Clara Valverde le saca los colores al sistema de salud, a los gobiernos y a la sociedad en general por ignorar los problemas psicológicos de los nietos de la Guerra Civil Española
Afirma que años de silencio y de esconder las emociones pueden generar en las siguientes generaciones inseguridad, miedo, rabia no canalizada, anorexia o toxicomanía
«En todos los países se habla de la transmisión generacional del trauma de la violencia política menos en España»
ELENA CABRERA. ELDIARIO.ES.- Un mes después del golpe de Estado de Pinochet, en Chile ya había organizaciones que prestaban ayuda psicológica a las víctimas de la dictadura y a sus familias. En España, la medicina recetada en altas dosis es la del silencio, para prevenir la inquietud de los hijos de aquellos que fueron atravesados por la Guerra Civil, especialmente en los vencidos pero también en los vencedores.
¿Y los nietos, los que nacieron en el tardofranquismo y la democracia y vivieron ajenos, como si nada hubiera pasado? Son los herederos de penas y dificultades no resueltas, adiestrados en el no preguntar para no remover, programados para no hurgar. Esquistados psicológicamente, bloqueados emocionalmente. Ataques de ansiedad, inseguridad, miedo, rabia no canalizada, anorexia o toxicomanía pueden leerse en clave de transmisión generacional del trauma. De hecho, se lleva haciendo así desde los años 60 en otras sociedades dañadas por violencias políticas. Salvo en España.
Clara Valverde, escritora sobre biopolítica y resistencia, presidenta de la Liga Síndrome de Fatiga Crónica, profesora de enfermería y colaboradora de eldiario.es, ha abordado en Desenterrar las palabras (Icaria, 2014) con claridad y precisión qué nos pasa, porqué nos pasa y qué deberíamos hacer para afrontarlo.
¿Cuál es el cuadro de síntomas de una persona traumatizada por las vivencias de sus abuelos durante la Guerra Civil y la Represión franquista?
Los nietos de la violencia política ‘heredan’ o ‘absorben’, a través de la comunicación no verbal, que tiene más fuerza que la verbal, la carga inconsciente del sufrimiento de sus padres y de sus abuelos. La situación se complica para esta generación porque la conexión con la situación original se ha perdido. Esto hace que la generación de los nietos lleve una carga en el inconsciente a la que es más difícil acceder, porque los años de silencio y de comportamientos que han servido para esconder las emociones dificultan la comprensión de las manifestaciones del trauma.
Estas manifestaciones son variadas: miedo a hablar directamente a los que están en el poder (jefes o cualquier otra figura de poder), la queja sin acción, la polarización (blanco/negro) y necesitar un enemigo común, confusión, repetición, autoritarismo, fobias, obsesiones, etc.
¿Cuál es la diferencia con la generación anterior?
Los hijos aprendieron a callar y a no saber qué hacer con las emociones de sus padres traumatizados. Pero ellos aún tenían alguna conexión a los eventos traumatizantes.
¿Cuál sería tu principal crítica al sistema de salud público respecto al tratamiento de los traumas transgeneracionales de la Guerra Civil?
Que no saben que existe la transmisión generacional. ¡Es que ni lo han mirado en Google! No se han formado a los profesionales de la salud mental en este país sobre este tema que es central a todas nuestras vidas y a nuestra salud. ¿Cómo pueden pensar que hemos pasado por un siglo XX tan violento y que no nos ha dejado secuelas?
Respecto a la recuperación de la memoria histórica, ¿crees que hay una ausencia de testimonios?, ¿crees que se ha escuchado más a los muertos que a los vivos?
Sí, no hemos oído las historias. Todos tenemos historias de nuestras familias en relación a la violencia política del siglo XX pero, la mayoría de la gente, ni saben las historias de sus propias familias ni las de los otros. Todas esas historias necesitan ser contadas. Los muertos no puede hablar, pero sus hijos y sus nietos, sí.
Y los vivos también tenemos que hablar de cómo todos estos años de silencio y miedo nos han afectado, sobre todo a nuestra generación, la de los nietos de la Guerra Civil.
El movimiento memorialista trabaja por la recuperación y la reparación. En tu libro nos hablas de la elaboración, que debería ser la base de la reparación. ¿Crees que se viene haciendo la reparación, digamos, sin base?
No se está haciendo nada de reparación. La reparación es cuando los gobiernos piden perdón por lo hecho, reparan con compensación económica, cuando se ocupan de los desaparecidos, cuando dan importancia a toda la historia y al sufrimiento que se ha vivido. Y esto no lo están haciendo los gobiernos.
El movimiento memorialista está haciendo lo que puede: intentando que se sepa sobre la historia, intentando que se abran las fosas. Pero no tienen los recursos ni el apoyo ni de los gobiernos ni de la sociedad. Es una vergüenza. Lo poco que se ha hecho en este país ha sido por el trabajo del movimiento memorialista. Los gobiernos han abandonado al pueblo y han intentado e intentan que se olvide la historia.
¿Cuáles serían las diferencias entre elaborar y reparar?
