La candidata de extrema derecha no alcanza el 40% que se había fijado como meta
SIVLIA AYUSO. EL PAÍS.- Marine Le Pen sabía que sus escasas posibilidades de llegar al Elíseo se habían esfumado desde la noche del miércoles, cuando concluyó su desastrosa actuación en el debate presidencial. Su segunda derrota, más dura porque puede poner en juego su liderazgo y estrategia política, la confirmó este domingo, cuando se supo que los votos con los que se hizo la candidata de extrema derecha no llegaron al 40% de las preferencias que se había fijado como meta. Un auténtico varapalo para quien se veía ya como la nueva abanderada del populismo y el proteccionismo en Europa.
Nada de eso, sin embargo, se reflejó en el discurso —breve, tres minutos, ante un público también escaso, apenas un centenar de militantes— que dio poco después de que salieran los primeros resultados, que acabaron dándole el 33,9% de los votos. La líder del Frente Nacional reconoció su derrota, pero celebró el resultado como “histórico y masivo” y se erigió como la líder de la “primera fuerza de la oposición” ante el Gobierno de Emmanuel Macron. Combativa, definió el nuevo escenario político francés como una brecha entre “mundialistas y patriotas” y pidió una “transformación profunda” del FN para “estar a la altura de esta oportunidad histórica”, agregó antes de despedirse entre aplausos apagados y gritos de “gracias Marine” de los escasos militantes que habían acudido a escuchar los resultados en la sede de la formación en París.
En vista del fuerte impulso y ventaja con el que comenzó la campaña, alcanzar el 40% de los votos era “lo único que separaba el éxito de la decepción” para la formación de extrema derecha, según Frédéric Dabi, director del instituto demoscópico Ifop. Sin embargo, desde el fatídico cara a cara con Emmanuel Macron, los responsables del Frente Nacional reconocían, más o menos abiertamente, que esa meta era más un deseo que una certeza. Las caras largas de los cuadros del partido congregados el domingo en el Nouveau Chateu du Lac, la coqueta pero pequeña —¿otro reconocimiento de la inminente derrota?— sala de fiestas parisina donde se siguieron los resultados eran incapaces de ocultar la decepción generalizada.
Unos resultados fuertes pero que se quedan cortos
Con el 100% de los votos escrutados, Macron gana con el 66,06% de las preferencias frente al 33,94% de Le Pen. A primera vista, puede sorprender el pesimismo ante unos datos que en todo caso se traducen en millones de votos para una extrema derecha, hasta hace no tanto tiempo considerada marginal, que ya se asienta como uno de los referentes de la oposición en la derecha. Marine Le Pen cierra esta campaña electoral con unas cifras —7,6 millones le votaron en la primera vuelta, 10,6 en la segunda— que han sobresaltado a Francia, a Europa y hasta al resto de un mundo aún marcado por la victoria de Donald Trump en Estados Unidos o el Brexit británico.
Entonces, ¿por qué esa decepción? Quizás porque nunca antes el Frente Nacional había contado con un terreno tan abonado. La victoria de Trump y el avance del populismo en toda Europa, el Brexit, la profunda división de la izquierda francesa y la ausencia, por primera vez en la V República, de los partidos tradicionales en la segunda vuelta, componían un escenario perfecto para el avance decisivo del FN. Además, Le Pen tuvo al rival deseado: Emmanuel Macron, con su europeísmo y defensa de la globalización representa el polo opuesto de las recetas de proteccionismo, patriotismo y antiglobalización defendidas por una Le Pen que hizo del miedo su principal arma de campaña.
Dudas sobre la estrategia y liderazgo de Marine Le Pen
Su incapacidad de asentarse con más firmeza abre las dudas sobre la estrategia de asalto al Elíseo seguida hasta ahora y, más preocupante para Marine Le Pen, pone en cuestión su estrategia de desdemonización con miras a arañar votos tanto en la derecha como en la izquierda. “Toda la promesa de su estrategia era que podía ganar, y no lo ha hecho”, resumía esta semana el especialista en sociología electoral Joël Gombin. Consciente quizás de ello, Le Pen tomó este domingo la iniciativa y reclamó una transformación mayor del partido que heredó de su padre, Jean-Marie Le Pen, hace ya seis años y que desde entonces ha intentado renovar.
Aun así, para Sylvain Crépon, investigador de la universidad de Tours, el peligro no es inminente para Le Pen hija puesto que, a día de hoy, “no hay nadie en el FN en situación de suplantarla”. Cierto es que su sobrina Marion Maréchal-Le Pen, diputada, nieta favorita del patriarca de los Le Pen y potencial rival de su tía Marine crece en popularidad dentro de un sector del FN descontento con el lavado de imagen impuesto por Marine Le Pen. Pero no hay una “estructura interna o debate” dentro de la formación que permitan a corto plazo un cambio en la cúpula del partido, señaló. Otra cosa será en los próximos años y si la estrategia de apertura del partido que Marine Le Pen ya ensayó en esta segunda vuelta —con la primera alianza en la historia de la formación, la que hizo con el soberanista Nicolas Dupont-Aignan— sigue sin arrojar resultados en materia de ganancia de escaños y puestos de gobierno, no solo en votos.
Las legislativas de junio serán una nueva prueba para su liderazgo. Pero, haga lo que haga, hay un límite en la transformación del Frente Nacional, según lleva advirtiendo desde hace años su fundador, Le Pen padre: “A nadie le interesa un Frente Nacional amable”.
UN RÉCORD DE VOTOS INSUFICIENTE
En la primera vuelta, Marine Le Pen logró romper por primera vez la barrera del 20% de los votos (llegó al 21,5%). Aunque no pudo pasar a la segunda vuelta en cabeza, Le Pen no solo subió en más de un millón los votos obtenidos en su primer intento presidencial, en 2012, sino que también superó el récord de sufragios del FN logrado en las regionales de 2015, 6,8 millones de votos. Con el resultado del domingo, Le Pen hija también dobla el que obtuvo su padre en de 2002, 17,7%. Y aun así, no ha sido suficiente.