Lecciones de Auschwitz y otros memoriales para Cuelgamuros

| 27 diciembre, 2018

El santuario Yasukuni, en Japón, o el Monumento Voortrekker, en Sudáfrica, ¿esconden quizá la clave sobre el futuro del Valle de los Caídos?

FERNANDO ÁLVAREZ BUSCA. EL PAÍS.- Quizá asustado por el poder que conserva el ectoplasma de Franco, el pasado verano el Gobierno señaló por boca del ministro de Cultura, José Guirao, que el Memorial de Auschwitz es un referente de sus planes para Cuelgamuros. Es obvio que el Valle de los Caídos no es Auschwitz, pero también lo es que ninguno de los alemanes que visitan el antiguo campo de exterminio hace ademán de orgullo o nostalgia al caminar junto a las ruinas de las cámaras de gas. Tampoco muestran culpabilidad, acaso una responsabilidad por saber. Los ubicuos adolescentes israelíes que marchan en grandes grupos con la bandera de la estrella de David amarrada al cuello tampoco parecen culpar a los alemanes actuales. Franquear la puerta de aquel campo que reza Arbeit macht frei (el trabajo libera) rodeado de turistas y de los fríos del otoño polacos es penetrar en un potentísimo recordatorio de la barbarie del siglo XX. Hay quien se hace un selfie, pero en general la generación de los nietos de aquellos europeos, víctimas y verdugos, penetra en el mayor campo de exterminio nazi con la solemnidad de la que cada uno es capaz.

Desde la cofa del Memorial de Auschwitz, su director, Piotr Cywinski, habla de los problemas que plantea el contexto actual. “Cada vez más instituciones dedicadas a la memoria consideran que estamos al principio de un proceso distinto. El populismo no hace lo que considera correcto, sino lo que piensa que la gente cree que es correcto. La aproximación positivista ya no funciona para hablar con el disidente”. ¿Hay algunas lecciones que España pueda extraer sobre la gestión de lugares marcados por la barbarie? Cywinski se muestra muy cauto y recuerda que él no es ni un político ni un hispanista, pero aconseja: “Si yo fuera parte de las autoridades españolas me preguntaría si exhumar a Franco contribuye a la coherencia de mi país o la destruye”.

Andreas Huyssen, profesor emérito de la Universidad de Columbia y experto en la gestión de la memoria del siglo XX, señala el tiempo transcurrido como una de las claves. “Tomó 40 años en Alemania hasta que el Holocausto y la criminalidad del régimen fueran reconocidos totalmente. Cuarenta años después de la muerte de Franco es el momento de enfrentarse a la memoria. No sólo de la dictadura de Franco, sino también de la Guerra Civil”, explica en una conversación desde su ipad. ¿Qué se puede aprender para que el Valle de los Caídos deje de ser un foco para el antagonismo en la sociedad española? A su juicio, “para hacer del Valle de los Caídos un lugar con potencial para la reconciliación es necesario exhumar a Franco y enterrarlo en un panteón familiar”. Ahora bien, “siempre me dio la impresión de que la Ley de Memoria Histórica era problemática. No creo que la memoria se pueda legalizar”, matiza.

Quizá asustado por el poder que conserva el ectoplasma de Franco, el pasado verano el Gobierno señaló por boca del ministro de Cultura, José Guirao, que el Memorial de Auschwitz es un referente de sus planes para Cuelgamuros. Es obvio que el Valle de los Caídos no es Auschwitz, pero también lo es que ninguno de los alemanes que visitan el antiguo campo de exterminio hace ademán de orgullo o nostalgia al caminar junto a las ruinas de las cámaras de gas. Tampoco muestran culpabilidad, acaso una responsabilidad por saber. Los ubicuos adolescentes israelíes que marchan en grandes grupos con la bandera de la estrella de David amarrada al cuello tampoco parecen culpar a los alemanes actuales. Franquear la puerta de aquel campo que reza Arbeit macht frei (el trabajo libera) rodeado de turistas y de los fríos del otoño polacos es penetrar en un potentísimo recordatorio de la barbarie del siglo XX. Hay quien se hace un selfie, pero en general la generación de los nietos de aquellos europeos, víctimas y verdugos, penetra en el mayor campo de exterminio nazi con la solemnidad de la que cada uno es capaz.

Desde la cofa del Memorial de Auschwitz, su director, Piotr Cywinski, habla de los problemas que plantea el contexto actual. “Cada vez más instituciones dedicadas a la memoria consideran que estamos al principio de un proceso distinto. El populismo no hace lo que considera correcto, sino lo que piensa que la gente cree que es correcto. La aproximación positivista ya no funciona para hablar con el disidente”. ¿Hay algunas lecciones que España pueda extraer sobre la gestión de lugares marcados por la barbarie? Cywinski se muestra muy cauto y recuerda que él no es ni un político ni un hispanista, pero aconseja: “Si yo fuera parte de las autoridades españolas me preguntaría si exhumar a Franco contribuye a la coherencia de mi país o la destruye”.

