Le Pen habla de «traición» con la falsa acusación de que Francia compartirá su asiento en la ONU
MARC BASSETS. EL PAÍS.- Las noticias falsas y las teorías de la conspiración no dejan nada indemne. Ni la amistad franco-alemana, pilar de la construcción europea desde la posguerra mundial. La firma, este martes, de un nuevo tratado de cooperación ha despertado los fantasmas de la intoxicación informativa y la germanofobia latente en algunos sectores de la sociedad francesa.
La derecha nacionalista y populista habla de «traición». Y agita la acusación errónea según la cual el presidente Emmanuel Macron compartirá con Alemania el escaño de Francia en el Consejo de Seguridad de la ONU o que cederá al país vecino el control parcial de la región de Alsacia.
Con el tratado de Aquisgrán ocurre algo parecido a lo que en diciembre ocurrió con el pacto migratorio de las Naciones Unidas acordado en Marrakech. Una nebulosa de bulos y medias verdades lo convirtió en un arma política que llegó a provocar la caída del Gobierno belga.
Los líderes de los partidos más a la derecha en Francia —Marine Le Pen y Nicolas Dupont-Aignan— han intentado hacer de Aquisgrán, sede histórica del Imperio carolingio, la ciudad hermana de Marrakech. Hasta el punto de que han forzado al Palacio del Elíseo a publicar un comunicado para desmentir las tergiversaciones.
La primera acusación consiste en afirmar que el tratado de Aquisgrán, al fomentar la cooperación de los llamados eurodistritos transfronterizos, concederá a Alemania la soberanía parcial sobre Alsacia, región fronteriza históricamente disputada entre alemanes y franceses, e integrada en la República francesa desde 1944.
Otra acusación: la idea de que, al reafirmar el apoyo al bilingüismo en las regiones a uno y otro lado de la frontera, el tratado impone el alemán en la escuela y en la administración alsaciana. En un vídeo difundido en las redes sociales, Le Pen, presidenta del Reagrupamiento Nacional (ex Frente Nacional), sostiene que Francia afronta «una injerencia manifiesta que atenta contra la soberanía nacional francesa y contra la Constitución».
Los detractores del tratado de Aquisgrán aseguran que la voluntad de París y Berlín de cooperar en el Consejo de Seguridad, recogida en el texto, permitirá a Alemania, potencia derrotada en la Segunda Guerra Mundial, sentarse en este foro junto a las potencias vencedoras y ejercer mano a mano con Francia el derecho a veto.
«Este tratado organiza la sumisión a Alemania de la política extranjera, diplomática y de defensa de Francia», dice en otro vídeo Dupont-Aignan, presidente del partido Debout la France (En pie, Francia) y aliado de Le Pen en las elecciones presidenciales de 2017. «Al firmar este tratado a escondidas, como hizo con el pacto de Marrakech, que organizaba el ahogamiento migratorio de Europa, Emmanuel Macron comete una acto que corresponde a una traición», añade Le Pen. Y exige un referéndum sobre el tratado.
La izquierda populista ha evitado caer en estas distorsiones, pero su líder más visible, Jean-Luc Mélenchon, ha insistido en su mensaje de soberanismo y desconfianza hacia Alemania. “Si tenemos que adoptar posiciones coordinadas, perdónenme, pero es más interesante tenerlas con los países de la Europa del sur, que están más cerca de nosotros por la cultura, las formas del derecho y el nivel de dependencia respecto a Alemania, porque Alemania juega con las contradicciones entre Francia, España e Italia», dice el jefe de La Francia Insumisa en su último videomensaje semanal.
«NO, Alsacia y Lorena no estarán bajo tutela de Alemania (…) NO, los alsacianos no estarán obligados a aprender y hablar alemán (…). NO, Francia no compartirá su asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU», se lee en un comunicado del Palacio del Elíseo, que, con mayúsculas enfáticas, desmonta punto por punto algunos de los bulos que circulan sobre el tratado. El título del comunicado es LA VERDAD (nada más que la verdad) sobre el tratado franco-alemán de Aquisgrán.
La polémica puede parece absurda, y más tratándose de un tratado poco ambicioso como el de Aquisgrán. Pero refleja, primero, el ambiente de polarización entre europeístas y soberanistas que se vive en Francia y en Europa. Hoy cualquier acuerdo franco-alemán —en realidad, cualquier acuerdo internacional, como se comprobó con el de Marrakech— puede convocar el temor de la pérdida de soberanía ante la Unión Europea y permite a los extremistas apelar al sentimiento nacional.
La polémica también refleja un fantasma muy francés. A veces se olvida que franceses y alemanes se masacraron mutuamente en tres guerras entre 1870 y 1945. El odio quedó enterrado entre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, y la amistad franco-alemana fue el motor de la UE. Pero quedan restos. El recelo hacia lo alemán, la apelación a la soberanía francesa de Alsacia o el temor a una Alemania fuerte todavía son argumentos del nacionalismo autóctono.