Nacieron al día siguiente al referéndum ilegal del 1-O y en su grupo privado de Facebook hoy aparecen 1.305 miembros, pero no son tantos. Visten de cuero, hacen ruido en moto y lucen la parafernalia de milicia paramilitar. Hasta ahora son sólo violentos de boquilla…
LEYRE IGLESIAS. EL MUNDO.- El vídeo es una imagen de un puño apretado hecho de lo que parece hierro ardiendo. En la parte inferior se ve un círculo con una especie de bandera de rayas verticales blancas y negras y una estrella con las palabras «ESCAMOTS CATALANS». No tiene sonido, pero sí va mostrando un texto en catalán.
¿Creéis que nos vamos a parar? ¿Creéis que os tenemos miedo? No tenéis cárceles, jueces, fiscales, policías ni dinero suficiente.
El día en que no vuelva no lloréis por mí, no traigáis flores (…)
El día en que no vuelva dadle sentido a mi lucha (…) Recordadme frente a la injusticia, frente al opresor… ¡de pie! ¡Brazo en alto!
El día en que no vuelva… ¡quemad barricadas! Haced que el aire sea negro como el carbón, que el viento traiga destellos de fuego. (…)
Haced que sólo queden cenizas y polvo. Si no vuelvo, ¡hierro y fuego!
Detrás de la arenga está uno de los grupúsculos de la galaxia radical surgida en torno al independentismo. Son los EMC, los Escamots Catalans Motards (algo así como las Escuadras Catalanas Moteras), un grupo de motoristas que se define como un «bloque de contingencia» de «milicias» y «patrullas» que pretenden «luchar hasta el final o morir» por un Estado catalán que sienten traicionado.
Su nombre evoca a los Escamots de los años 20 y 30, una organización de milicias paramilitares de corte fascista, secesionista y violento que desfilaba por las calles con camisas verdes. Sus artífices, los temidos hermanos Badia, son hoy una fuente de inspiración compartida para diversos sectores del independentismo más ultra. Desde el grupo de extrema derecha MIC (Moviment Identitari Catalá), envuelto en varios incidentes violentos; hasta, en el terreno intelectual, el propio Quim Torra, que calificó a Miquel y Josep Badia como «uno de los mejores ejemplos»; pasando por los EMC, que en abril del año pasado organizaron un homenaje a los hermanos en el cementerio de Montjuic con el símbolo del aguilucho y la estelada con el que se identificaba el partido que alumbró a aquellas milicias, Estat Català.
Por ahora, sus sucesores motorizados son poco conocidos, aunque en su grupo privado de Facebook cuentan con 1.305 miembros -no todos ellos socios de pleno derecho: eso «se gana en la batalla de la calle»-, y ya han empezado a emerger con algunas actuaciones relacionadas con la seguridad. Muy reconocibles -siempre de negro, con su símbolo en la chupa de cuero, en la gorra y en el casco-, dicen ser pacíficos, aunque con una adversativa inmediata: «No apoyamos ninguna actividad violenta, pero (…) llegado el momento, haremos lo que haga falta y sea necesario para defender la implantación de la República».
JORDI, EL LÍDER TATUADO
La asociación nació el día siguiente al referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 pero salió por primera vez a la luz pública hace unos meses. Fue en Nochevieja frente a la prisión de Lledoners. Un grupo de estos motoristas pasó la noche delante de la cárcel para acompañar a los presos del procés. En casi todas las imágenes que difunden de sus concentraciones y actividades aparece Jordi, cuyo apellido, como el de otros dirigentes del grupo, esconde en las redes sociales. Jordi (grueso, con perilla blanca, gafas y pendiente) es el administrador de las páginas de Facebook de los Motards y el protagonista de una de sus fotografías más aplaudidas: un brazo tatuado con unos antidisturbios que se dirigen a un grupo de ciudadanos con el mensaje: «Ni oblidem ni perdonem. 1-10-2017». Es el lema que los acompaña siempre, en camisetas, cascos… «Ni olvidamos ni perdonamos».