Andreas Huyssen, profesor emérito de la Universidad de Columbia y experto en la gestión de la memoria del siglo XX, señala el tiempo transcurrido como una de las claves. “Tomó 40 años en Alemania hasta que el Holocausto y la criminalidad del régimen fueran reconocidos totalmente. Cuarenta años después de la muerte de Franco es el momento de enfrentarse a la memoria. No sólo de la dictadura de Franco, sino también de la Guerra Civil”, explica en una conversación desde su ipad. ¿Qué se puede aprender para que el Valle de los Caídos deje de ser un foco para el antagonismo en la sociedad española? A su juicio, “para hacer del Valle de los Caídos un lugar con potencial para la reconciliación es necesario exhumar a Franco y enterrarlo en un panteón familiar”. Ahora bien, “siempre me dio la impresión de que la Ley de Memoria Histórica era problemática. No creo que la memoria se pueda legalizar”, matiza.

Huyssen, autor entre otras obras de En busca del futuro perdido: cultura y memoria en tiempos de globalización, propone la creación de un museo explicativo en el Valle de los Caídos como hizo Sudáfrica con el Monumento Voortrekker en Pretoria. Esa estructura de granito fue levantada por los afrikáneres en lo alto de una colina para conmemorar la epopeya conquistadora del norte del país, a costa de la población zulú: “Tras el apartheid no se destruyó, se resignificó y ahora alberga un museo histórico que hace justicia a la compleja historia y a los crímenes del racismo en Sudáfrica. Es una representación cuidadosamente diseñada de la historia que desembocó en el mismo Monumento Voortrekker, de modo que se le ha dado una nueva función para la reconciliación y el esclarecimiento histórico”.

Muy lejos de Pretoria, en el centro de Tokio, al final de un paseo flanqueado por algunos de los cerezos más bellos de la ciudad, existe un lugar donde los espíritus de los muertos, allá llamados eirei, siguen provocando profundas divisiones entre los vivos. En este caso, entre los vivos chinos y coreanos. Se trata del santuario Yasukuni, un templo sintoísta construido para consagrar las almas de los casi 2,5 millones de soldados muertos en las guerras libradas por el país del sol naciente desde mediados del siglo XIX, incluidos 14 dirigentes nipones que el Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente declaró criminales de guerra de clase A tras la II Guerra Mundial.

El profesor Daiki Shibuichi, de la United International College de China, considera que existen notables diferencias entre Yasukuni y el Valle de los Caídos. En el sintoísmo los eirei deben ser celebrados y respetados, “porque de no ser así pueden convertirse en onryo o espíritus con rencor que pueden dañar la comunidad”. Curiosamente, el espíritu de Franco parece comportarse de manera diametralmente opuesta, porque la celebración ocasional de su eirei por parte de los nostálgicos del régimen lo ha convertido en un onryo poderosísimo.

Hechas estas salvedades, el profesor Shibuichi constata algunas similitudes entre ambos monumentos, como que la controversia que generan “consiste probablemente en la manera en que las sociedades conforman, o no consiguen conformar, los mitos colectivos, que son la base de cualquier historia nacional ampliamente aceptada”.

En su opinión, estas polémicas son la definición de manual de la política: “Los políticos distribuyen los recursos materiales, pero también los intangibles, es decir, asuntos como la autoridad o la legitimidad. En las democracias la decisión de quién recibe qué se decide básicamente votando a unos representantes políticos que toman las decisiones”.

Más allá de los monumentos erigidos por el mundo y de su cambiante significado y poder simbólico, lo que permanece inalterable es la fuerza e importancia de la memoria colectiva. De vuelta en Auschwitz, parapetado tras dos palmos de papeles en su despacho del Bloque 23, el historiador jefe del memorial del campo, Piotr Setkiewicz, insiste en la importancia de que se cuente a los europeos más jóvenes la historia de lo que sucedió entre aquellos muros del campo. La barbarie no debe caer en el olvido. “No podemos escapar de nuestro pasado, debemos aceptar incluso la parte que duele”.

En estas mismas páginas, Edurne Portela aventuraba recientemente que muchos están volviendo ahora a las palabras que escribió Primo Levi tras ser rescatado de Monowitz, un subcampo del complejo de Auschwitz donde el III Reich alemán exterminó a un millón de judíos. “Cientos de miles de historias (…) Nos las contamos por las noches, y han sucedido en Noruega, en Italia, en Argelia, en Ucrania, y son sencillas e incomprensibles como las historias de la Biblia. ¿Pero acaso no son también historias de una nueva Biblia?”. Quizá sea el momento de volver a leer estas trágicas historias y averiguar cuáles son sus lecciones.

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