasado sábado la sede de la CGIL, el principal sindicato del país, durante una manifestación contraria al uso del pasaporte covid, que ya se exige a todos los trabajadores en Italia, tanto del sector público como del privado.
La protestas derivaron en una batalla campal por las calles de Roma orquestada por el partido neofascista Forza Nuova, con el que los tres amigos, dos de ellos de unos 60 años y el tercero algo más joven, no tienen problema en manifestar su adhesión pese a la presencia de un extraño en la mesa de al lado.
«La próxima vez será más gordo. Total, ya sabemos los días en los que la Policía tiene a menos agentes disponibles en Roma», cuenta sin dar más detalles del origen de esta inquietante información uno de los tres amigos. Luego se despide mientras se ajusta el casco y se marcha en una Harley-Davidson cuyo repentino rugido asusta a los transeúntes.
Esta conversación fortuita refleja el descaro cada vez mayor que exhiben en la vida cotidiana los neofascistas italianos. Con las encuestas en intención de voto encabezadas por el partido de ultraderecha Hermanos de Italia -liderado por Giorgia Meloni, que el pasado fin de semana estuvo en Madrid arropando a Vox- incluso una fuerza política extraparlamentaria y con posiciones abiertamente filonazis y antisemitas, como ocurre con Forza Nuova, se atreve a intentar marcar la agenda política. Forza Nuova ha encontrado un filón tanto en el malestar económico por la pandemia como en las reticencias a utilizar el pasaporte covid.
Disolver el partido ultra
Con el ataque a la sede de la CGIL, no obstante, es posible que esta fuerza política haya firmado su propia sentencia de muerte, pues la Fiscalía ha abierto una investigación que puede acabar con su ilegalización. Es una decisión sobre la que también está «reflexionando» el Gobierno, según reconoció el martes el propio primer ministro, Mario Draghi.
El Partido Democrático, principal agrupación progresista del país, ya ha pedido a Draghi la ilegalización de Forza Nuova, aunque las fuerzas conservadoras de la heterogénea coalición que sostiene al Ejecutivo se han mostrado contrarias. Si finalmente la justicia o el Gobierno, por medio de un decreto, optan por disolver el partido ultra, lo que supondría la clausura de sus sedes, el embargo de sus bienes y la prohibición del uso de sus símbolos
Forza Nuova, además, tiene a su líder arrestado desde el pasado domingo. Se trata de Roberto Fiore, de 62 años, conocido militante de los movimientos neofascistas romanos que fundó este partido en 1997 con un ideario que mezcla el fascismo con las consignas antiglobalización y los preceptos ultracatólicos. Se ha presentado desde entonces a numerosas citas electorales pero nunca ha conseguido superar el 1 % de los votos.
El modelo de referencia de Forza Nuova es la Guardia de Hierro rumana, un movimiento terrorista antisemita que colaboró con los nazis y cometió matanzas de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.