El pasado 1 de febrero, los Escamots Motards se organizaron para una salida de mayor envergadura: se echaron con sus motos a la carretera para realizar una labor de «escolta y custodia» de los denominados «presos políticos» en su traslado desde la cárcel de Brians hasta los centros madrileños de Soto del Real y Alcalá Meco para el inicio del juicio en la Audiencia Nacional. Los escoltaron siguiendo a los furgones en perfecta formación, aunque no llegaron hasta Madrid. «Habríamos entrado con ellos al mismo infierno sin dudarlo… Desgraciadamente, nos hemos tenido que despedir en Soses (territorio catalán). Por motivos de seguridad nos aconsejaron no llegar a Madrid», explicaron. En junio repitieron la operación cuando los procesados regresaron a Cataluña.
En marzo, alrededor de una treintena sí llegó en moto hasta Madrid para participar en la manifestación promovida por el secesionismo en el centro de la capital. En ese acto se arrogaron el papel de «garantizar la seguridad», como también en otros organizados por la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Su cabecilla se hizo entonces una foto que exhibió orgulloso junto a Quim Torra, Artur Mas y la entonces consejera Laura Borràs.
Para Torra, de hecho, no son unos desconocidos. En junio el president aparece retratado con una veintena de escamots en Amer, la localidad natal de Carles Puigdemont en Gerona, donde participaron en la organización de una «comida amarilla» en homenaje supuestamente al abogado Gonzalo Boye, la contertulia Beatriz Talegón y el ex alcalde de Barcelona Xavier Trias, y que fue una manera de recaudar fondos para la causa independentista (12 euros el cubierto) y lograr adhesiones para el vaporoso Consell per la República que el político fugado promueve desde Waterloo. Aquel fue un día importante para los motards. No sólo por el respaldo del president. También entraron en la pastelería de los Puigdemont y le regalaron su bandera negra a la hermana del huido, que se mostró muy agradecida, según puede verse en un vídeo que difundieron. Los EMC presumen de tener un «vínculo muy especial» con la familia.
CHOQUES CON ‘QUITALAZOS’
El lenguaje de los Escamots Motards es sin duda violento. Pero ¿y sus prácticas? «Tienen cuidado con lo que ponen en las redes», afirma un infiltrado en el grupo. En sus comunicaciones por Telegram, por ejemplo, se referían así a la reunión que el Consejo de Ministros iba a celebrar el 21 de diciembre en Barcelona, cuando se supo que el Ministerio del Interior desplazaría a un millar de antidisturbios de la Policía Nacional y la Guardia Civil: «Pedro Sánchez nos desea una feliz navidad, nos envía 1.000 nazis. Tras los últimos contactos que hemos tenido con nuestros presos, apelamos a la no violencia (y no es por falta de ganas). (…) Nos piden que sigamos garantizando la seguridad en las calles, que ayudemos de forma activa a frenar a los incontrolados, a buscar a los infiltrados, aislarlos y denunciarlos. EMC velará por la seguridad».
Eso sí, los moteros ya han protagonizado algunos momentos de tensión, si no algo más, con los grupos de ciudadanos organizados para quitar lazos amarillos y esteladas de los espacios públicos en Cataluña. En concreto, han librado una batalla particular con las autodenominadas brigadas de limpieza que hace unos meses se llevaron una estelada gigante de hierro colocada en Amer. «La puta chusma del fascismo», proclamaron los EMC. «Desde aquí os invitamos a volver si tenéis cojones, que la próxima vez los mossos llegarán 30 minutos más tarde. Os sacaremos las tripas a golpe de hoz».
En marzo, varios de estos motoristas participaron en el hostigamiento al que varias decenas de vecinos de Verges (Gerona) sometieron a 15 quitalazos que acudieron a la luz del día a retirar con pértigas las esteladas que colgaban de las farolas del pueblo en plena campaña electoral, según cuenta uno de ellos. «Nos insultaron, nos golpearon y fuimos heridos pero los Mossos sólo nos identificaron a nosotros», lamenta. «Se creen los guardianes de la república…».
En sus últimos mensajes, los moteros denuncian la «miserable vergüenza» de JpC, ERC y la CUP por «pactar con la escoria del 155» («el enemigo»). Reaparecerán en la Diada del 11-S, y ya deslizan la idea de «salir a la calle de forma indefinida» hasta lograr una Cataluña independiente frente a quienes hablan de la república sentados en su sofá. Ahí estarán, como dice su arenga de hierro incandescente, con el «brazo en alto».