Libertad de expresión (y convivencia) en la era del tuit

| 24 abril, 2017

Juristas, académicos y sociólogos discrepan sobre los límites de la ley para combatir el odio en las redes sin coartar el derecho de opinión

VERA GUTIÉRREZ CALVO. EL PAÍS.- Un año de cárcel y siete de inhabilitación para una estudiante de 21 años por burlarse en Twitter del atentado de ETA que mató a Luis Carrero Blanco hace cuatro décadas. El caso Cassandra encendió a finales de marzo el debate sobre los límites del humor, los de la libertad de expresión y los del Código Penal. El eterno debate pero ahora en un escenario nuevo: el de la eclosión de las redes sociales, el foro global.

 

Pocas semanas antes de la sentencia sobre Cassandra Vera se produjo otra similar: la condena al cantante César Strawberry, que había tuiteado, por ejemplo, que añoraba a los GRAPO y bromeó con enviar un “roscón-bomba” al Rey. Esos mensajes, dijo el Tribunal Supremo, “alimentan el discurso del odio” y “legitiman el terrorismo como fórmula de solución de los conflictos sociales”. Y entre un caso, el de Strawberry, y el otro, el de Cassandra Vera, hubo un episodio particular en otro frente: la reacción de rechazo frontal en varias ciudades a la campaña tránsfoba del autobús de la asociación Hazte Oír.

Algunos de los que habían justificado la condena a Strawberry argumentando que la libertad de expresión no lo ampara todo defendieron entonces que Hazte Oír tenía el derecho constitucional a difundir su mensaje, por muy hiriente que este fuera; y algunos de los que habían clamado contra la condena a Strawberry apelando al derecho fundamental a la libertad de expresión pidieron la inmovilización del autobús de Hazte Oír alegando que su mensaje no era inocuo: discriminaba y podía dañar profundamente a los niños transgénero. Eran asuntos muy distintos, pero en ambos surgió un argumento parecido: la necesidad de combatir el odio, la humillación o el menosprecio al otro.

¿Cómo hacerlo eficazmente sin caer en la desproporción o la arbitrariedad?

EL PAÍS ha hablado con juristas, académicos y sociólogos sobre un asunto con doble cara: ¿está en riesgo la libertad de expresión en España por la tendencia a resolver por la vía penal cuestiones de toda naturaleza? ¿Está, por el contrario, en riesgo la convivencia por la banalización de discursos intolerantes en las redes sociales? ¿Hay forma de combatir lo segundo sin caer en lo primero?

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