Reparar es, como decía antes, el acto de los gobiernos de ocuparse de que se haga justicia. Da igual cuántos años hayan pasado. Elaboración es el proceso de hacer consciente lo inconsciente que hemos heredado de nuestros padres y abuelos, del trauma transgeneracional de la violencia política del siglo XX. En el último capítulo del libro, mi coautora, Elena Álvarez Girón, y yo damos ideas de cómo hacerlo individualmente y grupalmente.
¿Políticas desde arriba habrían servido?
Sí, tendrían que haber empezado políticas de verdad y reparación desde 1978 o antes. Se deberían haber empezado comisiones de verdad y reparación y sobre todo dejar de repetir el mito de que las heridas hay que cerrarlas sin limpiar. Las heridas que no se limpian, se pudren y causan la muerte.
¿Cómo afecta la reprivatización de la memoria histórica a la gestión del trauma?
Pues echa más tierra sobre las palabras, sobre los sentimientos, sobre las historias. Nos aleja más de lo que necesitamos hacer y cronifica nuestros síntomas y daños.
Contamos aquí el rechazo de la industria turística a la memorialización de los lugares de represión. En tu libro recuerdas las placas en las calles de Colonia delante de las casas de los judíos que se llevaron a campos de concentración. En España tenemos que convivir, en cambio, con otro tipo de placas. ¿Crees que una memorialización sistemática ayudaría a paliar la transmisión generacional del trauma?
Bueno, la memorialización sistemática en sí no paliaría los aspectos nocivos del trauma transgeneracional. Pero es necesario hacerlo. El esconder y negar la historia es peligroso, es injusto y nos lleva a un estado de locura como el que vivimos.
En los colegios la Guerra Civil Española se estudia como un conflicto cerrado y luego muchos se dan cuenta de que está muy lejos de cerrarse. ¿Crees que seguirá abierto mientras haya trauma heredado?
Claro. Hay que hablar de cómo somos, de por qué somos así, de lo que aprendimos de nuestros padres y abuelos. Todo lo que callaron y transmitieron por lo no verbal nuestros padres y abuelos nos frena. Necesitamos hablar. Vivimos en un país en el que todo el mundo habla todo el rato pero no se habla de lo que pasó, de todo el sufrimiento y todas las pérdidas que causaron la violencia política. No se habla de lo importante. Se habla por hablar. Se hace ruido. Vivimos con un silencio enfermizo, mortífero.
En un momento del libro pones en relación la drogadicción, en especial el uso de heroína inyectada (tan presente en la generación de los hijos y, aunque en menor medida, en la de los nietos) con la transmisión generacional de la violencia del siglo XX en España. ¿Eres la primera que ha establecido esta relación?
Esta relación está en las investigaciones en otros países. En Francia se ha hecho mucha investigación sobre este tema. Y de ahí podemos extrapolar. No hay, en el Estado español, ningún estudio sobre la relación entre la drogadicción y la transmisión generacional del trauma de la violencia política. Ni sobre la drogadicción ni sobre ningún otro síntoma.
¿Cómo debería empezar a estudiarse?
Los profesionales de la salud mental en el Estado español primero necesitan saber que existe la transmisión generacional del trauma de la violencia política. Luego necesitan hacer su propia elaboración y formarse sobre este tema. Y luego deberían investigar sobre cómo nos afecta. Esto urge.
¿Sabes si existe extrañeza fuera de España ante la falta de estudio del trauma heredado por la Guerra Civil?, ¿hay interés internacional en este aspecto de nuestra historia?
Sí, en casi todos los países del mundo, si no todos, se habla del trauma transgeneracional de la violencia política. Menos en el Estado español. Hay mucho interés sobre lo que no se está haciendo en España y por qué. En congresos internacionales sobre este tema se habla de cómo no se habla en España de esto. El problema es que en España no hay interés. Y eso explica mucho de cómo somos ahora y cómo aguantamos tanto maltrato y abuso de nuestros gobiernos.
En otros países se habla de que en el Estado español han pasado 75 años desde el fin de la Guerra Civil y casi 40 desde la muerte de Franco y que aún la gente no sabe que están afectados por la transmisión generacional.
Necesita nuestra sociedad que se promuevan terapias para el diálogo como las del psicólogo e investigador Dan Bar-On. ¿Habría alguien dispuesto a hacerlo?, ¿quién debería hacerlo?
Yo ya lo he hecho en talleres. Creo que hay gente dispuesta. Todos y todas deberíamos hacerlo. Tú y yo y los que lean esto. Sobre todo no esperar a que venga alguien a organizárnoslo, como se tiende a hacer en este país. Esperar a que otro lo haga. No, tenemos que hacerlo. Nuestra vida depende de esto.
¿Y qué pasa con los hijos de los nietos? ¿El trauma generacional puede pasar también a bisnietos?
Si los nietos, que son la generación más dañada mentalmente en la transmisión generacional del trauma de la violencia política, siguen negando sus historias, sus manifestaciones y sus síntomas, pues sí, pasarán el trauma a sus hijos.